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RECOMENDACIÓN 31: EXTRAÑOS EN UN TREN.

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Extraños en un tren


                                                                 
                En Extraños en un tren, la secuencia en la que un atónito Guy descubre a Bruno, su pesadilla, mirándolo impasible desde la grada, destacándose entre todos los espectadores,  porque es el único de ellos que no está oscilando su cabeza de un lado a otro de la pista de tenis, nos ilustra sobre el talante guasón que Alfred Hitchcock imprime a unas historias por otro lado tan tensas. Algunas delas diferencias entre la película y la novela se deben a ese carácter bromista del director, que pone de manifiesto en sus fugaces cameos, en este caso con la exhibición de su oronda figura subiendo a un tren, cargado con un violonchelo. En esas puntuales apariciones se ríe de sí mismo, pero también nos recuerda que es él quien impone un sello inconfundible en sus obras. Más que un acto de egolatría es una forma jocosa de decir que sus películas son una forma entre jovial y desalmada de jugar con todos sus personajes.
                
       Para Patricia Higshmith era su primera novela. Su aproximación a los personajes es mucho más seria. Escribe precisando, indagando en sus posibles vertientes psicológicas, sin cuidado del brumoso pesimismo que impone en cada página. Idea situaciones angustiosas prolongadas que los mantienen atrapados en un mar de imposibilidad, en el centro de un pesaroso mal circundante que los atañe. La película parte de la novela pero el definitivo guion  retuerce el argumento al gusto de Hitchcock, no solo para ceñirse a la medida de un largometraje sino también para alcanzar la altura de su exigencia de sorprender, de distraer al espectador con un ritmo casi frenético, indeclinable. Así, se cambia la profesión de Guy. Aquí no es un arquitecto sino un tenista, lo que le da más vistosidad y, sobre todo, la ocasión de crear una secuencia angustiosa como es la del partido que ha de finalizar pronto para que él pueda apresurarse a destruir una prueba, una escena que nos remite a la del concierto de El hombre que sabía demasiado.

Guy es un hombre sensatoque se ve interpelado en un tren por un desconocido. Se llama Bruno y se siente desahuciado pero, al mismo tiempo, alberga delirantes expectativas de resurgimiento. Lo que escucha le suena liberador. La posibilidad de deshacerse de su odiosa mujer que, negándose al divorcio, está entorpeciendo la posibilidad de rehacer su vida, resulta deseable pero, para un hombre equilibrado como él, terminantemente inasumible. Para Bruno no hay más prudencia que la necesaria para no salir afectado por su crimen. Que muera su padre es un deseo que tiene que realizarse cuanto antes. Su personalidad es la de un psicópata indiferente a la ternura de los niños, un misógino extrañamente moralista, un misántropo curtido en mil desprecios. En la película, este odioso personaje es menos alcohólico, pero igual de abyecto. El que no esté tan destruido por un tortuoso rumbo compulsivo le permite una estrategia más estratégica. Lo vemos explotar el globo de un niño con su cigarrillo pero también, después de cometer el asesinato, ayudar a cruzar la calle a un ciego, como una pirueta de extremado cinismo. La novelista remarca lo infecto del personaje describiéndolo con un ostensible grano en la frente, como si fuera un perverso fruto de su putrefacción moral. Sin embargo, este extraño hombre abominable está dotado en la película de un poderoso poder de encantamiento y, en la novela, es capaz de despertar la compasión en personajes como el de la mismísima Anne, la novia de Guy.

En el parque de atracciones, para cumplir la parte del trato que imagina se cerró en el tren, Bruno persigue a Miriam, la mujer de Guy, para matarla. Lo que ve en ella no es precisamente un objeto de deseo - su tácita homosexualidad está atenuada, tanto en la película como en la novela, por las imposiciones de la época - sino el lugar de un acto que indirectamente lo liberará. Este hombre, al que “le gusta la gente que hace cosas”, solo acomete o acometería actos desmedidos, estrafalarios. Es un ocioso hijo de papá controlado por una mamá un tanto chiflada, un niño grande rico al que su odiado padre quiere formar en el esfuerzo, restringiéndolo en sus heredados privilegios.

La película es la emocionante intensidad y la novela la lenta amargura de la culpa. Higshmith conduce a Guy al callejón de la moral, confronta su natural inocencia con su  criminalidad sobrevenida. Hitchcock lo exime de cometer el asesinato exigido por Bruno, le da incluso la oportunidad de liberarse, relatando tardíamente lo ocurrido a Anne, mientras que la novelista lo condena al crimen y a la soledad de meses y meses sin el alivio de la confesión que su conciencia le apremia. La película preserva la integridad de Guy, mientras que la novela pretende demostrar que un hombre desbordado por un acoso impenitente es capaz de hacer cualquier cosa con tal de intentar liberarse de él, incluso cometer el inopinado acto del asesinato, en contra de su condición moral y de su intrínseca naturaleza.

                Hitchcock despliega todo su arsenal de guiños al espectador, juega a tensarlo, y de vez en cuando le consiente unos segundos de relajamiento. Los personajes secundarios representan arquetipos que le interesan en su lado risible. Así, esas señoronas cándidas que se dejan seducir fácilmente con capciosas lisonjas; o el personaje del padre de la novia de Anne, el respetable senador, un hombre que guarda la compostura, que es capaz de no levantar la cabeza del periódico ni en los momentos de máxima expectación; o el de Bárbara, la hermana de Anne -  interpretada por Patricia Hitchcock, hija del “mago del suspense” -, que representa todo lo contrario, la joven que no se calla lo que siente, que es capaz de la sistemática ironía incluso en situaciones difíciles, hasta que se ve superada por una inesperada gravedad de la situación y se sume en un tembloroso heroísmo; o el ínclito profesor de universidad que no le puede servir a Guy de coartada porque, en su profunda embriaguez, adornada de ridículas canciones que contrastan con abstrusas teorías, no lo registró en su inhabilitada memoria.

                Hay quienes achacan a la película el pecado de lo inverosímil, especialmente en esos riesgos que asumen los personajes en aras de un mayor suspense, de un más acelerado desenlace. Pero me parece indiscutible que las escenas de la película que inician la clara divergencia con la novela aportan un elevado valor puramente cinematográfico. Así tenemos esa visita de Guy al padre de Bruno, penetrando en la casa de este, con la llave que le ha facilitado, en la que, en cada segundo, sentimos todos los peligros, y que acaba en una doble sorpresa genial, primero cuando sabemos de las inocentes intenciones de Guy, que no ha ido con las previstas intenciones asesinas sino a alertarlo de la locura de su hijo, y, como pirueta final, la sorpresiva aparición de Bruno en el lugar de su padre, revelando una vez más su abominable sagacidad.

                Sin ser una de las máximas cumbres de su carrera, Extraños en un tren es una película excelente, muy representativa del poder visual que caracteriza el cine de Alfred Hitchcock, de la intensa coherencia de su desarrollo, siempre enriquecido por una brillante sucesión de escenas memorables, de potentes planos que aumentan el relieve de unos personajes magníficamente perfilados. El impacto emocional que asume el espectador es como un súbito recuerdo de las inabordables sombras de la vida. Pero es cierto que el director inglés aprieta pero no ahoga y así - siempre a tiempo - nos obsequia con sus esporádicos toques humorísticos y finalmente con un desenlace reparador. Nunca pretende hablarnos de los grandes problemas metafísicos y ni siquiera de la experiencia de vivir en una ilesa normalidad, simplemente nos manipula con nuestro agradecido consentimiento, se apodera de nuestras emociones y nos aproxima peligrosamente a lo invivible. Cuando, ya al final, nos libera de esa prolongada turbación, aterrizamos, trastocados aún, en nuestra serena realidad, en nuestra vida lenta, con sus constantes preguntas y sus sigilosas amenazas.

Javier Puig



RECOMENDACIÓN 32: LA FIGURA DE JESÚS EN LA OBRA DE LUIS BUÑUEL (POR ALBERTO CHESSA).

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CEREMONIA DE LA DESOLACIÓN
La figura de Jesús en la obra de Luis Buñuel


Jesús en Buñuel... El cineasta de Calanda fue un consumado cultivador de sus propias obsesiones. Su obra cinematográfica, compuesta de 32 películas firmadas como director y unos cuantos guiones no realizados o realizados por otros, erige un discurso pasmosamente coherente gracias a esa terquedad de no abandonar una y otra vez las obsesiones que lo conforman y dan vida.

En tal discurso encontramos una arriesgada articulación entre cristianismo y espíritu sadiano, con el soplo surrealista al fondo, que es el lugar donde Buñuel va a construir su pensamiento poético o cinematográfico (en él la misma cosa) y donde va a dar con sus mejores logros cuando se acerque a los problemas de la religión, en particular a la figura de Cristo. Y si el acercamiento al Mesías vendrá significado por la blasfemia, la provocación o simplemente el extrañamiento iconoclasta, el destino de los personajes buñuelianos que abrazan y tratan de llevar hasta sus últimas consecuencias la doctrina de Jesús, es decir, que imitan, emulan a Jesús, será siempre (y muchas veces no sin falta de humor) la más irrevocable condena al fracaso y la derrota de las aspiraciones que habían movido sus pasos en el devenir de la narración.

Así pues, el discurso de Buñuel erigirá una, podríamos llamar, ceremonia de la desolación, ciertamente sadiana en cuanto a su ateísmo. Al igual que ocurre con Dios, cuya presencia se adivina casi en cada secuencia de su cine precisamente por el puntilloso ritual de su negación, su ausencia, su muerte celebrada (y sólo hay que recordar la insistencia de ese fondo sonoro ocupado por los tambores de Calanda, que quieren reproducir el atronador estruendo que siguió a la muerte de Cristo en la Cruz), los personajes de Buñuel se nos ofrecerán como figuras animadas, sobrevivientes, sobre un fondo fijo y estereotipado.

Obsesión, decía, la que demuestra Buñuel por el personaje de Cristo. No de otra forma podríamos leer la descripción que reza en la última página del último guion escrito a medias por Buñuel y Jean-Claude Carrière, que debiera haber hecho las veces de telón final de toda su filmografía. Se trata de Agón, el particular canto de cisne de Buñuel, de cuya visión nos privó el cineasta. Ahí leemos:

«El cielo, sombrío y amenazador.
            En el cielo se levanta el lúgubre hongo atómico.
            Las nubes que lo coronan se disipan lentamente.
            Una silueta imprecisa aparece sobre las nubes obscuras.
            Esta silueta, que reposa sobre la cima del hongo, se aproxima a nosotros. Reconocemos al Cristo, con la mano derecha levantada, inmóvil.
            Se aproxima poco a poco, rodeado de nubes cada vez más sombrías.
            Sus ojos no son más que órbitas vacías.
                        FIN».
           
Éste es, pues, el último plano ideado por el realizador: un Cristo atómico, un Cristo sobreviviente a la explosión nuclear que trae consigo el fin del mundo, un Cristo apocalíptico que recuerda sobremanera en su descripción a lo que escribe Mateo en 24, 29-30:
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo y los poderes de los cielos serán sacudidos.







Y aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo; y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre que vendrá sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria».

Sí, Buñuel no pensó mejor forma de concluir su obra cinematográfica que con un Cristo de Juicio Final, aunque en este caso también Él –se diría- haya sido juzgado(por el propio realizador). Como hemos visto, este Jesús «con poder y gran gloria» (Mateo), que se eleva sobre el hongo atómico, luce por ojos solamente unas «órbitas vacías», con lo que el arco de las obsesiones buñuelescas se cierra admirablemente al enlazar con la primera secuencia de su cine, en Un perro andaluz: una nube que rasga la luna llena; una mujer joven que nos mira con los ojos bien abiertos, impasible ante la amenaza de una presencia vigorosa y masculina que la aborda por detrás; el ojo de la muchacha seccionado por una navaja. Un puente, valdría decir, entre el deseo cercenado y la fe tullida, siempre bajo el auspicio de un fuerte y sostenido impulso de represión.

El camino que recorre este puente se ve, por fuerza, jalonado por toda una galería de Cristos que infligen en nosotros una semejante, si no igual, agresión a la que como espectadores sufrimos al contemplar el ojo tajado de Un perro andaluz o las órbitas vacías de Agón. Sin ir más lejos, el lugar reservado en la mesa a Jesús en la recreación/parodia/blasfemia de la Última Cena, según Leonardo, que llevan a cabo los mendigos en Viridiana lo ocupa, precisamente, un ciego,para más inri un personaje rijoso, deslenguado y soplón. Y, en Simón del Desierto, el penitente recibe la visita de un  Buen Pastor portando un cordero en los brazos, que en realidad se trata del mismísimo Diablo con los rasgos de una Mala Pastora, esto es, una mujer barbuda (como en el célebre lienzo de Ribera) vestida a la usanza pastoril.

Los ejemplos se multiplican por doquier. A modo de inventario sucinto, vengan las siguientes muestras:

El Cristo tronchado de risa en Nazarín, cuyo impacto visual Buñuel ya vislumbró en la década de los 30 cuando, en el contexto de un happeningsurrealista, quiso que idéntica imagen emergiera de la mancha de una jirafa, y al que, ya como personaje de carne y hueso, volverá en su peculiar lectura de las bodas de Caná en La Vía Láctea.

Los dos Cristos de Así es la Aurora: célebre uno por ser el Cristo de Port Lligat de Salvador Dalí, cuya reproducción aparece colgada en una comisaría; sorprendente el otro por su condición de Cristo de la luz: una cabeza del Mesías que hace las veces de poste eléctrico.

También, y como ejemplo de propósito frustrado por parte del realizador, esa representación que Buñuel consideraba «la imagen más terrible de Cristo», es decir, el Retablo de Issenheim de Grünewald, una de cuyas partes debía haber presidido el ritual macabro de Belle de Jour en la mansión del duque necrófilo.

Por último, y solo como curiosidad, señalaré la presencia de Jesús en dos escenas de Johnny cogió su fusil, la película de Dalton Trumbo en cuyo guion intervino (sin acreditación) nuestro realizador  y que se valen de la figura del Salvador como motivo de las peores pesadillas del joven mutilado.
           
No se cierra ahí, en absoluto, el horizonte de las preocupaciones del director en lo tocante a la figura de Cristo. Si bien es cierto que la capacidad del cineasta de ornamentar las imágenes de sus filmes con iconografía cristológica es patente, no lo es menos su tendencia a encubrir dicha iconografía, así como determinados rasgos del Evangelio, bajo la capa de personajes en apariencia ajenos a Jesucristo.

Surgen así títulos como Los olvidados, y el frustrado camino de salvación en el personaje del niño Pedro; Robinson Crusoe, con su no contestado clamor al cielo en la isla/desierto; o El Ángel Exterminador, y su continua evocación de los símbolos litúrgicos, a un paso de consumar un acto de canibalismo sacro (o sacrílego) en la figura del anfitrión, devenido de esta forma chivo expiatorio. Muestras todas ellas de cómo Buñuel reviste de connotaciones jesuíticas lo mejor de su filmografía, aun cuando nada nos haga pensar en una recreación medida y sopesada de la vida de Cristo. Es así, incluso, en dos películas como son Ély Ensayo de un crimen, cuyos protagonistas masculinos escenifican los preceptos erasmistas del Manual del perfecto caballero cristianobajo el tamiz de la disyuntiva sadiana entre «criminales en la virtud»y«virtuosos en el crimen».   

Pero son, sin duda, otros ejemplos los que más justamente nos llaman la atención sobre su condición de Cristos encubiertos. Me estoy refiriendo a tres personajes que dan título, respectivamente, a tres obras mayores del cineasta hispano-mexicano, con no pocas concomitancias entre sí y un mismo anhelo de emulación mesiánica: Nazarín, Viridiana y Simón del Desierto. En pocas palabras, los tres vienen a ilustrar el resultado de la pregunta: ¿qué pasaría si un nuevo Jesús anduviera en nuestros días?

«Nazarín me es muy cercano», declaró Buñuel. Y no podía ser de otra forma por la manera en que trata a esta mezcla de don Quijote y Jesucristo. Lo que el cineasta plantea con este personaje es la honestidad de su empresa, que lo lleva a alejarse del mundo de los hombres, ese mundo al que paradójicamente quiere servir en cuerpo y alma. Se pone en juego, diríamos, la vanidad de la humildad.

Por ello, Nazarín (como Simón) no entiende nada de las pasiones humanas y eso (como Viridiana) le conduce directamente al fracaso de su empresa evangelizadora. Tras una recreación del prendimiento, da con sus huesos en la cárcel y ahí sufre también su particular pasión, víctima de los golpes que le propina uno de los presos (el mal ladrón) con el consentimiento y la chanza de todos menos uno.

Con una venda alambrada en la cabeza, a guisa de corona de espinas, Nazario, que es defendido por otro de los maleantes (el buen ladrón), tiene que oír, en esta su última y frustrada evangelización, lo más descarnado que jamás hubiera podido concebir desde que decidió seguir los pasos de Cristo. La cámara corrige hasta encuadrar un primer plano del ladrón protector y éste le espeta al cura:

            «-Su vida, ¿pa qué sirve? Usted pa el lado bueno y yo pal lado malo. Ninguno de los dos servimos para nada.»

La última frase la escuchamos justo en el contraplano de Nazario, al que vemos levantando lentamente la cabeza con los ojos desorbitados. Estas palabras del Dimas de turno son la verdadera crucifixión de Nazario, pues le vienen a sacar de su engaño y a estrellarse contra la terrible realidad de que su oficio de santo no es de este mundo.

En lo que respecta a Viridiana, recordemos la confesión que hace la novicia justo al iniciarse el film: «Mi deseo sería no volver a ver el mundo». El punto de partida difiere, pues, del de Nazarín, quien, tras acabar sus estudios en España, ha decidido –utilizando la feliz expresión de Unamuno- «chapuzarse en el pueblo», y, en cambio, emparenta al personaje con Simón del Desierto en ese deseo de huida ascética del mundo y sus costumbres. Muy pronto, sin embargo, veremos que el camino de Viridiana se aleja del de Simón en la misma medida en que viene a converger con el del padre Nazario.



El punto de inflexión se corresponde con el mismo gozne de la película. Viridiana accede a la petición de su tío, don Jaime, de vestirse con el mismo traje de novia que llevaba su esposa en el mismo momento de morir en sus brazos. Ella, la novicia, que está a un paso de vivir sus desposorios con Dios y la Iglesia, interpreta en esta nocturna «mascarada» (la expresión es de ella) el papel de una novia muerta.

Con El Mesías de Händel de fondo (un oratorio dedicado a cantar el anuncio, la venida y la muerte de Cristo), en esta escena profanatoria asistimos a la muerte de Cristo en Viridiana, para dar paso al nacer de un Jesús más humano, cuyo ejemplo de amor al prójimo y defensa del desvalido tratará de imitar la exnovicia con la mayor fidelidad posible.

Es este empeño de seguir al pie de la letra la doctrina de Jesús lo que emparenta a Viridiana con el otro Quijote del cristianismo, Nazarín. Y si en esta película uno de los conflictos más acusados parecía tener lugar entre el amor humano y el amor divino, subrayando en ambos sintagmas el término amor (el padre Nazario en ningún momento parece dudar o tambalearse en su voto de castidad), aquí, en Viridiana, la dialéctica se establece entre los dos polos que sostienen la balanza cuerpoyalma sobre la que bascula el personaje, con una clara, acusada y progresiva inclinación hacia el primero conforme avanza el film: en un primer momento como víctima propiciatoria (el intento de violación por parte de los mendigos) y, luego, como esclava abnegada de un señor con minúscula (la llamada a la puerta de su primo y la partida de cartas a tres que ambos establecen con la criada Ramona).

La música que acompaña este final de Viridiana es un rock and roll sesentero («un disco de moda», dice don Jorge), en claro contraste musical no sólo con el resto de la película (donde se enseñorean Händel, Beethoven y Mozart), sino con el resto de toda la filmografía buñueliana. Sólo hay otro caso donde se pueda hablar de música electrónica en el cine de Buñuel y también es precisamente en la conclusión del relato. Me refiero, y no ha de ser casual, a Simón del Desierto y su final igualmente desacralizado, con el anacoreta sentado en un nightclubneoyorquino de los años sesenta, acompañado por el Demonio en forma de mujer, mientras una prole de jóvenes baila desenfrenada la «Carne radioactiva» de Los Sinners (...sí, los pecadores).

La película se abre con un nutrido grupo de monjes y aldeanos que acuden cantando a visitar a Simón subido en su columna. Su aspecto paupérrimo, con solo una túnica deshilachada cubriéndole el cuerpo; su físico enclenque y huesudo; el pelo largo y la barba frondosa; todo responde al arquetipo estético de las representaciones en el Arte de eremitas, penitentes, ermitaños y anacoretas, que a su vez remiten por vía directa a la propia configuración iconográfica de Jesús.

Es, sin duda, la muestra más clara de este paralelismo ese mismo número de tentaciones que sufrió el Nazareno en su vagar por el desierto y recibe aquí el asceta subido a su columna, a la que por tres veces se acerca el Diablo con cuerpo de mujer. La diferencia estriba en que Simón, cuyo esfuerzo por apartar de sí las tentaciones corporales no parece en vano, fracasa estrepitosamente cuando lo que se tienta es su espíritu. Mejor: cuanto más logra alejarse de todo lo humano, más certeramente cae en brazos de lo demoníaco. Por eso, se puede decir que el Diablo gana la partida al final; ecuación esta que, como vemos, viene a ser la inversa de la que señalábamos al hablar de Viridiana.

Además, se comprende que Simón pueda ser perfectamente considerado como el reverso cómico de Nazarín. Ninguno de los dos entiende, como repone el primero en su conversación con el monje joven, «qué es lo mío y qué es lo tuyo», pero esa incomprensión, fruto de su alejamiento del sentir de los hombres, en el padre Nazario adopta una dimensión trágica, mientras que Simón incurre una y otra vez en la parodia del modelo que inspira a ambos personajes: «Tu penitencia de poco sirve al mundo», le viene a decir el monje; y algo muy parecido tuvo que escuchar Nazario en la celda de castigo, como ya vimos.

Por eso, no deben confundirnos las triquiñuelas cómicas que brillan con luz propia en Simón del Desierto. Su conclusión es tan desolada o más que la de Nazarín (y, a su modo, también que la de Viridiana), pues Buñuel rebaja a los infiernos el propósito de nada menos que ocho años de ascetismo y penitencia de su protagonista. No hay lugar en este mundo para estos arcángeles de la bondad, nos viene a decir el cineasta, precisamente por su estéril y, en más de un caso, contraproducente entrega al mensaje de Cristo.

He dejado a propósito para el final las únicas dos muestras de la filmografía buñueliana en las que, al margen de la imaginería y las connotaciones cristológicas, sale a escena un personaje que se corresponde, al menos en su caracterización física, con la imagen tradicional de Jesús, esto es, con el Jesús sansulpiciano. Estas películas son La Edad de Oro y La Vía Láctea. Con permiso, que pase primero esta última.

Un sacerdote católico dice en la película: «Hay que tomarse las palabras de Cristo al pie de la letra». Y eso es exactamente lo que hace Buñuel con La Vía Láctea: tomar al pie de la letra las palabras de Jesús al ilustrar una serie de citas evangélicas, como aquella que refiere al Hijo como «menor que el Padre» y que Buñuel no desaprovecha para componer una bufonesca Santísima Trinidad formada por una paloma, un hombre garbado y... un enano.

No sin sorpresa, este punto de partida en la concepción del film provoca hilaridad y es ésta su característica más peculiar, operando asimismo sobre la figura de Jesús un proceso de desmitificación iconoclasta.

Ya he aludido antes a unas bodas de Caná en las que encontramos a un Jesús humano, demasiado humano, que charla, bebe y ríe con los comensales mientras recita en un tono harto coloquial la parábola del administrador infiel. En la secuencia anterior, lo vemos correr apresurado a su reunión con los apóstoles, en la que se recrea el episodio de los hermanos de Jesús. En realidad, la invocación del Evangelio en estas dos secuencias no es más que una excusa para sacar al redil lo que a Buñuel verdaderamente le interesa, esto es: la ilustración de un Jesús con las maneras de un hombre común, alejado del hieratismo y la solemnidad con que siempre (y en el cine en no menor medida) ha sido representado. A la postre, son estas estampas del Jesús según Buñuel una prueba más de su capacidad de enrarecer lo cotidiano y banalizar lo extraordinario, presente en todo su cine.

Y esto último lo vemos con claridad en la primera aparición de Jesús en la película, aquella en que aparece afilando una navaja con la intención de rasurarse la barba hasta que su Madre le previene: «Hijo mío, no te afeites. Estás mucho mejor con la barba». Aparte lo que este gesto comporta de guiño autoparódico (cualquier espectador atento de Buñuel relacionará en seguida este motivo con, respectivamente, el final y el principio de La Edad de Oro y Un perro andaluz), esta secuencia es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el pensamiento herético del realizador en su particular pintura de la Sagrada Familia, con un José visiblemente mayor, viejo, que debe ejercer todavía su oficio de carpintero, se conoce que para poder alimentar muchas bocas, una María joven y hermosa, con un apreciable embarazo, amasando una cantidad ingente de pan y acudiendo presta a limpiarle la cara a un niño que ha entrado en la casa y al que en seguida manda fuera «a jugar con sus hermanos», y un Jesús pulcro, impoluto, con un excesivo cuidado en el vestir y, a lo que parece, preocupado tan solo en mejorar su estética mientras sus padres trabajan sin parar.

Y si en La Vía Láctea Jesús permanece fiel a su imagen tradicional hasta el final, tendremos que remontarnos casi cuarenta años atrás, hasta La Edad de Oro, para encontrar otro ejemplo de recreación iconográfica, sólo que en este caso el personaje que la encarna va a ser el fruto de lo que con acierto se ha definido como «el collage más escandaloso de todo el arte surrealista» (Víctor Fuentes). 

Justamente en la coda del film, y con el fondo sonoro ocupado por primera vez en el cine de Buñuel por los tambores de Calanda, un letrero nos anuncia la partida delossobrevivientesdelCastillodeSelliny. Selliny es una corrupción de Silling, el nombre del castillo donde transcurren Las 120 jornadas de Sodoma. Buñuel debió recordarlo mal al escribir el intertítulo o tal vez su edición de la novela de Sade contuviera esa errata. En cualquier caso, nada nos hace dudar de que lo que se está escribiendo en escena es una representación del castillo sadiano; todo lo contrario: «Para celebrar la más bestial de las orgías, se habían encerrado en este castillo inexpugnable 120 días cuatro temibles malvados». Un fundido encadenado hace que saltemos al exterior del castillo y es entonces cuando se nos presenta al personaje que motiva nuestra atención: «He aquí los supervivientes de las criminales orgías en el Castillo de Selliny. El primero y principal de los cuatro organizadores: el Duque de Blangis». El tono del texto tiene algo de circense; algo del estilo de: «Con todos ustedes...». Buñuel debía de ser muy consciente del impacto que iba a producir la imagen anunciada. La puerta del castillo se abre y aparece un hombre vestido con una túnica blanca, caracterizado de Jesús. Cuando, instantes después, el realizador nos muestre otra vez al personaje perfectamente afeitado, duplicará el alcance de su provocación, que había tenido y sigue teniendo su primera expresión en la confusión Sade/Jesús, y ahora extiende sus tentáculos al retrato particular del segundo término de dicha confusión, operando en él, como años después hará en La Vía Láctea, una corrupción de la convención aceptada.
                       
Con esta identificación de La Edad de Oro, Buñuel sienta las bases de lo que será su particular tarjeta de visita cada vez que trate algún aspecto de la religión, en especial el de la figura de Cristo: el juego con la tradición, la yuxtaposición de convenciones y valores establecidos con un instinto feroz de la provocación, el ateísmo elevado a los altares. Es decir: el sadismo teológico, valga la extraña pareja. «El discurso del film –sostiene González Requena, en su disección de La Edad de Oro-, lejos de constituirse en transgresor, deviene inevitablemente perverso». Una perversión que, en esta primera salida al escenario de Jesús en el cine de Buñuel, alcanza cotas simple y llanamente profanatorias.




Y acabo dándole la palabra al cineasta: «Atenuante: quien profana, cree».

Ésta es la perversión de Buñuel: que cree en lo que profana.

                                                                                                                      
Alberto Chessa

RECOMENDACIÓN 33: 80 AÑOS DE "LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ".

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LO QUE EL VIENTO SE LLEVO






¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!
Scarlett O’Hara

Francamente, querida, me importa un bledo
Rhett Butler




Se acaban de cumplir 80 años de la publicación de la primera edición de Lo que el viento se llevó, en junio de 1936.

¿Quién la iba a decir a Margaret Mitchell que su fractura de tobillo le iba a valer para escribir la novela, quizá, más vendida de la historia?
Su  segundo marido la animó a que escribiera algo propio, pues ya no quedaban libros de historia que leer en la biblioteca pública.
La periodista, de Atlanta, creó una obra maestra a la que aportó su extenso conocimiento sobre la Guerra de Secesión, así como sus tormentosas relaciones de pareja.  El éxito no se hizo esperar y, antes de la Navidad de ese año, ya se habían vendido más de un millón de ejemplares. Lo que nunca se imaginó la novelista era que, en 1937, le iban a conceder el Premio Pullitzer.
Supongo que tampoco se imaginaría  David  O. Selznick (productor de cine que adquirió los derechos del libro para llevarlos al cine) que nada más salir a la venta sería una obra maestra del celuloide. Margaret no volvió a escribir ninguna novela más, pues con apenas 49 años moría tras ser atropellada por el taxista Hugh D. Gravitt, quien conducía a gran velocidad y además, estaba fuera de servicio.

Lo que el viento se llevó es una excelente novela y, aunque sea muy extensa, (1056 páginas) no se hace pesada.  El escenario que elige la escritora es la Guerra de Secesión ( entre los años 1861 y 1865) Los dos bandos enfrentados fueron los estados del Norte (la Unión) contra los Estados Confederados de América, integrados por 11 estados del Sur. Además está aderezada con varias historias de amor, de pasiones, de muertes, de odios, venganzas  y de rencores. Tiene largas descripciones de dicha guerra, de las ciudades arrasadas y de las plantaciones sureñas antes y después del conflicto bélico.

Es difícil resumir toda la novela, debido a los numerosos personajes que en ella aparecen. La trama, dividida en cinco partes, gira en torno a la vida  de Scarlett  O’Hara de 16 años de edad e hija del esclavista  Geral O’Hara y de Ellen, de familia aristócrata.  Scarlett vive en Tara, una  gran plantación en el estado de Georgia, junto a sus hermanos Suellen, Carreen  y Gerald.  


Primera parte: Corre el año 1861. Se va a celebrar una fiesta en la hacienda “los doce Robles” propiedad de la familia de Ashley Wilkes. Scarlett, enamorada de él, se entera éste se casa con Melanie Hamilton (prima). Allí le declara su amor, pero es rechazada. Despechada, por esa boda, acepta casarse con Charles, hermano de Melanie, pero al que desprecia.  En dicho ágape conoce a Rhett Butler, de 35 años y que la mira con descarado deseo. Allí descubre que Rhett  fue expulsado del ejército de  West Point y que tiene muy mala reputación. Antes de estallar la Guerra Civil, Scarlett  se casa  y al poco de la contienda su marido muere de pulmonía.  Se queda viuda y con un hijo (Wade). Scarlett es enviada por su madre a Atlanta para pasar una temporada con la tía de Charles y Melanie.

Segunda parte: primavera de 1862. En Atlanta, y junto a Melanie,  realiza las funciones de enfermera voluntaria para atender a los heridos. Lo hace de mala gana. Para recaudar fondos para la causa confederada organizan una fiesta y allí vuelve a encontrarse con Rhett, que tiene una pequeña flota de barcos y se dedica al contrabando. Comienza a verse y se hacen amigos.  Por Navidad  (1863) regresa Ashley y Scarlett vuelve a declararle su amor, pero él sólo le pide que cuide de Melanie, quien está embarazada.  Unos meses más tarde se enteran, por mediación de Rhett,  de que Ashley está prisionero en un campo de concentración

Tercera parte: tras largos meses de sangrientas batallas, el ejército yanqui de Sherman está a las puertas de Atlanta (1864). Scarlett quiere volver a Tara pero Melanie está muy débil debido al embarazo y no es aconsejable la huida. Sobreviven con privaciones y solas. Los yanquis entran  y saquean la ciudad y Scarlett pide ayuda a Rhett para que las saque de la ciudad, tras dar a luz Melanie.

Ya a las a fueras de la ciudad Rhett siente vergüenza de no haber ido a la guerra y, aún sabiendo que la causa está perdida, se marcha, y por vez primera besa en los labios a Scarlett. Camino de Tara ve que las haciendas de sus vecinos han sido arrasadas y quemadas. Al llegar a su casa, su padre, que ha perdido el juicio,  le informa que su madre ha muerto de tifus y que sus hermanas están en cama.
Observa que los esclavos negros se han ido con los yanquis. Sólo queda la negra Mamita (niñera y ama de llaves) y otro matrimonio negro. Su hacienda no ha sido arrasada porque sirvió de cuartel general de Sherman, pero se llevaron todo lo que había de valor. Las tierras son inservibles y no hay animales. Scarlett se hace cargo de todo y eso hace que se convierta en una déspota. Un día entra en casa un soldado yanqui que quiere robar y ella lo mata de un tiro. Con la ayuda de Melanie le quitan el dinero, el caballo y lo entierran.
En abril de 1865 la guerra acaba con la derrota del Ejército Confederado. Ashley ha llegado a Tara, pero en pésimas condiciones físicas y psíquicas. Scarlett contrata a Will Benteen como su mano derecha, tras salvarle la vida.

Cuarta parte: enero de 1866. Scarlett, con muchos esfuerzos, intenta sacar adelante a todos. Pero ahora debe enfrentarse a la codicia de los políticos corruptos del Norte (Carpetbagger) que oprimen a Georgia tras la guerra y que quieren adueñarse de Tara con abusivos impuestos que ella no puede pagar. Ella busca el consuelo en Ashley e incluso se le ofrece, pero él se muestra pasivo y vuelve a rechazarla.
Escarlata  se entera que Rhett ha regresado a Atlanta y que tiene dinero. No duda en ir en su busca. Cuando llega se entera que está en prisión y, condenado a morir en la horca, por matar a un negro y por haberse apoderado del dinero de las supuestas reservas del Sur y que se esfumó tras la derrota. Su mente maquina seducirlo y tras su muerte en la horca, quedarse viuda y rica. Rhett está a punto de caer en sus redes, pero al decirle que no es rico discuten y llena de odio se marcha.
Desesperada y baja de esperanza, se encuentra con el maduro Frank Kennedy, el prometido de su hermana Suellen. Éste le informa que tiene una tienda, que se ha convertido en un próspero negocio y que con el dinero que ha conseguido ahorrar quiere adquirir un aserradero. 
Scarlett sabe que su hermana es egoísta, frívola y no ayudará a no perder Tara, por lo que no duda en mentirle a Frank diciéndole que Suellen va a casar con otro. Aunque no le gusta, porque es mayor, feo y sin carácter, logra que se case con ella y así logra pagar los impuestos y salvar Tara. Poco a poco se va haciendo con la dirección de los negocios del marido.
A las pocas semanas se encuentra con Rhett que ha sido puesto en libertad sin cargos. Le confiesa que los delitos eran reales pero que tras chantajear a un alto funcionario del Gobierno salió libre. Le presta dinero para que pueda comprar el aserradero y lo pone a su nombre.




Gracias al auge que está tomando la construcción Scarlett se hace con su propio dinero, que invierte en Tara.  En los negocios todo vale y no le importa mentir, arruinar a gente, aumentar los precios para tener más dinero e incluso hacerse amiga de los yanquis. Poco tiempo después se entera, para disgusto suyo, que está embarazada por segunda vez. Sigue con su amistad  y coqueteos con Rhett. Su padre que estaba borracho se cae del caballo al saltar una valla y muere. Vuelve a Tara y da el consentimiento para que Suellen se case con Will, el administrador de la plantación. Estando allí se entera de que Ashley se va con su familia a Nueva York para trabajar en un banco.  Ella con la ayuda de Melanie le convence para que se haga cargo de la dirección de un aserradero y así tenerle cerca.
Scarlett da a luz a una niña (Lorena), en una ciudad llena de tensiones por las actividades del Ku Klux Klan  (organización clandestina de blancos ex confederados que hace actos criminales contra los negros). Scarlett contrata a un guardaespaldas debido a que su marido no quiere que salga de casa. Éste hombre es un ex convicto despiadado, acusado de matar a su esposa.

En medio de todo esto Rhett regresa a la ciudad y le reclama el dinero que le prestó. El segundo marido de Scarlett muere en una lucha con los soldados yanquis cuando, junto con Ashley, y otros miembros del Ku Klux Klan intentan vengar un ataque que sufrió Scarlett en un poblado de indigentes negros y blancos. Rhett se entera de donde será la lucha y va buscar a Ashley, que ha sido herido por un disparo. Tras el entierro de Frank, Scarlett se emborracha para tratar de olvidar cómo ha tratado a su esposo. En ese momento llega Rhett y le propone matrimonio. Ella dice le dice que sí, pese a la oposición de la familia y amigos.

Quinta parte: Durante la luna de miel Scarlett disfruta del dinero  que derrocha Rhett con ella,  incluso ha mandado que construyan una gran mansión, pero ella no ha podido olvidar a Ashley. Aunque entre los dos comienzan a surgir desavenencias, se queda embarazada por tercera vez. Nace Eugenia Victoria y Rhett le pone el apodo de Bonnie Blue. Se convierte en un padre muy cariñoso y tierno hasta el punto que su niña se convierte en su obsesión. También se comporta como un buen padre con los otros hijos de Scarlett.
Scarlett regresa al aserradero que dirige Ashley y ése le da a entender que siente celos de su marido, por lo que renace la esperanza en ella. A su regreso a casa le dice a Rhett que como no quiere más hijos, dormirán en habitaciones separadas, ante el enfado del marido.
Melanie organiza una fiesta sorpresa por el cumpleaños de su marido y le pide a Scarlett que lo entretenga en el almacén ese día. Entro los dos surge una charla rememorando los viejos tiempos. En ese momento aparece India (hermana de Ashley) y pronto corre el rumor de que entre ellos hay algo más que amistad. Scarlett teme la reacción de su marido y éste la obliga a que asista a la fiesta. Allí,  Melanie se muestra muy cariñosa con ella pese a las murmuraciones de los invitados.
Ya en casa surge una fuerte disputa entre Scarlett y Rhett, que está borracho.  Ella intenta huir, pero él la lleva al dormitorio y la fuerza sexualmente. Ella al inicio se resiste, pero después de deja querer. A la mañana siguiente Rhett se ha marchado de casa y no regresa en varios días y cuando lo hace le dice que se lleva a la niña de vacaciones por largo tiempo.

Scarlett se ha quedado embarazada de Rhett, pero cuando la gente se entera piensan que es de Ashley. Al cabo de varios meses regresa Rhett y se muestra frío y distante con ella y sin poder evitarlo le cuenta que está embarazada. Él  le pregunta si es de Ashley. Scarlett se pone fuera de sí y le grita que es de él. En un intento de agresión de ella hacia el marido se cae por las escaleras y sufre un aborto que casi le cuesta la vida. Rhett se refugia en la bebida porque se siente culpable.  Un mes más tarde Scarlett se marcha a Tara para reponerse. Mientras Rhett le vende los aserraderos a Ashley. 

La única alegría del matrimonio es la niña de cuatro años, pero un día saltando una valla se cae del caballo y muere.  Scarlett le echa la culpa al padre y éste se refugia con el cadáver en la habitación durante varios días, sin permitir que la niña sea enterrada.  Es Melanie quien le convence. Tras el entierro ella intenta pedirle perdón a Rhett por todo el daño que le ha causado y porque necesita de su cariño y apoyo. Incluso le dice de volver a tener otro hijo, pero ya es tarde.
Rhett se muestra como un extraño y ella coge a sus otros hijos y se marcha. Estando de viaje recibe la noticia de que Melanie está muy grave tras sufrir un aborto.  En su lecho de muerte, Melanie le ruega que cuide de su hijo y de Ashley. Scarlett regresa a su casa para decirle a Rhett que Melanie ha muerto y que le quiere mucho, pero entonces su marido le dice que se divorcie y se puede casar con Ashley.
Ella, a pesar de decirle que le ama, no logra convencerle de ello. Su amor llega tarde, le dice y, además le confirma, que se irá de casa. Scarlett le pregunta: “ Si tú te marchas, ¿qué será de mí?. Rhett le responde: “Querida mía, me importa un bledo”. Scarlett se va a Tara con la firme convicción de que recuperará a su marido.
La novela deja un final abierto a la imaginación del lector y la incógnita de qué pasará entre Scarlett y Rhett.
La película, por otro lado, es muy fiel a la novela, aunque tiene algunos cambios. Tiene una duración de 239 minutos y se estrenó en el año 1939.  Narra la tormentosa historia de amor entre la obstinada sureña Scarlett, a quien dio vida Vivien Leigh y el mujeriego Rhett Butler, que es interpretado por Clark Gable. Además de Leslie  Howard, como Ashley y Olivia de Havilland, como Melanie.

Los protagonistas, junto al director Fleming.

El film se rodó con cinco directores distintos: George Cukor, y  Víctor Fleming; además de la ayuda de B. Reeves Eason, Sam Wood y William Cameron.

El primer director elegido por el productor David O. Selznick, fue  George Cukor, pero desde el inicio del rodaje hubo desavenencias sobre el guión y lo lento que iba el rodaje. A las pocas semanas abandona Cukor. También se rumoreó que Gable exigió su despido debido a que el director era homosexual y se sentía incómodo.  Pese a ello,  continuó preparando a Vivien Leigh y a Olivia de Havilland. Víctor Fleming estaba agotado y debido a sus problemas de salud tuvo que ser sustituido por los otros directores.
El guionista, Sidney  Howard, quien se llevó un Óscar, logró hacer un magnífico trabajo y lo más fiel posible a la novela. La producción costó en aquellos momentos más de cuatro millones de dólares y contó con más de 50 actores de guión y unos 2400 extras.

Los premios que recibió fueron numerosos: además de ganar 8 Óscar (de los trece a los que competía), la película ganó dos premios especiales de la Academia. La actriz Hattie Mcdaniel, quien daba vida a la negra sirvienta Mammy, se convirtió en la primera mujer negra en ser nominada y ganarlo. Pero ni ella y ninguno de los actores afro estadounidenses que aparecieron en la película fueron invitados al estreno de la misma, ocurrido en Atlanta el 15 de diciembre de 1939. Al parecer las leyes que mantenían la segregación racial en las instalaciones públicas hacían imposible la asistencia.

En cuanto a las diferencias con la novela, en la película se eliminaron los dos hijos primeros que tuvo Scarlett  (Wade y Ella Lorena), por lo que sólo tuvo a Bonnie Blue, hija de Rhett.
Se eliminaron las  abundantes diferencias que hay en la novela con respecto a la situación  política de Georgia tras la guerra y en particular a la amistad de los protagonistas con el gobernador republicano Rufus Bullock.
Un dato importante es la del fallecimiento del padre de Scarlett, que fue distinta en la película y donde se eliminaron escenas y se mezclaron otras, lo que ocasionó la supresión indirecta de Suellen en la muerte del padre de ambas.

Si nos fijamos en algunos datos curiosos, al parecer  la relación que mantuvieron Gable y Vivien no era tan idílica, pero se respetaban.  Unos dicen que Clark comía cebollas y que Vivien optaba por fumar muchísimo, asqueada ante el hecho de que el actor usase dentadura postiza.
El actor Leslie Howard era demasiado mayor para interpretar a Ashley (el personaje debía de rondar los 21 años al inicio del film) para hacerle más joven hubo que ponerle una peluca y una buena dosis de maquillaje.
A Vivian Leigh le sucedió algo similar ya que contaba con 25 años y debía de interpretar a una jovencita Scarlett de 16 años.




La película se estrenó en España el 17 de noviembre de 1950, ya que la censura no dejó exhibirla antes: Madrid (Palacio de la Música) y Barcelona (Windsor Palace), y estuvo en cartel casi un año. En la televisión la pudimos ver el 27 de junio de 1986 en TVE y más de 20 millones siguieron la emisión.

Selección de actores:   la producción fue una de las más caras de su época (4 millones de dólares)   David Selznick no escatimó en gastos y no  fue una tarea fácil encontrar a su Scarlett. Más de 1400 mujeres se presentaron para el papel protagonista, entre las que se encontraban actrices de la talla de Joan Crawford, Bárbara Stanwyck , Elizabeth Taylor o  Katharine Hepburn, pero ésta última no estaba interesada porque había que someterse a algunas pruebas. Un casting que duró dos años, pero que al final se decantó por la inglesa Vivien Leigh. Su interpretación la llevó al estrellato. Más tarde, en una memorable interpretación al lado de Marlon Brando en “Un tranvía llamado deseo” lograría su segunda estatuilla. Murió con 53 años.

Para interpretar a Rhett, el productor negoció con Gary Cooper o Errol Flynn. Cooper rechazó el papel alegando que la película sería un fracaso. Magnífica la elección de Clark Gable. Conocido por su bigote fino, el actor conquistó a muchas mujeres, llegando a casarse cinco veces. Murió de un ataque al corazón con 59 años. Dato curioso es que Gable era el actor favorito de Hitler y éste, conociendo que estaba combatiendo en el conflicto mundial, ofreció una recompensa para el que se lo entregase vivo.

Una obra, en fin, a la que le queda vida por muchos años que cumpla. 




Águeda Conesa


RECOMENDACIÓN 34: UN DIOS SALVAJE

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Moralmente se supone que debemos dominar nuestros impulsos, pero a veces uno no quiere dominarlos. ¿Quién quiere rezar un Ave María cuando está follando?





Un dios salvaje (Le Dieu du Carnage) se estrenó en París en Diciembre de 2006, pero no fue hasta la primavera de 2010 cuando tuve la oportunidad de verla en España. Y fui a verla dos veces. Por algo sería. Y es que esta obra de Yasmina Reza me fascinó desde que leí el argumento en no sé qué revista.

El argumento parecía sencillo, incluso algo insípido en su sinopsis: dos niños se han peleado y los padres de ambos de reúnen para tratar el asunto. Pero la cosa va más allá. Uno de los niños ha lisiado al otro con un palo en la boca, entrando en cuestión no sólo temas relacionados con el pago de los gastos médicos, sino también otras cuestiones morales sobre la educación de los hijos.

El tema de la paternidad es lo de menos aquí (poco me interesa, aunque no sea políticamente correcto decirlo, claro). El quid de la obra no es ese, aunque a priori lo parezca. Se tratan cuestiones mucho más profundas y antropológicas: el dios salvaje.

Ambas parejas, comportándose civilizadamente (y no).

La racionalidad se pierde, señores. O se puede perder cuando entra en debate ciertos temas, no sólo relacionados con la educación de los hijos, sino con cuestiones más importantes, si cabe: lo que somos, lo que quisimos ser y nunca pudimos, lo socialmente aceptado, el saber estar en ciertas situaciones (hipocresía, orgullo, costumbres, bla bla bla). Y es que no siempre sacamos a la luz lo que llevamos dentro, eso está claro. Pero a veces, sólo a veces, cuando nos encontramos en situaciones extremas o poco controlables, es cuando ese dios salvaje puede con nosotros y sale a la luz. Y en el fondo, nos encanta. Piénsenlo un momento.

Es, quizá, una de las formas en la que nos sentimos realmente libres, auténticos, puramente humanos en el sentido más estricto de la palabra. Nos dejamos llevar por nuestros instintos (aunque el término no sea totalmente acertado; ¿impulsos?), y por un momento somos capaces de decir lo que pensamos, de hacer cuanto queremos, de gritar o dar un golpe si es preciso. Espero que no me malinterpreten; la cosa no es fácil de explicar. No se trata de la idea "estoy enfadado y grito"; no. Es más bien un "lo que toca es ser correcto y civilizado, pero pierdo los papeles porque soy humano". 


El reparto en España.
La primera vez que vi la obra de teatro, reconozco que salí agitada. No tanto cabreada (me había encantado), sino más bien excitada por el desarrollo de los hechos. Sucede todo en una sola habitación, donde los cuatro padres (en España, Aitana Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero) charlan sobre el comportamiento de sus hijos, primero civilizadamente, pero luego surge la lucha y sale el dios salvaje. La postura conciliadora acaba rompiéndose hasta un punto altamente violento donde los cuatro pierden los papeles.

Definida como “comedia negra”, en más de la mitad de la obra (en España, con la magnífica adaptación del filólogo Jordi Galcerán) uno se ríe, incluso a carcajada limpia. Las situaciones extremas en las que los protagonistas se ven inmiscuidos resultan tan cómicas como agobiantes. Ni todos son tan buenos ni todos son tan malos: ni la madre correcta es tan correcta, ni el dudoso buen padre está tan equivocado, ni el matrimonio es perfecto pareciéndolo. En un momento extremo, todos podemos perder esos papeles que desempeñamos a diario. Y eso es lo verdaderamente fascinante de la obra: ver que no somos perfectos, que tenemos dentro ese dios salvaje que no controlamos, y que nos pasa a todos, seamos más guapos, más ricos o más padres. Y pobre del que no sienta esto, ¿no?


Los protagonistas con Roman Polanski.
Y es en 2011 cuando mi amado Polanski nos trae Carnage a la gran pantalla, una coproducción Francia-Alemania-Polonia-España (total, nada). En este caso, nos encontramos con la misma situación (quitando más de una hora de duración): los padres, Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly, acaban metidos en una pelea a cuatro bandas donde salen sus instintos más primitivos, donde todos acaban diciendo en voz alta lo que realmente piensan.

Que durara menos la película en cierto modo se agradece, y no porque sea mala, sino porque la tensión se reduce: no llegas a sentir esa agresividad, ese dios salvaje que saltaba del escenario del teatro para metérsete dentro y llenarte de hostilidad. Algo parecido se sentía también en Arte, de la misma dramaturga. Aquí apenas te da tiempo a agitarte tanto como en el teatro: en apenas hora y media los acontecimientos se suceden del mismo modo, sólo que las situaciones no se alargan tanto. La película, por cierto, se rodó en París debido a esos problemas legales del director (que no puede viajar a Estados Unidos), aunque la historia se desarrolla en Nueva York.

Se convierte así una simple reunión de padres cuyos hijos se han peleado en una auténtica reflexión sobre la individualidad y el rechazo de lo socialmente aceptado. Es la escena sobre la estupidez humana (adulta, más bien) llevada al extremo, donde los padres supuestamente civilizados pierden los papeles y muestran su yo más auténtico. Yo lo definiría casi como un estudio antropológico: cuatro personajes encerrados (cuál de ellos tienes más ganas de salir de allí...) y puestos a prueba como ratones en jaulas, sometidos a la ciencia y a la observación, mientras nosotros observamos lo que ocurre, y nos reímos, sí, pero cuánta realidad hay ahí.


Una obra para reflexionar, para pensar qué somos realmente o a qué estamos sujetos en la sociedad sin quererlo. Pero ojo: si estáis cabreados, mejor para otro momento.

Ah, me quedo, por cierto, con el magnífico Waltz. ¡Grande!






Noelia Illán




RECOMENDACIÓN 35: LA PASIÓN TURCA.

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LA PASIÓN TURCA





Creo que la mujer, más que el hombre, 
está hecha para la aventura transoceánica del amor.

Antonio Gala.



Antonio Gala Velasco nació en Brazatortas (1930), un pueblo pequeño de Ciudad Real.  El escritor tiene allí una placa que reza “Aquí nació el escritor cordobés Antonio Gala”. Nunca habla de ese pueblo, aunque su padre fue médico de dicho lugar. Quizás sea debido a que se marcho a Córdoba muy niño y no echó raíces allí.

Tengo que confesar que no es de mis escritores favoritos, pero no hay duda alguna de que Gala ha cultivado todos los géneros (periodismo, poesía, novela, relato, ensayo, guión televisivo….) y eso es de admirar. En la actualidad intenta luchar contra un cáncer.

“La pasión turca” me enganchó desde el primer momento que llegó a mis manos, entre otras cosas, porque no hay nadie como Gala para describir las pasiones y los sentimientos de la mujer. La primera parte de la novela te engancha y absorbe. Sin embargo, he de reconocer que  la acción que trascurre en Estambul se hace pesada en algunos tramos.

Al final no dejas de preguntarte: ¿Cómo se puede perder el juicio de la manera que lo hace la protagonista y abandonarlo todo por un amor egoísta y promiscuo? La novela de Gala nos relata la tormentosa pasión entre Desideria (española) y  Yamán (un turco). Nos habla de cómo ese amor gobernará y destruirá la vida de esa mujer.

La novela está bien narrada y explicada en los cuatro cuadernos en los que Desideria nos desgrana su vida, estando ya viviendo en el país turco. Cómo es capaz de hacer cualquier cosa por estar al lado de la persona que cree amar. No le importan las humillaciones, los malos tratos o la gran dependencia física y emocional que tiene hacia ese hombre. Las páginas finales de la novela  proceden del relato de Pablo Acosta, amigo de Desideria, y que traja para la Interpol.

Desideria es una chica de provincias que se casa con Ramiro, que es bastante religioso.  Ella cree que tiene una vida acomodada y sin sobresaltos. Su marido no la satisface en la cama ni consigue tener un hijo. Para salir de la monotonía suelen hacer viajes con bastante frecuencia, acompañados por dos matrimonios amigos (Felisa y Arturo y Laura y Marcelo). El último viaje que realizan es a Turquía. Allí  Desideria se enamorará de Yamán, que es, entre otras cosas, el guía turístico del viaje. Entre ambos se inicia una relación sexual muy pasional.

A su regreso a España ya nada será igual en la vida de Desi. Abre una tienda de alfombras con el fin de hacer “escapadas” al país turco, con el único fin de seguir esa relación amorosa. En uno de esos encuentros se queda embarazada. Se lo confiesa a su marido y éste, que no puede tener hijos, acepta ese embarazo siempre que ella rompa con Yamán.

Todo parece ir bien en la vida de Desi, pero a los dos meses de nacer Carlos, éste fallece y, tras el entierro del niño, ella abandona al marido y se marcha a Turquía en busca de Yamán. Ya en Estambul vivirá con Yamán humillaciones y vejaciones. Incluso se someterá a un aborto y no volverá a tener más hijos, todo por conservar a ese hombre. Al final, Desideria no puede aguantar más los celos y la vida que lleva con él y tomará una determinación.

La película la dirigió y adaptó Vicente Aranda en 1994. Está protagonizada por Ana Belén (Desideria), Georges Corraface (Yamán), Ramón Madaula (Ramiro), Silvia Munt (Laura), Helio Pedregal (Arturo), Loles León (Paulina), Francis Lorenzo (Marcelo) y Blanca Apilánez (Felisa), entre otros. El film logró un premio Goya a la mejor banda sonora, compuesta por José Nieto.



Antonio Gala y Aranda no lograron ponerse de acuerdo con el final de la película.   Aunque se rodaron dos finales, el escritor no ayudó en el rodaje. En la adaptación de Aranda, éste optó por el desenlace en el que ella dispara a Yamán y huye. Hay que indicar que Vicente Aranda realizó bastantes cambios con respecto a la novela.

El rodaje en Estambul se realizó bajo amenazas de muerte debido a los resquemores de los turcos con algunos aspectos de la novela. Se ha publicado que Aranda contó con la protección de cincuenta policías.
En un principio el director pensó en la actriz Victoria Abril para el papel protagonista, pero al final optó por Ana Belén. Quizás prefirió la sensualidad de ésta al erotismo de Victoria.

Ana Belén contaba con 43 años de edad cuando rodó la película y realmente demostró una gran madurez sexual al interpretar las escenas de alto contenido erótico. Pienso que supo regalarnos todo un recital dramático y erótico a la vez. El papel de Desideria tuvo que ser duro de interpretar, pues a veces encarnaba a una mujer dura, fría, madura, contradictoria, fuerte y débil, a la misma vez que apasionada, erótica y sensual.

Georges Corraface interpretó al turco Yaman (El Único). Francés de nacionalidad y, que allá por los años 90, objeto de deseo de muchas mujeres (y seguro que de algún hombre también), en nuestro país era un actor desconocido pero “La pasión turca” lo acercó a nuestro cine y al idioma, pues no conocía el castellano. Tras el éxito de la película rodó alguna obra más, pero sin tanta repercusión. Personalmente, no me gustó el personaje de Yamán, quizás por ser un individuo egoísta, maltratador, promiscuo, sin escrúpulos  y que usaba a las mujeres como objetos para su lucro.

Como siempre recomiendo la lectura de la novela y la visualización de la película, aunque en este caso las diferencias son más numerosas que en el caso de otras adaptaciones.







RECOMENDACIÓN 36: GOTHAM, SERIE BASADA EN EL UNIVERSO BATMAN

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Como ocurre con Jesucristo, poco se sabe de la infancia de Bruce Waine (la comparación es curiosa, pero bastante acertada). ¿Qué ocurrió con el pequeño heredero desde que un bandido matara a sus padres y hasta convertirse en el murciélago justiciero? Y más allá, ¿Cómo urdieron los malvados a los que se enfrenta sus planes para dominar Gotham y el mundo?

Gotham trata de responder a esos interrogantes a través de la figura de Jim Gordon, el policía al que Batman acude con asiduidad, su cómplice en el lado de la ley, protagoniza esta serie de FOX, que ya cuenta con una primera temporada completa y que cumple, con éxito, la función de introducir al público en el universo de la Gotham pre-murciélago.

Jim Gordon llega a la ciudad con ganas de convertirla en un lugar mejor. Pronto se da cuenta de que Gotham es un organismo corrupto en el que todos los engranajes (maleantes de la más baja estofa, grandes mafiosos, policías y políticos) están conectados y fluyen en una misma dirección. Algo que el policía se propondrá cambiar con mano firme.
El proyecto televisivo no es más que una serie de policías al uso, con el aliciente de que los locos que cometen las barbaridades son El Pingüino o El Espantapájaros. Personajes, por otro lado, mucho menos caricaturizados que en cualquier de las películas de Batman (Sí, incluyendo las de Bale, aunque el perfil de todos los personajes en esta trilogía son mucho más realistas). La serie, que juega con las tramas de capítulo sustentadas con una gran historia general que lo envuelve todo, muestra la parte más humana de buenos y malos y justifica, vaya si lo hace, el proceso de transformación de personajes como El Pingüino, una de las mejores interpretaciones de la ficción.

Destaca también el papel de Alfred, el mayordomo fiel de la familia Bruce. Él, que siempre ha tenido un papel llamativo, pero discreto en las películas, toma aquí especial protagonismo y se presenta como mentor del joven Bruce. Otro destacado personaje es el compañero de Gordon en la policía: Harvey Bullock es un policía de los de la vieja escuela. Con procedimientos más cercanos a los de los sicarios, pero con un buen corazón. La evolución de este personaje durante la primera temporada también se queda guardada en la retina.

Gotham es una ficción muy digna, una serie que, de tener largo recorrido, aportará un valor añadido a los seguidores del murciélago. ¡Vamos, Jim Gordon, hay un par de malos ocultos en la noche!
Daniel J. Rodríguez

RECOMENDACIÓN 37: THE ROAD.

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THE ROAD



Lo confieso.
Soy súper fan de las películas apocalípticas, de los zombis y de las historias donde el mundo parece terminarse con un mega cataclismo que no nos esperábamos. Me gustan los relatos fílmicos donde la tierra está desolada, seca, muerta, y los supervivientes luchan contra viento y marea para no morir de hambre. No es necesaria la sangre; no hace falta para crear el terror si la historia es buena. Un volcán, un terremoto, un meteorito que –qué casualidad- nos cae encima, un virus que mata, un ataque zombi. Me encantan.

Comencé a leer THE ROAD, de Cormac McCarthy, hace unos cuatro años; sé que era invierno, porque me recuerdo leyéndolo junto a la chimenea muerta de frío (no el real, sino el literario). Tuve que dejar de leerlo. Y no fue sólo por el frío, sino porque pensé que me iba a morir de pena, de desolación (algo así me pasó con LA CEGUERA, de Saramago, pero esa sí la terminé). Me invadió tal sensación de angustia que no terminé el libro, y no es algo que me califique precisamente (aunque, viendo cómo está el mundo, tampoco pasa nada si uno no acaba un libro; no estamos para perder el tiempo).



Lo cierto es que me enganchó mucho, y a veces se me pasa por la cabeza la idea de retomarlo, pero es de los pocos relatos que ciertamente me han dejado k.o., sin ganas de continuar una línea más. Dos terceras partes las devoré, pero con esa angustia de los niños cuando no les gusta el plato.

La novela ganó el Pulitzer en 2007, y cuenta la historia de un padre que viaja junto a su hijo camino de la costa en un mundo desolado, sin vegetación, donde reina el desamparo, la soledad, la oscuridad más terrorífica. ¿Qué ha pasado? No se sabe. Juntos, con un mapa y apenas cuatro trapos y algunas latas, emprenden el camino a la costa en busca de vida, de futuro.

En 2009, y para grata sorpresa mía, aparece la adaptación cinematográfica, dirigida por John Hillcoat y escrita por Joe Penhall, con un magnífico Viggo Mortensen y un pequeño Kodi Smit-McPhee (que luego aparecería, por cierto en la estupenda DÉJAME ENTRAR). El mismo paisaje: oscuridad, desierto, muerte, soledad, silencio, frío. Pero me animé a verla, porque al fin y al cabo eran dos horas de padecimiento… Podría aguantarlo.

Salvo el final –del que no puedo hablar por desconocimiento- la película sigue la historia del libro sin apenas diferencias. El mundo es un auténtico páramo por algo que no se sabe, y ese padre sin nombre se encamina con su cachorro a la costa en busca de un futuro mejor (o al menos, un futuro). En su ruta, tendrán que ir sorteando los peligros que acechan, ya no sólo la posibilidad de morir de hambre o de frío, sino incluso ser devorados por los caníbales.

Al mismo tiempo, el viaje de ambos se convierte en un viaje iniciático, un curso intensivo del padre al hijo para enseñarle todo lo que debe saber para sobrevivir si él no está. La sociedad ya no es la de antes, y los valores que antes regían el mundo han dejado de existir. El padre es todo un momento la imagen de la cordura, la representación del anhelo por sobrevivir, por encontrar una salida y no tirar la toalla. El hijo es, sin duda, la imagen de la esperanza: el futuro que le espera al ser humano pese al estado catatónico del mundo.



Esto es normal en este tipo de películas: una embarazada, un niño, o incluso un perro que ladra en alguna parte, o una planta que comienza a crecer y recibe unos leves rayos de sol. Siempre, por muy apocalíptica que sea la historia, hay esperanza, hay una muestra de que no todo está perdido. Y es el niño el que se encarga de recordarlo en varios momentos del viaje: cuando se encuentran con el anciano temeroso, o cuando aquel hombre les atraca. Siempre el padre será la cordura, casi la psicosis por sobrevivir, que no cede en nada y casi ha perdido la fe en el ser humano; y el niño será el otro lado de la moneda: la inocencia, la pureza, el que cree que la humanidad no está perdida.

Entre las críticas, me quedo con la de Tom Chiarella de Esquire, que la calificó como "una brillante adaptación de una aclamada novela, una mirada anacrónica a la presuntuosidad y la rudeza de nosotros mismos. Quieres que lleguen, quieres que lleguen, quieres que lleguen... y sin embargo al final no quieres que acabe".

La novela, como la película, está llena de silencios que acentúan esa sensación de desamparo y desierto. Otro elemento fundamental de la historia son los sueños, esos flashbacks del padre sobre un pasado más hermoso con la madre del niño (a la que por cierto se le da más protagonismo en la película que en el libro). Todo ello hace que nos preguntemos en cada momento qué ha pasado, hasta que cedes ante la prosa de McCarthy: no importa qué pasó realmente. Lo fundamental es la lucha del bien y del mal, de la cordura del ser humano que mantiene sus valores, opuesta a ese salvajismo de los caníbales, hombres que han decidido sobrevivir a su manera, traspasando los límites de la naturaleza.



De este tipo de relatos, quizá THE ROAD se ha convertido en uno de mis favoritos, y no sólo por lograr trasmitirme esa sensación casi real de angustia, sino por todo el debate social y de valores que conlleva. La lucha del bien contra el mal (o al revés) en un mundo destrozado y sin apenas esperanza, donde se han perdido los valores, donde el ser humano ya no es el que era. 

Al final , si lo pensamos bien, no es distinto de lo que pasa hoy. Sólo falta el perro que ladra a lo lejos.


 Noelia Illán


RECOMENDACIÓ 38: LA REINA DE ÁFRICA.

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LA REINA DE ÁFRICA




 Pasaría más tiempo con mis hijos; ganaría el dinero antes de gastármelo; aprendería los placeres del vino en lugar de los de las bebidas fuertes; no fumaría cuando tuviera pulmonía y no me casaría por quinta vez.
John Huston


Cecil Scott Forester fue un novelista histórico, periodista, biógrafo y guionista británico. Nació en El Cairo en 1899. Sus principales obras las conocemos, ante todo, por el cine.  Forester es autor de una serie de novelas sobre el marino Horatio Homblower, combatiente en las Guerras Napoleónicas, una de las cuales, El Hidalgo de los mares, fue llevada al cine e interpretada por Gregory Peck.

Hoy me centraré en La Reina de África (1935).  A pesar de que el esquema de las novelas de Forester suele ser bastante repetitivo, el egipcio sabe conjugar muy bien los datos ficticios con los reales. Sin embargo, al parecer, la novela La Reina de Áfricatiene dos finales distintos: uno para la edición americana y otro para la inglesa. El motivo lo desconozco, pero al parecer ninguno de los dos finales le satisfizo. Tampoco al director de la película Huston ni al guionista James Agee, por lo que optaron por un final feliz.
La Reina de África es todo un clásico que se ganó estar entre las novelas de aventuras o en la historia dorada del cine.  El ritmo es trepidante, tanto en la lectura como en la película.

La cinta fue dirigida por John Huston (1951). Obtuvo tres nominaciones: al mejor director (Huston), mejor actriz principal (Hepburn) y al mejor guión (James Agee), pero la estatuilla se la llevó Bogart, como mejor actor principal. Sería el único Óscar en su trayectoria cinematográfica, con un papel muy distinto a los que solía interpretar (gánster o detectives privados).


Personalmente, pienso que es una película de obligado visionado para todos los amantes de las aventuras. Es de las llamadas de “primera clase”. La historia comienza en Uganda, allá por el año 1914. En Europa ha estallado la Primera Guerra Mundial.  Los alemanes han destruido la misión metodista de Rose Sayer (Katharine Hepburn) y han asesinado a Samuel Sayer, reverendo de la misión y hermano de Rose.
Ésta no tiene otra solución que escapar con Charlie Allnut (Humphrey Bogart). Charlie es un marinero maduro, fumador empedernido y alcohólico que abastece los poblados del este de África con un pequeño barco al que bautizó con el nombre de “La Reina de África”. 

El viaje es muy peligroso y lleno de riegos a los que hay que sumarle las disputas entre la pareja protagonista, de muy opuestos caracteres.  Rose es una solterona estirada y muy creyente. Charlie es un borracho fracasado, y ambos deben convivir en una barcaza ruinosa, pero capaz de hacer cosas increíbles y en circunstancias muy extremas.  La barca en cuestión es la tercera protagonista del film. Siempre averiada y en la que se viven riesgos, enfados monumentales, risas y, también, amor e intimidad.

Al inicio de la película observamos a un Charlie que sólo bebe alcohol y a una Rose que sigue el ritual de preparar el té. Sin embargo, a lo largo del recorrido por el río, que está plagado de sorpresas (enemigos alemanes, mosquitos enormes, sanguijuelas, cocodrilos, rápidos y cascadas), Rose se vuelve menos intransigente con el alcohol, pues acaba pidiéndole perdón por tirarle las botellas por la borda.  
Al principio de la aventura, Charlie sólo quiere ponerse a salvo de los alemanes, pero finalmente es convencido por Rose para atravesar el río hasta la desembocadura en el lago Victoria, con el objetivo de hundir un gran vapor alemán, con el que los germanos controlan la zona africana.

Finalmente llegan al lago donde se encuentra anclada la patrullera “Louisa”. Allnut dispone de unos torpedos en su lancha, pero tanto él como Rose son capturados antes de que puedan llevar a cabo su ataque. Condenados a morir ahorcados, piden como última voluntad que se les permita contraer matrimonio. Entretanto, el “Louisa” se va deslizando por el agua hasta colisionar con los restos de “La reina de África” y saltar en pedazos. Los dos prisioneros salen despedidos y caen al agua, libres de todo peligro.

En un principio el film fue encargado a Howard Hawks, pero éste rechazó el proyecto. El encargado de dirigirla fue John Huston, que logró convertir una novela trágica en una película divertida llena de acción, humor y romance.  Rodó en exteriores, cosa que por aquella época no era muy habitual (1950).  El director estaba convencido de que el rodaje en localizaciones reales y remontando 1500 kilómetros de río era la única forma de hacer creíble su historia. Su estancia en África fue aprovechada para cazar, sobre todo ansiaba abatir a un elefante blanco. Más tarde, esta historia de los elefantes la aprovechó Clint Eastwood para rodar Cazador blanco, corazón negro.

En el guión de la película participaron Huston y James Agee (poeta, novelista y crítico de cine). Agee sufrió un infarto y no pudo ir a África- También participó Peter Viertel, pero no apareció en los créditos pues abandonó el rodaje al estar exasperado con los actos de Huston.


Y en el reparto, la friolera de Humphrey Bogart, Katharine Hepburn, Robert Morley, Peter Bull y Teodore Bikel. Huston reunía, por vez primera, a dos “grandes” del celuloide como eran Bogart y Hepburn, quienes nos hicieron disfrutar de un duelo interpretativo maravilloso.  La química que hubo entre ellos fue clave para el éxito de la película. Bogart acabó admirando a su compañera de rodaje por el buen humor que irradiaba siempre aunque estuviera llena de hormigas: “¿Cómo es posible que esta mujer aguante, si tiene hormigas hasta en las bragas?”, decía el actor.

Creo que el anecdotario de la película es de los más extensos en los rodajes de Hollywood debido a las numerosas penalidades acaecidas. Rodaron durante 9 semanas en el Congo Belga y Uganda, pues en Kenia no les dejaron entrar con armas. Imagino que Huston pensó que si los actores sufrían tanto como los protagonistas sería mucho más creíble la historia. Casi todo el equipo de rodaje cayó enfermo de disentería y malaria, menos Huston y Bogart, que nunca bebieron agua, sólo el whisky que llevaron.

Hubo incidentes con serpientes venenosas y animales salvajes. No faltaron las lluvias torrenciales, invasión de hormigas soldado, avispas negras y mosquitos gigantes. La escenas dentro del agua tuvieron que rodarse en un enorme tanque de unos estudios británicos, pues el agua del río estaba infectada de esquitosomas (parásitos que se introducen en el sistema venoso y las discapacidades que producen pueden llegar hasta causar la muerte).

El calor y la humedad eran insoportables, de hecho los técnicos tenían que enterrar las latas con la película filmada en fosas bajo tierra para evitar que el sol y la humedad las destruyera. También llegó a hundirse la embarcación en pleno rodaje y tuvieron que sacarla con cuerdas entre todos los que formaban el equipo.

En una de las escenas de la película, las sanguijuelas debían cubrir el pecho de Bogart, eran falsas, pero Huston le hizo creer que eran de verdad debido a un error del encargado de los efectos especiales. El actor, horrorizado, rodó muy deprisa la escena con gestos de repugnancia, dato que aprovechó Huston para darle más credibilidad a la escena.
John Huston llamó a Bogart para ofrecerle el papel, éste le dijo a Lauren Bacall (su esposa por entonces y a la que se llevó al rodaje) que:” El Monstruo (Huston) quiere que vaya a rodar en plena selva africana, con cuarenta grados a la sombra, en una aldea plagada de mosquitos y rodeada de animales salvajes. Naturalmente, he aceptado”. Y es que Bogart decía del director con el que trabajó en El halcón Maltés" que era la única persona capaz de beber más whisky que él en una sola tarde.  ¡Dios la cría y ellos se juntan!

Dicen que Katharine Hepburn era una fanática de la higiene y al enterarse que iba a África, durante el rodaje revisaba a los miembros del equipo por si habían cogido piojos. Bogart y Huston no cesaban de gastarle bromas por ese motivo de la higiene.



Quizás lo peor de la película fueron los efectos especiales, algunos bastante malos (que tener en cuenta que estaban en el año 1950), pero resulta una magnífica obra que debemos revisitar.


Águeda Conesa




RECOMENDACIÓN 39: EL CLUB DE LA LUCHA.

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EL CLUB DE LA LUCHA




La primera novela publicada de
 Palahniuk nos narra en primera persona la vida de un protagonista cuyo nombre desconocemos. Este hombre es el reflejo de la sociedad de su tiempo. Es un hijo de la generación X que ha crecido en un mundo prefabricado donde todos los comercios son franquicias, hay un Starbucks en cada esquina  y la publicidad invade  espacios públicos y privados. Este hombre no ha tenido ninguna experiencia real en este mundo civilizado. No ha combatido en ninguna guerra y todo lo que hace es antinatural. Después de dar muchos tumbos para encontrar su lugar en el mundo, consigue realizarse cuando conoce a Tyler Durden y forman un club muy especial: El Club de la lucha.

Ocho son las reglas del Club de la Lucha:

1-La primera regla del Club de la Lucha es: Nadie habla sobre el Club de la Lucha.
2-La segunda regla del Club de la Lucha es: Ningún miembro habla sobre el club de la Lucha.
3-La tercera regla del Club de la Lucha es: La pelea termina cuando uno de los contendientes grita "basta".
4-La cuarta regla del Club de la Lucha es: Solo dos hombres por pelea.
5-La quinta regla del Club de la Lucha es: Solo una pelea cada vez.
6-La sexta regla del Club de la Lucha es: Se peleará sin camisa y sin zapatos.
7-La séptima regla del Club de la Lucha es: Cada pelea durará el tiempo que sea necesario.
8-La octava regla del Club de la Lucha es: Si esta es tu primera noche en El Club de la Lucha... TIENES que pelear.







Este club tiene éxito en una sociedad de hombres huérfanos de padre que no han tenido la oportunidad de demostrar su “hombría” en ninguna guerra. La filosofía del Club de la Lucha parece reivindicar un estado primitivo del ser humano, alegando que la vida que llevamos no es nada natural. Una forma de alcanzar este estado primitivo es la lucha.

En el mundo que imagino se cazarán alces en los bosques húmedos de los cañones que rodearán las ruinas del "Rockefeller Center". Se llevarán ropas de cuero que durarán toda la vida. Se trepará por lianas tan gruesas como mi muñeca que envolverán la torre "Sears". Y cuando se mire hacia abajo, se verán pequeñas figuras humanas machacando maíz y secando tiras de carne de venado en el asfalto de alguna gigantesca autopista abandonada.

Los miembros del club de la lucha son varones que han crecido con padres ausentes, criados por sus madres. No tienen una figura masculina clara y usan el Club para reafirmarse. Un ejemplo de esto lo tenemos en Bob, que por un problema hormonal ha desarrollado pechos femeninos. Es un hombre feminizado que encuentra su realización en la lucha violenta.  Entre los miembros de este club no se encuentra ninguna mujer. El único personaje femenino es el de Marla Singer, una mujer de carácter autodestructivo. Entre los tres personajes se crea un triángulo amoroso en el que el Protagonista desea a Tyler, Tyler desea a Marla y Marla al Protagonista.


 Alguna vez se ha comentado los tintes homosexuales en la relación entre Tyler y el Protagonista, pero parece que el deseo del Protagonista por Tyler es más una cuestión de admiración y de querer ser como él que sexual.



Chuck Palahniuk consigue hacer un gran retrato se la sociedad consumista y artificial en la que nos encontramos. Además transmite un mensaje nihilista bastante peligroso, pero que al lector, más que animarlo a la destrucción del sistema, le sirve de catarsis. Parece que el sistema capitalista necesita de la aparición de obras nihilistas de este tipo que nos hagan soltar la presión, sentirnos animales por unos momentos y continuar viviendo bajo las mismas condiciones que decimos despreciar tras escuchar las palabras de Tyler Durden.

Tres años más tarde de la publicación del libro, en 1999, David Fincher dirige la adaptación al cine. El propio Palahniuk dice de ella que han conseguido mejorar  la obra escrita. El reparto es el idóneo: Brad Pitt Elena Boham Carter y Eduard Nortom.  Fincher viene de dirigir Seven y El Club de la Lucha tiene muchos en común con ella como el tratamiento de la iluminación. El director aprovecha para usar muchos efectos de sonido y distorsión, ya que el argumento lo permite. La lista de detalles y curiosidades sobre el film es eterna  y sólo hacen falta unos minutos navegando en la red para ver que hay fotogramas subliminales a lo largo de la película, que en cada escena hay una taza de Starbucks o que la escena de sexo entre Tyler y Marla está hecha por ordenador. 

La película le añade al libro todo lo que le hacía falta para redondearlo. La música, que en el formato libro no se puede incluir, ofrece una atmósfera desconcertante similar a la que sufre el protagonista por su falta de sueño. La banda sonora compuesta por los Dust Brothers nos engancha desde el principio.





Junto con una banda sonora que se adecúa perfectamente al argumento, tenemos elementos como la iluminación o el vestuario que dinamizan la acción. Las ropas de Tyler Durden lo hacen parecer un proxeneta, pasamos de las camisas perfectamente planchadas a la ropa sucia y arrugada.  La película consigue captar la esencia de la novela y darle todo el movimiento y fuegos artificiales  que necesita una obra así. Estoy de acuerdo con Palahniuk y creo que este es uno de los casos en los que la película es mejor que el libro, aunque tengo que decir que el final del libro cambia sutilmente y tiene una mayor carga significativa, aunque sea menos espectacular que el final del film.


Una película para los que aborrecen el sistema en el que vivimos y para los que quieran disfrutar de diálogos inteligentes. 



EL CLUB DE LA LUCHA 2

El comentario podría acabar aquí, pero en mayo de este año salió a la luz la segunda parte del Club de la Lucha. Esta vez en forma de cómic con guión del propio Chuck Palahniuk. La acción se desarrolla unos años después de la primera parte. Marla y el Protagonista están casados y Tyler amenaza con volver. Sólo están disponibles los tres primeros números del cómic en inglés, pero continúa con el estilo de las obras precedentes. El cómic parece el formato perfecto para unir literatura y cine. Muchas de las escenas del cómic están tratadas de una forma muy cinematográfica. El formato cómic también obliga que tengamos menos diálogos brillantes como los que aparecen en el libro y la película. Permaneceremos atentos al desarrollo de este club que continúa ganando adeptos 




Samuel Jara




RECOMENDACIÓN 40: "LA PLENITUD DEL ARCANO".

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La plenitud del arcano




My mother said
to get things done
you'd better not mess
with Major Tom.

David Bowie, Ashes to Ashes


ΗΙθάκησέδωσετωραίοταξείδι.
Χωρίςαυτήνδενθάβγαινεςστονδρόμο.
Άλλαδενέχεινασεδώσειπια.

Κιανπτωχικήτηνβρεις, ηΙθάκηδενσεγέλασε.
Έτσισοφόςπουέγινες, μετόσηπείρα,
ήδηθατοκατάλαβεςηΙθάκεςτισημαίνουν.

Constantino P. Cavafis,Ιθάκη



Also sprach Zarathustra emerge con pasos firmes, conturba, pero se impone triunfante, gloriosamente grandiosa, y colma de luz.

Los primates en algún lugar que posiblemente calificarán de Tierra, suya por derecho propio, ganada a pulso y gritos contra demás especies, incluso contra ellos mismos. Nada que reseñar, mas que la evolución se va apoderando de ellos a través de la violencia, no en vano la bipedación surge de una pelea, imponerse a un antes par, significa la convivencia de dos estadios en la evolución humana. Y mientras el espectador aprende a la vez que el mono a desenvolverse por ese páramo, un punto de vista excepcional el de toda la película, se produce la evolución, o puede que involución, más relevante: el temor.

Una mañana cualquiera, el espectador y los monos, vemos un monolito, una estructura que parece metálica, nosotros al menos contamos con la ventaja de saber de qué material puede estar forjada, pero los monos, parece que no. Todas las preguntas se activan, pero surge la inquietud, la morbosidad que impele a saber que si se toca la columna nos habremos cruzado para siempre a nosotros mismos; la amenaza de sentirse invadido en el lugar que creías seguro, hostigado, asaltado, a la merced de cualquier cosa, todo se vuelve peligroso, desafiante; y si sigues ahí, puede que solo sea por la risa de alguien, que por compasión, se apiadó y tuvo merced de ti.


Y a la vez que aprendemos a concebir una superchería, una religión, una entidad que nos hace cerebrales y espirituales y nos despierta al dolor de no ser solamente unos entes que comen, duermen y se perpetúan… ¿Somos víctimas de la inconsciencia? ¿De la locura? ¿Del poder de la raza humana sobre el resto de animales que pueblan ese planeta? El cansado placer de envanecerse, nublarse, ser más humano siendo la peor bestia. Solo requiere la estrella de un cráneo, de momento. En Apocalypse Now (Coppola, 1979) llegaremos ya a la sangre del toro, al fin.


No escribo con ínfulas de ser la enésima vidente de 2001: A Space Odyssey (Kubrick, 1968). Desconozco la intentio auctoris e ¿importa? 2001 es un producto tan sumamente sugerente, que cada fotograma ofrece miles de madejas que deshilar. ¿Un laberinto? No tiene porqué si aceptamos de buen grado el punto de vista otorgado al espectador, y es la inclusión total en la película, el tratamiento de igual a igual, no necesitamos prolegómenos, ni explicaciones, ni exposiciones, solamente dejar nuestro cuidado olvidado en cada fotograma.

Y una de las mejores prolepsis que he visto en cine, hasta ahora —el tiempo es cruel—, es la del cambio del desgarbado hueso maloliente y ocre por la música de las esferas de la nave, flotando armoniosa en An der schönen blauen Donau. El universo parece tan ordenado, equilibrado y sereno, que estar en un no espacio, en ningún planeta, es una caricia voluptuosamente relajante, adormece sonrientemente saber cómo va a ser el final; y si no, dejarse apresar de buen grado en la repetición eterna del gorgoteo del mito.

Asistimos a la llegada del doctor Heywood Floyd (William Sylvester) a una nave que lo llevará a la Luna, allí puede hablar con su hija mediante una moderna videollamada para el 1968, la tecnología… ¡siempre engañándonos con su pretensión de cercanía! En fin, al menos se puede hablar y ver, será poco o suficiente según las circunstancias. Como hablar con unos colegas, y tener que desmentir rumores obligadamente por puro desconocimiento, esa inseguridad nunca cambiará, y menos cuando se tiene el poder, y la responsabilidad y la ética —esperemos—, de alarmar o tranquilizar a toda la población.


Y el doctor Floyd vuelve a no saber nada, una reunión, el espectador sentado hombro a hombro con los expertos, y es totalmente inútil todo. Pero en la Luna han descubierto un monolito, como el que hemos visto que subyugó a los primates, ¿estaban estos en la Luna? ¿Evolucionaron en otra civilización distinta a la humana? ¿Surgieron los humanos en la Luna…? Es curioso, tal vez me equivoco en interesarme por cuestiones adyacentes al monolito, cuando parece que este debe ser el cañón de la pluma de todo el film, pero no creo que Kubrick fuera tan insulso de esconder toda la película en lugar tan visible y provocativo, esa estrategia es de brutos, y no tengo a Stanley por tal. ¿No será solamente nuestra inquietud lo válido de 2001?

Parece que la ilusión del tiempo se ha materializado ya al completo en la vida espacial. Ahora formamos parte de una nave en misión hacia Júpiter, pero estancada en un limbo de idealismo: una tripulación compuesta por cinco astronautas, dos despiertos y tres en hibernación, programados para revivir en cuanto llegaran a su destino. Dave (Keir Dullea) y Frank (Gary Lockwood), pero también HAL (voz de Douglas Rain). HAL es un sistema informático de última generación, signifique lo que signifique, e interactúa ampliamente con los tripulantes, no solo como herramienta o medio, si no que también conversa con ellos, reflexionan juntos los pasos que tomar en cada operación... En realidad son seis. O solo tres.


Pero, ¿quién es HAL? Es terrible pensar que una máquina puede asesinar deliberadamente si teme ser reiniciada, y por lo tanto, perder su configuración actual, pero, ¿acaso eso no se llama conciencia? Puede ser suspicacia mía, pero la arcadia de HAL era demasiado normal, decente y correcta, era tan escandalosamente evidente, como el Norman (Anthony Perkins) de Psycho (Hitchcock, 1960) o la Eve (Anne Baxter) de All about Eve (Mankiewicz, 1950). Pero los estertores de HAL inspiran compasión, o, ¿de qué bando estamos?¿Quién es ahora dios? Stanley es extremadamente exquisito creando atmósferas y la vida en la nave es solo una pugna por la vida. Será que seguimos siendo monos. O que morir solamente es olvidar, y ello represente renacer, siendo un niño que aún deberá aprender a perfeccionarse, pero que esta vez tiene la oportunidad de escapar la vileza de la condición humana.


But you'll look sweet upon the seat / of a bicycle built for two. O para tres, si nos contamos a nosotros. Y así es como Dave se dirige definitivamente a Júpiter, ahora parece que el monolito está ahí, y aunque ya no pueda disfrutar de la conversación de los tripulantes, podrá elevarse en la catábasis del magnetismo de las Lunas de Júpiter, por las que orbita el familiar objeto. Efectos especiales, dirigidos por Douglas Trumbull, y supervisados por el hipocondríaco Stanley, que resultan increíbles en su atemporalidad, crearon 1968 un viaje espacial que hoy en día no se percibe anticuado, ni se observan los hilvanes, ni se desmorona en ambages totalmente superados, que no soportarían la pequeña pantalla, pequeña decepción para generaciones que no hemos podido vivir A Space Odissey en pantalla grande.


Viajando por esos efluvios que exudan Space Oddity, colores que pueden sentirse en adrenalítico flujo, que impelen a ver cualquier frontera, cualquier espacio, cualquier barrera, cualquier relumbre que merezca ser quebrado a través de Pink Floyd y de fotogramas que fueron la esplendorosa y revolucionaria La jetée (Chris Marker, 1962). Y es por ello que los puntos de vista se multiplicarán y Dave se encontrará consigo mismo de anciano enfermo, y aspirará su final aliento frente y por el monolito. Qué satisfacción volver a comer como en la antigüedad, ¿será que la Modernidad nunca dejó de ser una especie de decoración renacentista-rococó? Puede que nuestra deidad solo fuera el anhelo de la Armonía edénica. Pero descubrir el horror del tiempo y que este vaya eliminando uno por uno a todos los que hemos sido…

(Contiene spoilers)
https://www.youtube.com/watch?v=i2uuRG9l1JA

Las tres edades se conjugarán en él, todos los patrones volverán a repetirse, desde los monos, a HAL, a Dave, un eterno retorno que esta vez será absoluto, casi cercano a una reencarnación. La odisea del hacedor por fin se ha completado, Dave ha retomado su tiempo, o mejor dicho, esta vez no lo ha malgastado en Troyas, puertos, noches, y mujeres y monstruos ficcionales. ¿Una suerte de dios? El misterio vital ha obrado en toda su plenitud, o la fascinación.

Y para los que apoyen la teoría de la intervención extraterrestre en 2001:

—Sí; tiene usted buena memoria. Es indudable que el mundo ha de desaparecer; por lo menos en su calidad de mundo. Sí; su materia no desaparecerá, cambiará de forma. Algunos de nuestros alemanes optimistas creen que como la materia evoluciona, asciende y se purifica, y como esta materia no se ha de perder podrá utilizarse por seres de otro mundo, después de la desaparición de la Tierra. Pero, ¿y si el mundo en donde se aprovecha esta materia está tan adelantado, que lo más alto y refinado de la materia terrestre, el pensamiento de hombres como Shakespeare o Goethe, no sirve más que para mover molinos de chocolate?

Pío Baroja, Camino de perfección (pasión mística) (1902).




Anna Montes Espejo





Anna Montes Espejo (Tarragona, 1990) eslicenciada en Filología Hispánica por la Universidad Rovira i Virgili; actualmente, doctoranda en la Universidad de Barcelona. Su interés y especialización recaen fundamentalmente en el campo de la literatura española e hispanoamericana moderna y contemporánea. Cinéfila y traductora, colabora en varios medios online, Ojocrítico.com y RelatoEnmarcado; ha fundado y codirigido la revista artística, literaria y de traducción, Noches Áticas, y dirigió la segunda etapa de Cuaderno Ático. Próximamente verá la luz Lugosi, revista del Aula de Cine de la Universidad Rovira i Virgili, publicación que dirige y aula en la que colabora.



RECOMENDACIÓN 41: EL ABUELO (por Javier Puig).

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Tal vez no haya vivido, con otra película, una contradicción tan grande en las diferentes veces en que la he visionado. El abuelo, de José Luis Garci, sin embargo, sigue siendo para mí una obra que sobrevive en sus múltiples virtudes, superando algunos remilgos en los que cae. La primera vez que la vi, me impresionaron sus excelentes diálogos. No había leído la obra de Galdós, en la que está basada la película, y de la que, como el propio autor reconoce en su prólogo, no se puede decir muy bien si es un drama o una novela. Y es que, para desplegar esta historia, el magnífico escritor se impuso dar hegemónica preponderancia a los diálogos, reduciendo al mínimo las descripciones. Solo unos iniciales trazos de cada personaje le bastan; luego, su desarrollo ya solo dependerá de las palabras y de los gestos con los que cada uno de ellos se mida con sus interlocutores.

Esta obra pedía gritos su adaptación teatral y así la llevo a cabo Galdós, a los pocos años; pero también estaba llamada a ser, en el futuro, la base más apropiada para un guion cinematográfico. De alguna manera, todo estaba señalado en este relato, en el que los personajes se pronuncian con cuidado o sin ambages, dependiendo de ante quien sea. La excepción es su personaje principal, ese abuelo que siempre va de frente, al que ya no le importa nada más que un honor que considera a salvo de todas sus acciones. Quienes tampoco necesitan mentir son sus dos nietas. Con su abierta actitud, provocan también la sinceridad de aquellos que aman, esos que habitualmente no se atreven a expresar sus cuitas. Galdós es un gran maestro a la hora de delatar las bajezas humanas, un escritor perspicaz que percibe con claridad los resortes que mueven a los hombres y mujeres en su inmersión en las distintas capas sociales; pero no se detiene ahí, sino que ahonda aún más, hasta los más íntimos motivos de sus personajes, desnudándolos de una hipocresía que siempre está más o menos latente.

José Luis Garci solo necesitaba elegir unos buenos actores, seleccionar unos bellos y apropiados escenarios - una mezcla de interiores aristocráticos casi viscontianos y de paisajes románticos - y añadirles una música emotiva. Con todo ello, compuso una muy apreciable película, que no era la primera adaptación de la obra, pues ya en 1.925 y en 1.954 se habían rodado dos antecedentes. A Senén, el ambicioso pedigüeño de ascensos profesionales, le añadió unos años más, los que tenía en ese momento Agustín González, que nos regala una brillantísima actuación. Para el personaje de El Abuelo no había mejor elección que la de Fernando Fernán Gómez, quien, para desplegar el carácter iracundo exigido, no creo que debiera esforzarse mucho. El entrañable personaje del maestro don Pío está perfectamente interpretado por Rafael Alonso, aunque lo que oímos no es su voz, pues ya había muerto cuando, al finalizar el rodaje, le tocaba doblarse a sí mismo. Durante las semanas que duró, se le había declarado la enfermedad, pero el actor mantuvo el tipo hasta el final. Entre los contados defectos de la película, hay uno que me parece irrebatible, y es la elección de Cayetana Guillén Cuervo para interpretar a la condesa Lucrecia. Su trabajo no me parece que esté a la altura del de sus magníficos compañeros.

El abuelo es una obra muy rica en matices que se presenta como una sencilla sucesión de escenas en las que vamos adentrándonos en la naturaleza de unas relaciones en la que se mezcla lo social con actitudes más íntimas y personalizadas. Su protagonista, el conde de Albrit, es ese abuelo aristócrata llegado ya a su completa decadencia. Acaba de regresar, completamente arruinado, de una aventura americana. Vuelve a la que fue su casa y que, ahora, con las deudas adquiridas, ha perdido en favor de sus sirvientes. Se reconoce impertinente, de genio altivo: "Me educaron para mandar y ser obedecido". En toda esta historia observamos un pulso entre los antiguos aristócratas, que ya no gozan del poder de antaño, y la burguesía, sin que se obvie tampoco la relación con los criados, algunos de los cuales no están exentos de la mezquindad y la ingratitud de sus señores. Y es que, en la mirada de Galdós - que Garci preserva -, no hay una decantación sistemática por ninguna de esas clases. Lo que observa son sus contradicciones y lo que le interesa son los valores más personales que son susceptibles de emerger por encima de las actitudes a las que, por su situación social, el hombre está abocado. El abuelo es grosero, agarrado a los antiguos y vacíos valores de su estirpe, pero, al mismo tiempo, capaz de percibir la bondad, fuerte para denunciar cualquier tipo de aceptada inmundicia. Su nuera, viuda de su hijo, al que hizo un inmenso daño al abandonarlo, es la condesa Lucrecia. Vive en Madrid, donde tiene relaciones con el poder que son vistas por las fuerzas vivas del pueblo de Jerusa - la población norteña donde veranean ella y el conde - como una oportunidad de obtener favores personales y, de forma añadida -  pero nunca prioritaria -  para el pueblo. El alcalde, el médico, el cura, Senén, todos nos son presentados en su hipocresía, en su codicia, esa ruindad que, de distinta manera, observan el conde y la condesa. Mientras el primero no se calla desde un primer momento lo que piensa, la condesa guarda unas formas que cree beneficiosas para ella, hasta que, al final, incapaz y reacia a satisfacer algunas demandas, le toca sufrir alguna rebelión.


El abuelo es una certera exposición de la complejidad de las relaciones humanas. Los personajes de Galdós están retratados con una gran sutileza. Nos los va describiendo en su evolución ante los acontecimientos, pero también nos presenta a otros secundarios, más arquetípicos. Así tenemos a los denostados burgueses del pueblo, pero también a las nietas, de una naturaleza bondadosa e inocente, tal vez demasiado excepcional, seguramente creadas como contraposición contundente a un mundo en el que todavía no han ingresado plenamente, manteniendo su inocencia. Entre los personajes secundarios, destaca el emotivo don Pío, un "pobre hombre" víctima de su propia bondad, de su ausencia de coraje para enfrentarse a un mundo despiadado. "Eres algo simple, un infeliz, eres un augusto cordero. Dios te hizo santo y tu familia mártir" y "Tu filosofía resulta dañina. Un exceso de bondad mata lo mismo que un exceso de agua o de calor. Eres un peligro para la humanidad", le dice el que ya es su amigo, el conde de Albrit, con su brutal sinceridad.

Una de las escenas que más me ha impactado siempre es la del casino. El abuelo, desembarazado del pérfido encierro que le habían preparado las fuerzas vivas del pueblo, con el fin de inhabilitar su incómoda presencia, se explaya en un discurso arrasador. Sus víctimas son esos rastreros burgueses a los que recrimina sus bajezas, a los que les recuerda que todo lo que son es gracias a los favores que él les concedió. El conde los somete a una humillación pública largamente merecida. Las últimas palabras que les dedica son: "Quedaos con ese mundo vuestro en el que la infamia, la avidez, campan a su anchas".

El abuelo es una de esas películas reconfortantes en las que vence el amor y la autenticidad frente a la mentira y la codicia. Y lo hace sin trampas, sin obviar las incongruencias de sus personajes, sin omitir las dudas, las pequeñas bajezas de los mejores. La conclusión de esta historia es el reconocimiento que hace El Abuelo de que el amor ha de estar por encima de un honor vacío de contenido; concepto que abrazaba, pero que, ahora, sometido a la prueba de tener que elegir, entre sus dos nietas, a la que es de su sangre, se le revela en su absurdidad, como todas las demás convenciones aristocráticas. Lo hermoso es su amistad con un pobre y desgraciado maestro, su amor indiscriminado a sus dos nietas, por encima de cualquier prejuicio genético. Ya no hay nada que se anteponga a la prevalencia del amor.








RECOMENDACIÓN 42: MATAR A UN RUISEÑOR.

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MATAR A UN RUISEÑOR





Uno no comprende realmente a una persona hasta 
que no se mete en su piel y camina dentro de ella.
Atticus Finch



Nelle Harper Lee (1926) sólo ha publicado dos novelas en 88 años de edad que tiene. La primera fue “Matar a un ruiseñor” (1960) y le valió el Pullitzer. Harper dejó de conceder entrevistas en 1964 y se retiró, entre otros motivos, para escapar de la fama debido al gran éxito que tuvo la novela (vendió más de 40 millones de ejemplares).

En la actualidad vive en una Residencia de Ancianos y este pasado verano salió a la venta su segunda novela: “Ve y pon un centinela”, secuela de la primera obra literaria, aunque Harper la escribió en los años 50.

No hay duda de que “Matar a un ruiseñor” es todo un clásico de la literatura y que toda persona amante de la lectura debería de leer y saborear. En ella, Harper hace un defensa de la igualdad, de la justicia y contra el racismo durante los años de la Gran Depresión (1933-36). Un libro que nos habla de un tema muy de moda en nuestros días: el desafío a vivir en paz con gentes que son diferentes a nosotros.

Mezcla, de forma maravillosa, distintas tramas en la novela. Un juicio contra un hombre negro por la violación a una mujer blanca, en el que el padre de Scout es el abogado defensor o la curiosidad de tres chicos que espían a un vecino misterioso.

El leguaje es claro y de fácil entender. La obra está narrada por Scout, una niña de seis años, hija de Atticus Finch y, hermana de Jem, de 10 años. No tienen madre, pues falleció cuando la niña era muy pequeña. La historia trascurre durante el verano y en plena Gran Depresión.

Ese verano aparece un nuevo amigo en las vidas de los hijos de Atticus, el jovencito Dill. Los tres niños sienten fascinación y, a la misma vez, miedo del vecino de al lado de casa, Boo Radley, que está siempre recluido y al que nunca han visto, pero del que se imaginan muchas historias misteriosas. Incluso inventan mil formas de “colarse” dentro de la casa para verle.

El abogado debe enfrentarse a las amenazas e indignación de los vecinos por defender a Tom Robinson, que ha sido falsamente acusado de violación.  Sus hijos Scout y Jem deben tolerar las agresiones de los compañeros de clase. Son calificados como “basura blanca” y amantes de los negros. Atticus demostrará que Mayela Ewell, la víctima, miente, al igual que Bob Ewell, su padre borracho. Aunque el caso es claro, Tom será condenado de forma injusta e intenta escaparse. Al final muere.

Por otro lado,  Jem y su hermana Scout son atacados por Ewell,  que no olvida que el abogado lo humilló en el tribunal de justicia. Tras volver de noche del colegio, los niños deciden coger un atajo que les lleve a casa, entre otros motivos porque la niña lleva un disfraz muy pesado. De repente, aparece Bob Ewell, borracho, y les ataca. Sin embargo aparece una persona desconocida para los niños que los salva y los lleva a su hogar. Jem está inconsciente por los golpes y la niña muy asustada. Al final descubren que quien les salvó fue Boo Radley, quien espera saber qué ocurre con el niño.

En esa trifulca muere el padre de Mayela, aun que no se sabe con exactitud si lo ha apuñalado Boo o realmente qué ha ocurrido. Atticus llama al sheriff, y éste llega a la conclusión de que el atacante Ewell debió caerse sobre su cuchillo y morir. Por lo que decide no llevar a juicio a Boo Radley (en la foto), pues sería como “matar a un ruiseñor”, que es un pájaro que sólo canta y no hace daño a nadie, y es lo que el abogado les ha inculcado siempre a sus hijos

Por lo que la escritora ha desvelado en alguna entrevista, “Matar a un ruiseñor” está inspirada en sus propias experiencias personales. Ella es la niña Scout, quien narra la historia. El personaje de Atticus se basa en la vida de su padre, Amasa Coleman Lee, que era abogado y quien, allá por el año 1919, tuvo que defender a dos negros acusados de asesinato.

No resulta extraño que la novela fuera llevada al cine al año siguiente de su publicación (1962).  Un drama en blanco y negro que te atrapa desde la primera escena y dirigido por Robert Mulligan. Es una película que podría servir de materia educativa en todos los colegios del mundo, por los valores humanos que nos transmite.  


En el año 2003, el Instituto Americano de Cine, eligió el personaje de Atticus Finch como el héroe cinematográfico más destacado de la historia del cine. Semanas más tarde, fallecía Gregory Peck. También hay que añadir que el personaje del niño Dill está inspirado en la figura de su gran amigo Truman Capote.

El guionista fue Horton Foote, un escritor con mucha sensibilidad y que supo sacarle todo el jugo al libro de Harper Lee. En el reparto nos encontramos con Gregory Peck (Atticus Finch), Mary Badham (Scout), Phillip Alford (Jem), Brock Peters (Tom Robinson), Collin Wilcox (Mayela Ewell), James Anderson (Bob Ewell), John Megna (Dill Harris) y Robert Duvall (Boo Radley)

Entre los numerosos premios que recibió la película destacamos los tres Óscar (1962): mejor actor (Gregory Peck), mejor guión adaptado y mejor dirección artística.

Como curiosidades, podemos comentar que el gran actor Gregory Peck, uno de mis favoritos, siempre llamó “Scout” a Mary Badman y mantuvo una maravillosa amistad hasta el final de sus días. Peck ha interpretado muchos papeles para el celuloide y para TV, pero la interpretación que realizó en “Matar a un ruiseñor” le valió el único Oscar a su dilatada y magnífica carrera como actor.

Gregory conoció al padre de la novelista y para prepararse mejor, lo visitó y copió algunos gestos del abogado. Por desgracia, el anciano moriría sin ver la película. La escritora, Harper Lee, tras visionar la película quedó tan fascinada con la interpretación de Peck que le regaló el reloj que había pertenecido a su padre. El actor lo llevaba puesto la noche en la que recogía la estatuilla.

Robert Duvall (actor y director de cine) interpretó a Boo Radley, y para caracterizarlo de la mejor forma posible, tuvo que tintarse el pelo de rubio muy claro y, además, se pasó más de un mes sin que le diera la luz del sol. Fue su debut en el cine. Mary Badham (la niña Scout) es hermana del director de cine John Badham, que entre otras películas, dirigió “Fiebre del sábado noche”.
Hay un personaje que destacaría en el film: el protagonista Atticus Finch, un señor maduro, viudo, con dos niños a los que tiene que sacar adelante él solo y educándolos en la tolerancia y el respeto hacia todas las clases sociales.


El pueblo Maycomb, donde acontece la historia, es un decorado que construyeron los diseñadores de la Universal Pictures. Alexander Golitzen y Oliver Emert crearon una pequeña ciudad ficticia con más de treinta casas. Incluso la sala del Tribunal es una réplica exacta a la que aún existe en Monroeville (Alabama), localidad donde nació la escritora. En la actualidad es un museo dedicado a la novela, a su autora y a la película.





Águeda Conesa



RECOMENDACIÓN 43: EL PERFUME.

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El perfume: historia de un asesino.




Lo leí cuando era apenas una cría (me lo recomendó un gran amigo de mi padre un verano de esos terriblemente aburrido en Cartagena, de vecinas “rujiando” la calle y calor en los costados). Si mal no recuerdo, le siguió Seda, pero esa es otra historia. El caso es que resultó ser un verano muy prolífico en lecturas.

Se publicó en 1985, y era la primera novela de Patrick Süskind. Como sabe todo el que lo haya leído, la novela se divide en cuatro partes. Novela de terror, la historia de un asesino, pero ¿no va más allá? ¿No es un relato más bien psicológico de la obsesión de un hombre por el olor?


Si me fascinó entonces –y lo sigue haciendo- es porque el mundo de los olores es algo que apenas explotamos los seres humanos. ¿No es cierto que a veces olemos a alguien por la calle y nos viene el recuerdo de otra persona, de otro tiempo, de otro lugar? ¿No es cierto que el verano huele de una determinada manera, o la casa de nuestra abuela, o ciertas comidas nos transportan a otro año, lejos de la realidad que vivimos? El hecho de que el protagonista fuese un obsesionado de los olores me parecía absolutamente fascinante. El evanescente reino de los olores, que dicen.

La historia es la siguiente: Jean-Baptiste Grenouille (“rana”, en francés) nace en la Francia del siglo XVIII entre basura y restos de pescado. Un niño que, nada más nacer, centra su conocimiento del mundo en un único sentido: el olfato. Y su obsesión será encontrar lo que no tiene: un olor propio.

En la primera parte del libro se nos cuenta que, tras morir su madre y ser rechazado por varias nodrizas, Madame Gaillard lo acoge en su orfanato. Allí es donde comienza a desarrollar su capacidad olfativa. Poco después, Gaillard lo vende al curtidor Grimal como trabajador, que le dará la libertad al tiempo. Es entonces cuando Jean-Baptiste explorará todos los olores de París. Y conocerá el aroma del que hasta la fecha no tenía constancia: una joven hermosa que prepara ciruelas para vender en una plaza de París. Obsesionado por ese olor, la mata e intenta conservarlo inútilmente. Es a partir de entonces cuando decide ser un gran perfumista.
Conoce a Giuseppe Baldini, un perfumista italiano muy célebre en otros tiempos, al que le demuestra que es capaz de crear a partir de los aceites esenciales que tiene Baldini en su taller el perfume más conocido en ese momento y otros mejores. Baldini compra a Grenouille y exprime su talento. Al poco, Baldini muere.

En la segunda parte, en sus viajes al sur, descubre un mundo sin olores humanos y pasará siete años en una cueva, alimentándose de lo que encuentra, siempre con el recuerdo del olor de aquella joven que vendía ciruelas. Es cuando se da cuenta de que no tiene olor propio. Entonces, poco después, el marqués de la Taillade-Espinasse toma a Grenouille bajo su protección y compone un perfume en un laboratorio para simular un olor corporal propio. De esta manera, la gente se da cuenta de su presencia y es capaz de aceptarle más fácilmente que antes.

En la tercera parte, llega a Grasse, donde descubre una fragancia que le recuerda inmediatamente a la de la muchacha de París: Laura, una joven pelirroja. Ebrio con su descubrimiento, se emplea, bajo unas condiciones miserables, en el taller de Madame Arnulfi, dirigido por su amante Druot, el capataz. Allí aprende una nueva manera de obtener el alma olorosa de las flores, impregnándolas con grasa animal fundida, a la que más tarde es añadido alcohol y lavada para obtener el aceite esencial. A través de este procedimiento, Grenouille descubre que es posible retener el olor de los más variados objetos o seres, incluido un animal. A partir de entonces, comienza a matar jóvenes vírgenes muy bellas, a las que corta los cabellos incluso para crear la base del perfume. Sólo le falta el de Laura.

La hermosa Laura, Rachel Hurd-Wood tras la pantalla.
Antoine Richis, padre de Laura, teme por la vida de su hija y huye de la ciudad, pero Grenouille guiado por el olor de Laura les sigue y esa misma noche la mata en la posada en la que estaban durmiendo, completando su perfume más preciado. Detenido varios días después, es condenado a muerte. El día de la condena, impregnado de su último perfume, las 10.000 personas que han ido a ver su ejecución piden el indulto y, embriagados y enloquecidos por la fragancia de amor que surge de Grenouille, acaban todos sucumbiendo en una gran orgía. Grenouille los aborrece.

Ya en la última parte, Grenouille decide volver a París y, atraído por un olor familiar, se acerca al mercado donde nació: allí vacía todo el contenido del perfume sobre su cabeza, provocando que una treintena de personas, creyendo estar en presencia de un ángel, enloquezcan y lo devoren. Con sólo 28 años, no queda rastro de Grenouille.

Siento ser una spoiler.

Ha sido traducida a más de cuarenta lenguas y se ha convertido casi en una novela de culto, vendiendo más de quince  millones de ejemplares. Quizá la película en cierto sentido es más amena a la hora de describir ciertos olores, ya que la novela se recrea a veces demasiado y hay pasajes tremendamente largos y descriptivos. La lectura es lenta, pero merece la pena ver cómo el autor logra meternos en la mente del protagonista y nos trae esos olores que va descubriendo durante la historia.

Vayamos al cine y comentemos algunos detalles curiosos sobre su filmación.

La película, dirigida por Tom Tykwer en 2006, creo que es una buena adaptación del libro, aunque con sus diferencias. Resulta prácticamente semejante al libro, haciéndonos  entender perfectamente con la voz en off los pensamientos del protagonista, interpretado por un desconocido hasta entonces Ben Whishaw, muy metido en su papel.

Según el propio autor del libro, sólo Stanley Kubrick (fallecido en 1999) podía hacerle justicia al libro, y se negó a dejar que nadie más hiciera la adaptación de la película, pero Kubrick lo vio un proyecto imposible de filmar. En 2000, Süskind cedió y vendió los derechos al productor y amigo suyo Bernd Eichinger, que comenzó a escribir el guión junto a Andrew Birkin. Eichinger se reunió dos años en América con algunos directores, incluyendo a Ridley Scott o a Tim Burton, pero fue finalmente Tom Tykwer quien aceptó el proyecto. El guión pasó por más de veinte revisiones para llegar al definitivo.

Es, además, una de las películas de producción alemana más caras en la historia, tras varios problemas de financiación y algunos puntos oscuros relacionados con evasión de impuestos. Y aunque es esencialmente franco-alemana, los actores principales son básicamente austriacos, británicos, españoles y estadounidenses.

El inglés Ben Whishaw había interpretado en teatro a Hamlet y en ese papel enamoró al director, que no dudó en darle el papel protagonista. Para Baldini, no le cabía duda: Dustin Hoffman. Para la chica que vende ciruelas, el director no encontró ni en Inglaterra ni en los Estados Unidos una actirz que le convenciera, así que la elegida fue la berlinesa Karoline Herfurth, aunque su aparición se ciña básicamente a flashbacks.



Se utilizaron un total de 5.200 extras para la película. La escena de la orgía en el clímax de la película requirió 750 extras al mismo tiempo, con la ayuda de La Fura dels Baus, que formaron el núcleo de la multitud.

La cinta tuvo muy pocas escenas rodadas en Francia. Tras valorar varios lugares, como Croacia, los realizadores optaron por filmar la mayor parte de la película en España que, aunque era un país más caro que Croacia, ofrecía lugares que estaban más cerca entre sí: Barcelona, Figueras y Girona. El Barrio Gótico de Barcelona se convirtió en un mercado de pescado de París. El Pueblo Español, un museo al aire libre en esa ciudad catalana, fue el lugar de la extensa escena de la orgía del clímax, donde -para crear un aspecto sucio auténtico- se distribuyeron dos toneladas y media de peces y carne. Algunos detalles sobre paisajes y escenarios podéis encontrarlos detallados en internet, pero lo que es indiscutible es la magnífica fotografía de toda la cinta.

La partitura musical fue compuesta por Tom Tykwer y dos de sus amigos Johnny Klimek y Reinhold Heil, y realizada por la Orquesta Filarmónica de Berlín.

La película fue todo un éxito financiero y recuperó con creces la inversión, especialmente en Europa, aunque en América tuvo peor repercusión, con varias críticas negativas sobre la adaptación de la novela. Se dijo que el guión no era bueno o que se mostraban a menudo repugnantes, pero también algunos críticos la consideraron cercana al espíritu del libro.

En los Premios del Cine de Alemania de 2007, la película ganó el premio de Plata a la Mejor Película de Cine y los premios a la Mejor Fotografía, Mejor Diseño de Vestuario, Mejor Montaje, Mejor Diseño de Producción y Mejor Sonido. También recibió nominaciones a la Mejor Dirección y Mejor Música de Cine. En el 2007 en los Premios del Cine de Baviera, Tykwer y Hanisch ganaron galardones en las categorías por Mejor Director y Mejor Diseño de Producción.

En cuanto a las diferencias con el libro, los personajes son exactamente los mismos y el comportamiento del protagonista es similar en cuanto al desarrollo de su olfato, pero sí es cierto que encontramos algunas diferencias.

Con Baldini, Dustin en la película.
En la película se omiten los detalles de nacimiento, primeros años de peregrinaje con varias nodrizas y su posterior reclusión en el orfanato. En el libro –y esto es importante- nunca tiene contacto visual con sus víctimas, sino que sólo las huele. Además, en la novela se le describe como un ser repugnante y feo,  y en la película esos detalles se omiten.

Su búsqueda del perfume se basa en la idea de Baldini de mezclar 12 esencias, pero esto no se menciona en la novela. Además, su estancia con el perfumista italiano es más prolongada en el libro, y los siete años encerrado en una cueva se omiten casi por completo. Por otro lado, es cierto que en la película también se omiten detalles históricos de la Francia del momento, a diferencia de la novela, que los incluye desde el inicio.

Otra de las grandes diferencias y que me parece reseñable es que en la novela no te da la sensación de que el protagonista busque el amor o la esencia de la amada, sino simplemente un perfume, el perfume. En la película parece a veces que Jean-Baptiste busque en cierto modo ese amor que no tiene. Al contrario: desprecia a la humanidad.




En definitiva, aunque con algunas diferencias, podemos considerarla una buena adaptación de la novela, con una fotografía exquisita y una interpretación del actor protagonista magnífica. Olamos, pues, porque podemos descubrir muchas cosas del mundo a través de nuestro olfato. Y quién sabe si algún día podremos capturar los olores que nos obsesionan, nos apasionan o nos excitan con algún artilugio moderno inventado, claro está, por los americanos.

¡Me pido –ya lo digo- olor a gasolina o a bizcocho recién hecho!





RECOMENDACIÓN 44: PLÁCIDO.

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Gavilla de conciencias




El objetivo final de la película es mostrar la incomunicabilidad de las personas. 
Para mí, Berlanga es fundamentalmente un romántico.
Víctor Erice sobre Plácido.


“Las películas de Berlanga son esperpentos no de la España de la época, 
sino de la España eterna”.
José Luis López Vázquez


Hay películas que provocan pereza. Fuera idealismos, siempre hay alguna que se resiste, aunque se ostenten las medallas de excelente cinéfilo. Títulos y directores sin un nombre con suerte. Es triste para una obra de arte no llegar ni a crear expectativas, ni positivas ni negativas. Pues estas Navidades revisé una de estas películas (¡cómo abusan del verbo “revisar” los cinéfilos! ¡Si todo fuera coger una lupa…!). Y para crear un poco de expectación clásica la declaro ahora: Plácido(1961), de Luis García Berlanga. El también clásico director clásicamente costumbrista clásicamente español.


El argumento de Plácido es de sobras conocido y muy del gusto neorrealista: la España que duele. El espectador puede relajarse ante la confirmación de sus pesares ideológicos, porque la burguesía quedará abiertamente malparada; ciertamente, no con un estilo tan alto y refinado como el de Buñuel, pero el efecto será el mismo. Para nuestra alegría, en esta película el maniqueísmo no es excesivamente explícito, y el humor actúa como un contrapeso magistral. Pero… ¡vaya, si Viridianatambién es de 1961!



Pues en esa desidia exclusivamente mía, resulta que llegan las “pelanduscas” del cine para ser subastadas junto a los pobres, ¡pero si en el contrato figuraba que tenía que venir Carmen Sevilla…!. Hermosa campaña si fuera verdad. Pues un pobre en cada mesa por Nochebuena, y ya mañana, Dios dirá, proveerá y esperemos que enderece entuertos y castigue agravios. Lo inaceptable es que tanto la alianza  Berlanga & Azcona, como José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre y Cassen se han labrado una fama muy injusta con ellos mismos. Lamentablemente, el público medio tan solo los enmarca bajo el marbete de costumbristas horrendamente castizos, y para mayor inri, de humor vulgarísimo, precediendo a los escacharrantes Esteso y Pajares. Y Landa. Pero suerte que este último recaló en Los santos inocentes (Mario Camus, 1984).

En fin, una pena que no se conozca al López Vázquez de La prima Angélica (Carlos Saura, 1973), por ejemplo. Pues estos títeres, que diría don Miguel, se van entrecruzando gracias a geniales y laboriosos planos secuencia corales; y gracias al intento de aspirar a conseguir un efecto de simultaneidad. ¿Pero es que alguien se calla en esta película? Desde luego, Berlanga no a alcanzará en ello propuestas más modernas, pero sí estará a la altura de la novela realista del siglo XIX, tan pisoteada, y humillada a ser la portera embustera y respondona de las supuestas novedades del siglo venidero; pero tan desconocidamente homenajeada por figuras de la altura de “La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regenta hoy la canalla”.

Pues en esta película que bien podría ser una novela de Galdós, o de los secundarios de Cervantes, —al fin y al cabo, la condena de la caridad vanidosa y enmascarada no es una étincelle solamente atribuible a Berlanga—; vamos diseccionando esa entelequia del “sentimiento navideño”, que al fin se compone solamente de: la promoción de las ollas exprés del potentado avaricioso; el pago de la primera letra de un eximio isocarro; el fugaz real amor mezclado de las primeras excitaciones impúdicas por un presunto bravío actor de cine; una laboriosa velada a escondidas con el amante; y grandes dosis de anhelos y perdones celestiales; y de fama, no nos olvidemos del magnífico locutor y presentador, que sabe engalanar todas las situaciones de decencia y magnificencia, convirtiendo a la guapa celebridad de medio pelo en una especie seductora emparentada con Anita Ekberg; y al pobre glotón y asustado y avergonzado, en un mártir de la caridad en exceso.



A trompicones por la banda sonora de Miguel Asins Arbó, rama del campanilleante árbol del siempre memorable Nino Rota, vamos traqueteando de la tristeza a la socarronería por esos caminuchos no asfaltados de postguerra. Confieso que escribo esta semblanza después del segundo visionado. Recuerdo que el primero me pareció demasiado agrio y torpe en el evidente hundimiento de unos por el pisoteo de los otros; no veía en Berlanga las aptitudes camuflatorias del Fellini de La dolce vita (1960) y Amarcord (1973). Imagino que no había visto La strada (1954) o Le notti di Cabiria (1957). Y no había vuelto también a mirar El verdugo (1963). Poco a poco se completa la unidad. Además, Berlanga crece con cada visionado hasta niveles inusuales, y encierra guiños sorprendentes, capaces de cambiar por completo la opinión sobre este director; ya estáis suspendidos si no recordáis el gag hipster de El verdugo, ni el perro y las hermanas bergmanguianas de Plácido.

Luis García puede haber caído en el peligro, y la seductora tentación, de haber cometido maniqueísmo en Plácido, y obviamente, no es inocente en apuntar a la burguesía franquista; pero los pobres, Plácido y sus familiares, acaban trafiqueando ellos mismos con una cesta de Navidad; intentando chanchullear con el pago de la letra; abandonando al novio eterno con los estertores de su sinusitis en plena Nochebuena en los arrabales; molestándose por tener que llevar a su choza a la recién viuda y esposa (Julia Caba Alba)… Viuda que se contenta con turrón. La amante (Amparo Soler) bebe champán y viste arabescas y perdedoras ligas (¡ay, cómo es la carrera de los hombres!). Las penas con pan… Pero siempre, bajo los santos mandamientos. Ya que estamos, vamos a quedar bien.



Y al final, ¿dónde queda la empatía? Si al fin y al cabo Plácidoes la versión humorística y de barrio de Viridiana. Observando la actualidad de la filmografía Berlanga, por supuesto que nunca la habrá. Es espinoso defender el costumbrismo, y más, a estas alturas de siglo, pero me atrevería a decir que películas, y literatura, como esta no se ven “desde fuera”, no se pueden observar de otro modo que sintiéndolas cercanas, familiares, reconociendo y reconociéndose en la simple e inevitable certeza que aún perdura en los tópicos, para nuestro pesar, y alegría.

Nuestro público, como todo público poco culto, es naturalmente receloso, lo mismo que lo es nuestro pueblo. Aquí nadie quiere que le tomen el pelo, ni hacer el primo, ni que se queden con él, y así, en cuanto alguien le habla quiere saber desde luego a qué atenerse y si lo hace en broma o en serio. Dudo que en otro pueblo alguno moleste tanto el que se mezclen las burlas con las veras, y en cuanto a eso de que no se sepa bien si una cosa va o no en serio, ¿quién de nosotros lo soporta? Y es mucho más difícil que un receloso español de término medio se dé cuenta de que una cosa está dicha en serio y en broma a la vez, de veras y de burlas, y bajo el mismo respecto.
Miguel de Unamuno, Niebla





 Anna Montes Espejo



ESPECIAL LITERATURA Y CINE: PASOLINI (por Joaquín Juan Penalva).

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FICHA TÉCNICA

Dirección: Abel Ferrara
Guión: Abel Ferrara y Maurizio Braucci
Producción: Conchita Airoldi, Fabio Massimo Cacciatori, Augusto Caminito, Camille Chandellier, Costanza Coldagelli, Thierry Lounas, Olivier Père, Joseph Rouschop
Fotografía: Stefano Falivene

Reparto: Willem Dafoe, Ninetto Davoli, Riccardo Scamarcio, Valerio Mastandrea, Adriana Asti, Maria de Medeiros




Más que una película de ficción al uso ambientada en el mundo del cine, el polémico director Abel Ferrara ha creado en Pasolini una suerte de ensayo fílmico en el que repasa los últimos días de vida de Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Roma, 1975), uno de los intelectuales más controvertidos e influyentes de todo el siglo XX. Cineasta, escritor, crítico, poeta, ensayista, periodista… pero, sobre todo, intelectual, Pasolini fue una fuente inagotable de creatividad y de reflexión, una figura polémica de primer orden en el panorama cultural, no solo italiano o europeo, sino mundial. 



Pasolini es uno de los directores más atípicos, no solo del cine italiano, sino de toda la historia del séptimo arte. Cuando rodó su primera película, de corte neorrealista, Accattone (1961), ya era un intelectual muy conocido en su país, donde había destacado fundamentalmente como poeta, pero enseguida se ganó un lugar de privilegio en la cinematografía merced a sus trasposiciones literarias. Deslumbró a todos con El evangelio según San Mateo (Il vangelo secondo Matteo, 1964) y reinterpretó el espíritu de la tragedia clásica en títulos como Edipo rey (Edipo re, 1967) y Medea (1969). Logró gran repercusión y reconocimiento con sus versiones de El Decamerón (Il Decameron, 1971), Los cuentos de Canterbury (I racconti di Canterbury, 1972) y Las mil y una noches (Il fiore delle mille e una notte, 1974), conocidas como la Trilogía de la Vida; y, por último, ofreció una dura crítica al fascismo y al capitalismo en Salò o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975), su película póstuma. 

En su momento, Abel Ferrara fue el enfant terrible del cine americano, pero lo cierto es que las imágenes más duras de Pasolini no son las que ha filmado Ferrara, sino las que filmó el director italiano a propósito de Salò o las 120 jornadas de SodomaPasolini es una película deliberadamente pequeña, casi una pieza de cámara, que se sostiene fundamentalmente por la interpretación de sus protagonistas, sobre todo Willem Dafoe, al que vemos desenvolverse a través de un pequeño mundo romano que va desde el momento en que su madre entra por la mañana en su habitación para despertarlo hasta el momento en que recoge con el coche a algún muchacho al que se lleva después a cenar. Llama mucho la atención el mundo pequeño‑burgués en el que sitúa Ferrara a Pasolini.




Pasolini fue asesinado en la playa de Ostia la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975; Ferrara recrea las últimas 48 horas de vida del cineasta italiano, de manera que lo vemos en la sala de montaje preparando Salò o los 120 días de Sodoma, pero también trabajando en la novelaPetróleo y en el guion Porno-Teo‑Kolossal (PTK). Además, concedió dos entrevistas, una a la televisión francesa y otra a Furio Colombo. La gran aportación de Ferrara es poner en imágenes la parábola presente en el guionPorno-Teo‑Kolossal, protagonizada, además, por uno de los actores favoritos de Pasolini, Ninetto Davoli. En ella, Epifanio (Davoli) parte en busca del Paraíso y emprende el ascenso a través de una escalera que se eleva hasta el cielo, pero a mitad de camino descubre que el Paraíso no existe; en ese momento, se sienta, contempla la Tierra desde el espacio y no le parece un lugar tan malo…



Ferrara no arroja nueva luz sobre la muerte de Pasolini ni ahonda en nuevas hipótesis acerca de una conspiración. No es la muerte lo que le interesa a Ferrara, sino las últimas horas de la existencia de Pasolini, en una suerte de via crucis laico. Pasolini es una película pequeña y hermosa, que desaprovecha la oportunidad de recuperar al intelectual pero presenta al hombre en su existencia diaria. Es una lástima que el personaje que interpreta Maria de Medeiros, Laura Betti, actriz en varias películas de Pasolini, no cobre mayor protagonismo, ya que supone el único elemento subversivo, revolucionario, provocador… un auténtico soplo de aire fresco en una vida, la de Pasolini, que se presenta demasiado aburguesada, al menos según el retrato que ha ofrecido el realizador neoyorquino.





Ignoro cómo sería la existencia cotidiana de Pasolini, pero su obra, desde luego, polemizaba continuamente tanto con el marxismo oficial como con el catolicismo, y dinamitaba los cimientos de una sociedad que ya entonces se encontraba en proceso de descomposición por los excesos de un capitalismo que invitaba a un consumismo desenfrenado. Ferrara, en definitiva, ha realizado un encomiable juego de espejos en el que podemos ver reflejados, cuarenta años después, a algunos de los actores que trabajaron con Pasolini, como Ninetto Davoli o Adriana Asti. Cuando Pasolini fue asesinado, todavía quedaban en su agenda multitud de proyectos, y esa es la tragedia de su muerte, que toda esa creatividad quedara truncada en la arena de la playa de Ostia.



Joaquín Juan Penalva




Joaquín (1976) es un poeta nacido y residente en Novelda. 

Doctor en Filología Española por la Universidad de Alicante, Máster en Edición por la Universidad de Salamanca y Máster en Crítica Cinematográfica por Aula Crítica, es profesor de secundaria y escribe críticas literarias y cinematográficas, además de otras ocupaciones.

Su actividad creativa se centra casi en exclusiva en la poesía, a la que le dedica el tiempo que le queda tras las clases y las demás actividades que realiza.

Acaba de publicar con Huerga&Fierro Editores su último poemario, "Anfitriones de una derrota infinita".






RECOMENDACIÓN 46: SHERLOCK.

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Nombre: Sherlock Holmes

Lugar de residencia: Nº 221B de la calle Baker Street, Londres

Trabajo: Detective aficionado

Año de nacimiento: Algún momento de la segunda mitad del siglo XX 

Algo no cuadra en la anterior descripción del sabueso más famoso de la Historia. Sí, se trata de su fecha de nacimiento. Efectivamente, sir Arthur Conan Doyle imaginó al señor Holmes, a su inseparable compañero, el incombustible Whatson, y a la némesis de esos, el doctor Moriarty en torno a 1890. Fue hábil, lector. Encontró un error que, por otro lado, era elemental.

Sin embargo, déjeme sacarle de su error. Sherlock Holmes está vivo, muy vivo. Y, de hecho, es joven, atractivo y dueño de unos ojos azules tan intensos como vivos, tan bellos como aterradores.





La cadena británica BBC estrenó el pasado año 2010 la serie Sherlock, una adaptación del personaje y el mundo imaginado por Conan Doyle al mundo actual. La ficción enfrenta al complejo personaje de Sherlock Holmes a la vida de hoy, repleta de teléfonos móviles, estaciones de metro, conexiones Wifi y crisis mundial.



El planteamiento de por sí es atractivo: las enrevesadas y brillantes deducciones del detective contextualizadas en nuestros días. Hoy no hay pipas ni imposturas: Holmes es un tipo raro, adicto, un sociópata que, como el original, observa la vida como si de un puzle se tratara, salvando alguna que otra debilidad.

De pronto, las bases sobre las que se asienta el proyecto, que la próxima navidad presentará su cuarta temporada, pueden asustar a los puristas. No hay que tenerle miedo a Sherlock. La ficción, de tan solo tres capítulos (largos, eso sí) por temporada, es absolutamente magistral. Todos los personajes se ensamblan con naturalidad en el contexto del siglo XXI y, pese a sus peculiaridades, están tan bien trabajados que se toman por absolutamente naturales, posibles.
No se puede decir más. Los misterios están ahí. Las piezas del puzle bien desordenadas. Si necesita ayuda para resolverlo, vaya a Baker Street.


Por cierto, amará a James Moriarty.



Daniel J. Rodríguez


RECOMENDACIÓN 47: RAN

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Adivinar el castillo




“¿Cómo decirles que no veo… si en rigor sí veo? Veo de otra manera; veo las cosas por dentro; veo la verdad […] La poesía no tiene dentro ni fuera, fondo ni superficie; toda es transparencia, luz increada y que penetra al través de todo…; la luz material se queda en la superficie, como la explicación intelectual, lógica, de las realidades resbala sobre los objetos sin comunicarnos su esencia…”.
Leopoldo Alas, Clarín, “Cambio de luz”.





Colores plácidos en un prado. La harmonía hecha paisaje. Suaves promontorios de un verde profundo, y una hierba dulce, el sol. Rojo, amarillo y azul. Y un sueño, pero una cacería premonitoria bajo la mirada espantable propia de los sueños infantiles: Hidetora Ichimonji (Tatsuya Nakadai).

Los regalos siempre estuvieron reñidos con la sinceridad desafinada. Saburo (Daisuke Ryû) fue el hijo menor, el más querido, y tal vez por ello se atrevió a rebelar la verdad que se escondía bajo el fratricidio: el mal cometido nunca podrá obviarse, y tarde o temprano, se deberá expiar. Un aserto tan elemental como inesperado por la ligereza con que se toma, la resignación voluntariamente ignorante lanzada al hado.





El presupuesto de Ran () (1985) fue excelentemente administrado por Kurosawa y su equipo, pero aún así, la pericia en el dibujo de las sensibilidades no se puede obtener pecuniariamente, y es aquí donde ya el mayor Akira sobresale tranquilamente, sin aspavientos, con recursos no nuevos, pero con sabia destreza y seguridad.

Las guerras, las riquezas, los palacios, los manidos ardides… no importan, son solamente entretenimientos terrenales para Hidetora, pruebas para su vanidad y veleidad, de las que tan solo consigue abstraerle su avispado bufón Kyoami (Pîtâ), también maltratado por la megalomanía del señor. La creencia de la omnipotencia tan solo produce estulticia.




Y a Ichimonji solo le resta la locura para sobrevivir su mundo de infierno, ¿miedo a darse cuenta que lo había urdido él mismo? ¿U horror por el perdón benigno de los que pisó? Sue (Yoshiko Miyazaki) y Tsurumaru (Mansai Nomura), hermanos a los que dejó vivir una vez aniquilada su familia. Sue fue destinada a ser la esposa de su segundo hijo, Jiro (Jinpachi Nezu); y Tsurumaru, el único hermano varón del clan al que le concedieron clemencia, fue pagando la tasa de la ceguera, para así evitar futuros pronunciamientos. El Budismo será el único consuelo de los hermanos, la creencia estrictamente devota para existir entre todo ese mal y dolor. La otra cara del perdón será Kaede (Mieko Harada).




El clan de Kaede también fue vencido por Hidetora, y por lo tanto, exterminado, tan solo conservaron a la joven para que se casara con el hijo mayor, Taro (Akira Terao). Kaede no supo trepar hacia la luz, ni ondear sobre el rencor, la rabia, el llanto. La supremacía del pasado. Y confundió su vida con la muerte de vestal de la Venganza. No importa pasar sobre Taro, sobre Jiro, sobre Ichimonji… ¡Los hombres son tan fáciles de manipular cuando se creen amados y jinetes de su vida…! La suspicacia siempre nos hará malos, tal vez sea el instinto de supervivencia civilizado, y el único que será capaz de terminar con la deleitosa y serpenteante dama.

Mientras, el desterrado Saturo acogido muy inteligentemente por otro clan sin dote ni riquezas, volverá, sin embargo, por fidelidad cidiana. Pero ya no son los protagonistas ni los atrevimientos fraternas; ni la necesidad natural pero pervertida de derrocar al padre. Hidetora será para todos un loco desnudo, vagabundo de las estepas y cuidado por la caridad de sus víctimas. Nunca antes había visto el señor como Tsurumaru.




Y el tiempo tranquilamente cambiará acompañando la comparsa de las batallas, y biliosos colores destruirán la apacibilidad fundamentada sobre la abyección legitimada. Y los seres humanos… Andando, a tientas, tropezando, temblando recelosos, ¿cuál será el camino? ¿Quién nos lo alumbrará? Nada y Nadie. Nadie y Nada. Solamente nos advirtieron las tímidas flautas de Tôru Takemitsu, siempre sonando lejanas y balanceantes, y lamentándose por su eterna indescifrabilidad.

Para los que me reprochen no haber citado por enésima vez que Ran es una “adaptación” de King Lear, Kurosawa también tomó como base los relatos del daimyōMori Motonari. Y tampoco recuerdo adrede que Akira también adaptó Macbeth en Trono de sangre (蜘蛛巣城)(1957). ¿No deberíamos ir derrocando ya las infalibilidades?


"Me resulta embarazoso cuando me dicen en países extranjeros: ‘¿Por qué escribes música occidental aunque seas japonés?’. Son preguntas similares a cuando los japoneses dicen: ‘Los extranjeros no pueden entender el teatro Noh’. Algunos japoneses, sin embargo, no entienden el teatro Noh. Es más, montones de franceses no entienden a Debussy. Lo que importa es: ¿qué es comprender? Por ejemplo, escuchando a Brahms, un alemán y yo podemos entender cosas diferentes, pero cada uno es conmovido en su propia manera. Incluso en esta sociedad de información hay muchos malentendidos entre japoneses y extranjeros, pero no hay por qué tomarlo como algo negativo. Deberíamos ver las diferencias entre cada uno como naturales y susceptibles de ser solventadas por gente de buena voluntad”. 






* Los dibujos que completan el texto son del storyboard de Ran, realizados 
por el mismo Akira Kurosawa durante los diez años en que gestó esta película.



Anna Montes Espejo



RECOMENDACIÓN 48: LOS SANTOS INOCENTES (Miguel Delibes)

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Los santos inocentes





Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el Quijote. 
Cervantes cuando lo escribió aún no lo había leído.

 Miguel Delibes


El vallisoletano Miguel Delibes Setién nació en 1929 y falleció en 2010, de un cáncer de colon. Fue profesor, periodista, Licenciado en Derecho, novelista y hasta viajero; prueba de ello es que en sus libros hay ecos de sus viajes, así como de sus cacerías. Fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua desde 1973 (ocupando el sillón E). Entre otros premios y reconocimientos logró con su primera novela “La sombra del ciprés es alargada” (1948) el premio Nadal. Más tarde, lograría el Premio a la Crítica, con la obra “Las ratas” (1962); además de los premios Príncipe de Asturias (1982) y Premio Cervantes (1993), fue galardonado dos veces con el Premio Nacional de Literatura con “Diario de un cazador” (1955) y “El hereje” (1998). En su dilatada carrera escribió relatos, ensayos y artículos, libros de caza, de viajes, y novelas. Once de sus obras han sido llevadas al cine. La obra de la que pretendo induciros a leer (o releer) es la novela “Los santos inocentes” (1981), y en su defecto la película.




La novela de Delibes es un drama rural en la España franquista cuyo tema principal es la diferencia de las clases sociales. Una familia de sirvientes nos muestra cómo viven y cómo soportan las humillaciones y el desprecio de los señoritos en la España extremeña de los años 60. Tampoco olvida la incultura general en las clases bajas de la sociedad española.

Personalmente, creo que “Los santos inocentes” es una estupenda obra literaria con una magnífica narración, con un buen lenguaje y en donde se exponen unos hechos muy similares a los de la época. Aunque en el libro Delibes no muestra ninguna fecha en concreto que nos permita situar en qué año ocurrió el relato, podemos suponer que la trama sucedió en los años 60, pues el señorito Iván hace referencia al Concilio Vaticano Segundo (Convocado por el Papa Juan XIII entre los años 1962 y 1965). Centrándonos en la obra, ésta consta de seis capítulos o libros, y cada uno de ellos tiene un título de un personaje o peripecia que sucede.

El primer libro es “Azarías”.  Es un hombre marginado social de unos 60 años.  Va siempre vestido con la misma indumentaria, unos pantalones de pana que le están cortos, la bragueta sin botones y los pies descalzos. Es muy afectuoso y cariñoso, a pesar de tener una minusvalía mental. Es amante de la naturaleza y de las aves que cuida. Su mayor entusiasmo es una graja a la cual llama “Milana bonita”. Trabajaba en la finca la Jara, pero el señorito lo despide porque es ya mayor y por su falta de higiene (y es que se orinaba en las manos para evitar que éstas se le agrietaran debido al frío).

El segundo libro se titula “Paco, el bajo”.  Se inicia con el regreso de la familia de Paco y Régula, su esposa, al cortijo. Ambos quieren mejorar su vida, pero sus deseos no se cumplirán. Paco tiene un gran olfato para la caza. Es un hombre humilde, sumiso, respetuoso e ingenioso. En éste capítulo también se relata la Primera Comunión del nieto de la Marquesa y la presentación de Purita, la esposa de don Pedro, quien administra el cortijo.



El tercer libro es “La Milana”. Es el nombre que Azarías les pone a todas las aves que él mismo domestica. Azarías al ser despedido del cortijo la Jara se va a vivir con su hermana Régula al cortijo de la Marquesa. Allí realizará más o menos las mismas funciones que realizaba anteriormente. En el libro, Azarías “corre el cárabo”, que consiste en entablar una carrera en la sierra, en mitad de la coche con una ave rapaz. Esta parte acaba relatando la experiencia con la nueva grajilla.

El cuarto libro se centra en “El secretario”. Los secretarios eran los que ayudaban a los señoritos durante la caza. Paco era el secretario del señorito Iván. Al inicio del capítulo, se describe cómo son los hijos de Paco: Rogelio, Quirce, Nieves y Charito, que era llamada “La niña Chica”. Más adelante, se relata las cualidades que tiene Paco respecto a la caza: su olfato y su memoria visual. Para acabar, el señorito Iván habla sobre el progreso de España.  La parte final está centrada en la llegada de la señora Marquesa al cortijo

El quinto libro es “El accidente”. Paco sufre una caída desde lo alto de un árbol durante la caza del palomo. El señorito Iván insiste que Paco debe continuar a pesar de haberse roto la pierna. Paco se vuelve a caer y es su hijo quien debe hacer de secretario, pero no resulta fácil, pues el joven no se somete a los caprichos del amo. El señorito Iván observa en las habilidades que Azarías tiene con las aves. Esta parte acaba con el beso que hay entre Iván y Purita, la esposa de Pedro.



El sexto libro cierra con “El crimen”. Don Pedro, el administrador, intenta averiguar dónde está metida su mujer. El señorito Iván se empeña en salir de caza, pero Paco no puede acompañarle, entonces se lleva a Azarías como secretario. La mañana de caza no se ha dado bien, por lo que cabreado, el señorito le dispara a la “Milana bonita” y la mata. Sin pensarlo, Azarías ahorca al amo para vengar la muerte de su grajilla. El señorito Iván es egoísta, vanidoso, autoritario, insultante y despreciativo. Nunca se preocupa de las condiciones personales ni físicas de los que trabajan para él.

En cuanto a la adaptación cinematográfica, Mario Camus sería el encargado de dirigir “Los santos inocentes” en 1984, un director español que le ha dado fama internacional al cine español. Sabe como nadie adaptar al celuloide grandes novelas como “La casa de Bernarda Alba” (Lorca), “La colmena” (Cela), “Fortunata y Jacinta” (Pérez Galdós) o “El alcalde de Zalamea” (Calderón de la Barca). Los guionistas eran Manolo Matji y Antonio Larreta.

Personalmente, la película es una obra maestra de nuestro cine español de los 80. Los Goya no se crearon hasta el año 1986, pero “Los santos inocentes” tuvo su recompensa en el Festival de Cannes, en donde Alfredo Landa y Paco Rabal lograron la Palma de Oro al mejor actor, en un premio ex aequo. Las palabras de agradecimiento de Paco Rabal a la hora de recoger el premio fueron: “Milana bonita”. Mario Camus recibió una mención especial del jurado por su labor como director.  

En cuanto al rodaje, La película se rodó entre las ciudades extremeñas de Mérida, Zafra y Alburquerque (Finca El Zajarrón). Ni Mario Camus -quien venía de triunfar con la adaptación de “La Colmena” y de la serie de televisión “Fortunata y Jacinta”- así como el productor, Julián Mateos, se podían imaginar que “Los santos inocentes” iba a estar un año y medio en cartel, recaudando 523.904.485 de las antiguas pesetas.

Como actores principales estuvieron los magníficos Alfredo Landa (Paco), Paco Rabal (Azarías), Terele Pávez (Régula), Juan Diego (señorito Iván), Agustín González (Pedro, el administrador), Mary Carrillo (Marquesa) y Ágatha Lys  (Puri), entre otros. Paco Rabal era ya casi una leyenda de nuestro cine, pero sin dudarlo bordó su papel. Alfredo Landa interpretó de forma maravillosa a un hombre patético en cuanto a su sumisión ante los amos. Juan Diego, desde luego, realizó muy bien su registro como tirano y déspota. Se dice que Miguel Delibes se presentó un día en el rodaje de la película para conocer a los protagonistas.




Hablemos de algunas curiosidades:

Terele Pávez, faltando dos semanas para iniciar el rodaje, fue convocada por Camus para una prueba de peluquería. Tras ser peinada, le dijo a la peluquera que le diera las tijeras, entró al baño y al rato salió y dijo: “Esta es Régula”. Terele recordaba en una entrevista que un día de rodaje notaba que Paco Rabal, al que ya conocía desde pequeña, estaba nervioso y no paraba de moverse. Ella le preguntó qué le ocurría, y el de Águilas le dijo que quería anchoas y que nadie se las conseguía. Al rato, ella le trajo anchoas y Paco le dijo: “Ésta es mi hermana Régula”.

Del personaje de Juan Diego, el señorito Iván, podemos comentar algo curioso: en cada lugar donde se estrenaba la película, el público aplaudía cuando su personaje era ahorcado, incluso en Cannes.

Paco Rabal, para preparar su papel de Azarías, convivió varios meses con Juan Flores Domínguez “Barrunta” (ya fallecido) en Alburquerque. De él aprendió sus gestos, su forma de andar, sus costumbres, llegando a comprarle el viejo pantalón de pana, su raída chaqueta y una vieja camisa, indumentaria que viste en toda la película. La casa que la familia Rabal tiene en Calabardina, en Águilas, se llama “Milana bonita”.

Ninguno de los actores que hacen de los hijos de Paco y Régula volvió a actuar. Susana Sánchez-Rebato, “la niña Chica”, es la hija mayor de Paco y Regula. Nació deforme y no habla ni se mueve, pero sus gritos parecían alaridos horribles. En el primer día de rodaje, Susana -que por entonces tenía 9 años- se negó a salir porque la maquillaron muy fea y temía que sus amigos se burlaran de ella. Fue Terele quien la convenció de que lo hiciera. Le habló de ET, de lo bueno que era, aunque fuera feo.  Tampoco ha vuelto a actuar. En la actualidad es directora de márketing de una empresa de vinos.

Respecto al libro de Miguel Delibes, hay que indicar que Camus alteró el orden de algunos libros, quizás para darle mayor protagonismo al magistral Azarías, supongo que uno de los retrasados mentales más recordados del cine español. Un libro al que volver y una película perfectamente adaptada que no dejaremos de recordar por esa música aterradora en los tránsitos de capítulo y por la sonrisa de Azarías y su Milana.






Águeda Conesa







RECOMIENDACIÓN 49: A CIEGAS

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A CIEGAS





Darle al play del mando cuando en la bandeja del DVD gira el disco de A ciegas es comenzar un viaje de dos horas hacia la angustia y el dolor. La película, basada en el Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, es una reflexión sobre la crueldad del hombre en una sociedad que se desmorona por una epidemia desconocida: una ceguera blanca. Los ciudadanos comienzan a perder la vista, es como si nadaran “en una piscina de leche”.





Fernando Meirelles se puso al mando de un proyecto para llevar a la pantalla una de las más celebradas novelas del Nobel portugués. En 2008 aparecía el film. Una adaptación que consigue captar el ánimo de tensión que el escritor desarrolla a lo largo del texto, que plasma con notable éxito el propósito de Saramago: recordar que la humanidad, bajo la capa de cortesía y civismo que la cubre, es como un animal herido que lucha por subsistir.

Mark Ruffalo protagoniza el film y se pone en la piel del médico, uno de los protagonistas junto con su propia mujer en la ficción, interpretada por Julianne Moore. Ambos serán, como en la novela, el bastón sobre el que se apoya la historia.

Un semáforo en rojo. Hora punta. La hilera de coches con conductores agotados por la rutina espera que el semáforo cambie a verde para salir a sus trabajos, besar a sus mujeres, abrazar a sus maridos o revolver el pelo de sus hijos. Cuando toca arrancar, todos los vehículos lo hacen salvo uno. El conductor se ha quedado ciego.


Así comienza una historia apasionante. Ya en los primeros minutos se comienzan a escuchar frases que dejan entrever la visión de un mundo corrupto y basado en las apariencias que quiso retratar Saramago: “¿quién es capaz de robarle a un ciego?”, se pregunta el primero de los afectados por esta enfermedad cuando sufre el primero de los muchos abusos que vendrán.

Meirelles refleja muy bien el viraje al egoísmo que ocurre cuando nadie ve a nadie. Arropados por la ceguera luminosa, los que consiguen no perder la vista y los que se adaptan mejor a su nuevo estado se posicionan como reyes autoritarios de una manada rota, desarticulada. El pánico se cobijará en el interior de los ciudadanos y la ceguera sacará sus peores instintos: infidelidad, egoísmo, violencia.

En la novela de Saramago, como en todos sus escritos, la voz del narrador se sitúa más allá. El escritor se sirve de esta figura para opinar, reflexionar, apostillar…, algo difícil de llevar a la ficción y, lo que en numerosas adaptaciones supone uno de los mayores retos. En este caso, el guión se apoya en la interacción de los personajes, que soportan, por la variedad de los mismos y división coral de su peso, la historia.

Además, el director se sirve de la técnica para transmitir la sensación de ceguera. La sobreexposición en algunas escenas, la presencia de los escenarios blancos y otros juegos similares ayudan al espectador a entender el pánico de los protagonistas.



Daniel J. Rodríguez




Precisamente el Ensayo sobre la ceguera fue el libro que se trató en el segundo programa de Qué leen los gallos, de ROM MURCIA, en el que cada semana participa LGC. Puedes escucharlo pinchando aquí.




RECOMENDACIÓN 50: LEJOS DE LOS HOMBRES

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'LEJOS DE LOS HOMBRES', UNA VICTORIA MORAL




Así titulaba Jordi Costa, crítico de El País, su reseña de “Loin des hommes” (alguna vez, por suerte, los títulos españoles son traducciones directas del original), película estrenada recientemente, cuyo argumento es una adaptación libre de un relato de Camus,”L’hôte”, aquí traducido como “El huésped”, incluido en “El exilio y el reino”. ‘Hôte’ tiene también, sin embargo, otra posible traducción: ‘anfitrión’, ’el que hospeda o acoge’. Así que la palabra francesa, con esa doble acepción, es perfecta, porque hace referencia, a un tiempo, a los dos personajes.


Lo que, en su origen, es un relato muy breve se convierte en una historia mucho más extensa, que desarrolla, fundamentalmente, la relación entre los personajes principales en una accidentada travesía entre dos puntos del Atlas argelino, durante la Guerra de la Independencia de Argelia. Como han señalado muchos críticos, el filme adopta los modos del ‘western’ clásico: paisajes amplios, prácticamente desérticos; itinerario peligroso, tanto por la dureza del lugar como, sobre todo, por los enemigos que acechan; dos hombres que comparten la huida, lo que conlleva el comienzo de su amistad; determinación del héroe en cuanto a la obligación que se ha impuesto…




En mi opinión, a pesar de la invención de muchos datos no existentes en “L’hôte”, la película es profundamente camusiana; de hecho, dota al protagonista, Daru, de rasgos que no cuesta identificar con el propio Camus: origen español ( lo era la madre del autor ), múltiple identidad que le impide optar por unos u otros combatientes ( fue el caso de Camus durante la guerra de Argelia ),compromiso con lo que considera justo, afrontando los riesgos que conlleva (dificultades del autor con otros escritores, en principio, afines: es conocida la dura polémica con Sartre )…


Asimismo, es transparente que el protagonista, tanto en la obra original como el planteado en el filme, encarna los valores humanos que Camus defiende en sus obras mayores, “La peste” y “El hombre rebelde”, sobre todo. Es el hombre justo enfrentado al absurdo de la existencia y obligado a decidir ante dilemas que tal vez había querido evitar ‘alejándose de los hombres’. En la película, Daru, combatiente con Francia en la Segunda Guerra mundial y diez años después maestro en una escuela rural, casi en medio de la nada, se encuentra de nuevo en un escenario de guerra, la de la Independencia de Argelia, su país.



Por otra parte, también cabe interpretar el título como la expresión de la realidad mental del protagonista, cuyos sentimientos y convicciones morales lo alejan, a la vez, de los colonos franceses y de los rebeldes árabes, algunos de los cuales, además, han sido soldados a sus órdenes durante la Guerra mundial – recuérdese que sólo han transcurrido diez años -- . Él elige defender a aquel que, a su pesar, le ha sido confiado, y de ello resulta una inesperada amistad; esta elección comportará – sucede siempre que elegimos -, consecuencias inevitables, que rompen el modo de vida que se había planteado.



Cinematográficamente, esta película reúne todos los elementos que dan lugar a una obra lograda: su director y guionista, David Oelhofen, había estrenado varios cortos interesantes y un único largometraje, este último hace varios años. Resulta sorprendente, por ello, la madurez que muestra en todos los aspectos, empezando por el propio guión, que desarrolla el relato aportando elementos personales e históricos muy adecuados a la situación de los personajes. En este sentido, debe destacarse la cuidadísima ambientación, que observamos hasta en pequeños detalles –como ocurre en las buenas películas ‘de época’ -. La fotografía es espléndida, tanto en los grandes planos del paisaje como el la aproximación a los rostros, tanto de los protagonistas como de los personajes secundarios. Yo diría que la cámara los ilumina, como sucede con los grandes directores, aunque sin detenerse demasiado tiempo en ellos.





Oelhofen ha contado con músicos de lujo, Nick Cave y Warren Ellis. La banda sonora subraya los momentos no dialogados, de modo que la inmensidad de la naturaleza resulta indisoluble del ambiente tenso y sobrio del filme. Grandes actores dan vida a los personajes principales: Reda Kateb, francés de origen argelino y checo (cuyo abuelo árabe fue también actor) es un intérprete continuamente reclamado por el cine francés – del que, por desgracia, nos llega tan poco - , hasta el punto de haber rodado en los dos últimos años ¡15 películas!, claro que sólo algunas como protagonista; está perfecto en su papel de Mohamed, taciturno y al principio casi inexpresivo. Viggo Mortensen (una especie de hombre del Renacimiento de nuestra época, puesto que es también editor, fotógrafo, ocasionalmente músico, y pinta y escribe poesía) está soberbio en su papel de Daru; es conocida la intensidad con que prepara sus personajes y su habilidad para desenvolverse en varias lenguas, como en este caso – tal vez facilita este hecho el que domine, como lenguas maternas, el inglés, el danés y el castellano -. Mortensen es también uno de los productores de la película, lo que viene siendo frecuente en los últimos años, en los que se ha implicado en proyectos que considera interesantes. Están asimismo excelentes los secundarios, incluido el breve ‘cameo’ de Ángela Molina.



Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, la película podría tener un final perfecto en una escena que muchos espectadores adivinábamos como tal, pero Oelhofen sigue adelante, prolongando un poco más la historia, por una necesidad de coherencia moral, lo que la dota de una lúcida melancolía. Y sobre esto no añadiré más, fiel al principio, sagrado en cualquier relato, de ‘no desvelar nunca el final’.



Espero que los admiradores de Camus y del buen cine tengamos un poco de suerte y los distribuidores se dignen estrenar en España “El primer hombre”, película de 2011, basada en la obra homónima, que fue publicada póstumamente – por el tiempo transcurrido desde el estreno en Francia, me temo que no la veremos en pantalla grande --.



Termino con estas palabras de homenaje a Camus – y a Mauriac - , tomadas del programa literario “ Apostrophes”, que ocupó un horario estelar en la televisión francesa de 1975 a 1990. Decía en 1978 Bernat Pivot, su director y presentador:“Si hubiéramos tomado el pulso de Camus y Mauriac, estoy seguro de que habríamos escuchado el latido del mundo”.



Aurora Saura
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