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Channel: Literatura y cine
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RECOMENDACIÓN 51: LAS MEJORES INTENCIONES (por Javier Puig)

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Las mejores intenciones



El director de Las mejores intenciones (1992) es el danés Bille August, pero la trascendencia de su excelente trabajo quedará siempre relegada por la presencia del monstruo que tiene detrás, Ingmar Bergman, que es el autor de la novela original y del guion con el que la adapta al cine. Lo que nos narra la película es la problemática de la historia sentimental que vivieron sus padres. Lejos de las obras intimistas del último periodo del director sueco, aquí se nos propone un desarrollo menos condensado en diálogos, un ritmo que enlace armoniosamente una selección de momentos decisivos en el decurso de unos pocos años, unas situaciones cambiantes que requieren respuestas nuevas, un continuo rehacerse en los personajes. (Hay una versión televisiva de mayor extensión, que da pie a mostrar un mayor número de aspectos de la novela).


La relación de la pareja protagonista se compone de un tira y afloja entre el amor y las querencias personales. Bergman toca la llaga de la dificultad de convivir, de aunar dos destinos, de conciliar dos ímpetus que esconden cierta recíproca extrañeza. Pero no es esa la única dificultad. Henrik y Anna se aman desde el momento en que se ven, pero ese deseo de unión contraviene las expectativas de sus familias, especialmente la de ella, de clase alta, frente a ese joven aspirante a cura que se halla sumido casi en la miseria. La madre de Anna se opone desde un primer momento; incluso, maniobra para informarse de los puntos débiles de quien no quiere como yerno. Uno de los flancos atacados es el de la relación que, en el momento de conocerse, él aún mantenía con Frida, una camarera que pronto acabará resignándose al enamoramiento más profundo de su hombre. Por otra parte, la madre de Henrik siente celos de Anne, aunque nunca los manifieste.


Cuando la pareja se queda a solas por primera vez, ella propone que ambos se confiesen recíprocamente sus defectos. Aunque, el reconocerlos no les dispensará de su recurrencia en ellos, de tener que sobrellevarlos como una rémora infinita. El principal defecto de Henrik es su orgullo, su tozudez, ¿o tendríamos que decir su principal inconveniencia? Muy pronto quedó huérfano de padre, y no recibió de su familia el apoyo económico necesario, algo que le ha generado un rencor irresoluble, tan fuerte que, cuando su abuela en el lecho de muerte, pide verlo, para suplicarle perdón, él no lo acepta. Para mayor demostración de su patético simulacro de suficiencia, también desprecia la renta que le propone el abuelo. Pero la vida es dura. Henrik aspira a ser sacerdote, aunque la carrera le está costando demasiado. Ahogados económicamente, su madre y él tienen que humillarse ante unas tías; tienen que mentir para obtener un préstamo que los socorra.

La relación con Anne tarda en asentarse. Hay dudas en ella, que en Henrik son reticencias. Sigue habiendo maniobras de la familia de ella para que se aborte ese nebuloso proyecto de convivencia. Pero, finalmente, consiguen vencer los obstáculos propios y ajenos: se casan. Lo que sigue es una demostración de todas las divergencias que constituyen una parte importante de su difícil convivencia.


Henrik tiene unos ideales éticos muy estrictos. Siente alergia a las convenciones. Lo han nombrado capellán de una parroquia en un pequeño pueblo del norte de Suecia. Ama su trabajo. Se siente concernido por sus feligreses. Anne trata de seguirlo, pero a veces no le resulta fácil. Es difícil entregarse enteramente al rumbo que siente como ineludible el otro. Acogen a un niño huérfano con taras mentales. Ella cree, tras un tiempo, que deben devolvérselo a sus padres adoptivos. Él se considera obligado a no abandonarlo en manos peores que las suyas. Accidentalmente, el niño escucha lo que Anne dice de él: que, por mucho que lo haya intentado, no ha conseguido quererlo. Celoso, coge al hijo de la pareja, aún un bebé, y corre con él en brazos, hasta el río. Sus padres lo advierten y corren tras él; en el último momento, lo salvan de ser lanzado a las frías aguas.

Pero hay más motivos para los desencuentros. Henrik es invitado a ser capellán en Estocolmo. A Anne le resulta muy atractiva esa idea, pero él se siente imprescindible en su parroquia. Su vocación de servicio, sus imperativos éticos, resultan insobornables. Durante un tiempo, Anne se aleja de él. Vuelve con su madre. Está embarazada del que será el grandísimo director de cine. La distancia le resulta tan necesaria como irrenunciable una atracción que nunca se desvanece del todo. Por fin, vuelven a juntarse. Él cede nuevamente. Acepta el ofrecimiento de la Reina y se van a Estocolmo. Es la lucha ante sus propias creencias, la dicotomía entre la propia coherencia y el amor y la aceptación del otro tal cual es. Sus convicciones solo pueden desarrollarse plenamente en soledad; su amor, en un importante grado de cesiones que lo merman en sus intenciones originales; en sus, a priori, irrenunciables creencias.


Al ver esta película, me preguntaba cómo habría podido Bergman saber de las peripecias sentimentales por las que pasaron sus padres. ¿Quién se las contó? ¿De qué versión dispuso? ¿Quería a sus padres? El título de la película ya nos revela un afán de comprensión, de indulgencia, y a la vez una percepción de fracaso. Cuando leemos la novela, salimos de dudas. Su lectura resulta deliciosa. Al ojearla, la primera impresión es la de que nos hallamos ante un guion o el texto de una obra de teatro. Cuando nos introducimos en sus páginas, comprobamos que realmente es un híbrido entre la novela y esos otros dos géneros literarios. Lo que hace el sueco es proponernos una serie de escenas en las que imagina como se desarrollaron los distintos encuentros o encontronazos entre sus padres, a partir de las escuetas informaciones que posee. Los textos que inserta entre las partes dialogadas van más allá de constituirse en meras acotaciones. Lo que hace es un juego, un ejercicio de suposición que le da pie a expresar - esta vez con cierta levedad, como consciente de la incerteza de sus intuiciones - su visión conflictiva de la vida.  Su prosa es un amigable intento de conversación con el lector; sus diálogos, una demostración de su conocimiento de la psique humana, especialmente la de la mujer, que es, sin duda, la que le parece más interesante.

Con esta historia, conocida referencialmente, imaginada sin elusiones pero con afectuosa indulgencia, Bergman incide en los aspectos dolorosos de la vida en pareja. No puede librarse de su visión sombría. La idea de una íntima compatibilidad de dos destinos le parece producto de la candidez. Parece querernos decir que su experiencia le ha convencido de que las diferencias de clase, las económicas, las culturales, las distintas concepciones más o menos radicales de la vida, las particulares neurosis, hacen que el amor tenga que luchar contra demasiadas resistencias. Su pervivencia exige muchas parciales inmolaciones; su total cumplimiento, una imposible erradicación de las propias miserias.


Javier Puig




RECOMENDACIÓN 52: V DE VENDETTA

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V de Vendetta es un cómic con guión de Allan Moore e ilustración de David Lloyd. Escrito durante 5 años, desde el 1881 hasta el 1988. V de Vendetta se desarrolla en un futuro próximo donde surge el totalitarismo en Inglaterra tras una guerra nuclear. Esta visión seguramente estará influenciada por el surgimiento en aquellos años de movimientos nacionalistas, xenófobos y neonazis. El propio Allan Moore declara en aquel momento:


Ahora estamos en 1988. Margaret Tatcher comienza su tercer mandato y se siente tan segura al respecto que habla de llegar al próximo siglo con un liderazgo continuo. Mi hija pequeña tiene ahora 7 años y en la prensa circula la idea de crear campos de concentración para enfermos del SIDA. La nueva policía antidisturbios lleva visores negros, al igual que sus caballos, y sus furgones transportan videocámaras giratorias en el techo … El gobierno ha expresado el deseo de erradicar la homosexualidad, incluso como concepto abstracto. Y uno solo puede preguntarse contra qué nueva minoría se legislará a continuación. Estoy pensando en llevarme a mi familia fuera de este país muy pronto, dentro de uno o dos años. Es frío, es mezquino y ya no me gusta.





El régimen que se nos describe está tremendamente bien organizado y nos recuerda a 1984. Todos los libros y formas de arte peligrosos están censurados y fuera del alcance de los ciudadanos y los distintos departamentos de este gobierno totalitario se corresponden con las distintas partes del cuerpo. En la “Cabeza” está el líder; “La voz” se encarga de los medios de información, Las “Orejas” pinchan las comunicaciones de los ciudadanos para detectar posibles actividades contra el líder y saber qué es lo que comenta la gente en sus casas. Los “Ojos” son las cámaras de vigilancia, La “Nariz” la investigación, y los “Dedos” la policía encargada de actuar a pie de calle. Así funciona el sistema en continua vigilancia por la seguridad del régimen establecido. En este contexto aparece nuestro protagonista: V.


Un superhéroe que se autodenomina villano en la farsa. 

Eve: ¡Tú … ¡Me has rescatado! ¡Como en un cuento! No me lo puedo creer ¿Qu-quién eres?

V: ¿Yo? Soy el rey del siglo XX. Soy el hombre del saco. El villano. 




Con una máscara de Guy Fawkes, V aparece en escena recuperando el espíritu antisistema del conspirador que intentó volar el parlamento por los aires. V ha sido una víctima del autoritarismo que ahora quiere su vendetta. Vendetta, palabra italiana y relacionada muchas veces con las Venecia del siglo XVII. El cómic está cargado de referencias. Aparecen versos de Shakespeare, libros como Utopía de Tomás Moro, carteles con películas clásicas como los Hermanos Marx y frases en latín. V es un personaje culto que siempre tiene una respuesta inteligente.

Acapara sobre sí todo un enjambre de infamias
Macbeth, de Willian Shakespeare.




Los símbolos también se suceden. Hay uves en todos los sitios y la vendetta nos recuerda al Conde de Montecristo. El cómic, escrito en 1988 se ha mantenido siempre vigente como una historia que habla sobre los ideales, la libertad, la justicia y la anarquía.


La película

En 2006 los hermanos Wachowsky llevan a la gran pantalla esta historia 20 años más tarde. La adaptación se mantiene en su esencia, pero la trama cambia sustancialmente. Una de las cosas que obligan estos cambios es el paso del tiempo. Cuando se realiza una película sobre una distopía en 2005 no se puede ambientar en 1997. La estética del film es bastante distinta y pretende buscar cierta atempralidad. Hay una gran diferencia de vestuario entre una y otra. Después, también hay pequeños cambios como el hecho de que Eve tiene 16 años en el papel y conoce a V cuando está intentando prostituirse, mientras que en la versión en celuloide sobrepasa la mayoría de edad y trabaja para la cadena de televisión del Lider (parece que, a pesar de todo, en la actualidad también tenemos que ceder ante la censura). Los detalles y las críticas más agudas también se pierden en su paso a la gran pantalla, bien para hacer más ligero el denso mensaje del cómic, o bien para poder llegar a un público más amplio. Asimismo, una de las mayores diferencias con el cómic es el final. En el cómic tenemos un final esperanzador y que nos da una idea acerca de cómo continuará la historia. El film tiene un final mucho más espectacular, que siempre es más atractivo en el cine.
La película está extremadamente bien tratada en cuanto a planos, escenas de acción, música e iluminación se refiere. Dirigida por los hermanos Wachowski, el film consigue impactar en la audiencia. Hasta tal punto ha calado en nuestra sociedad que las máscaras de V de Vendetta comenzaron a proliferar en todas las manifestaciones tanto en España como en otros puntos del planeta y grupos como Anonimous la han tomado como un símbolo. 





La película es un film que habla principalmente sobre libertad y moral dejando un poco a un lado la ideología anarquista que en el cómic si se desarrolla. De todos modos, ambas son obras con las que se puede reflexionar y sufrir cierta catarsis para después continuar con nuestra vida dentro del sistema.  



Samuel Jara



RECOMENDACIÓN 53: JUAN NADIE (por Anna Montes Espejo)

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Hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son; aún más abiertos para verlas otras de lo que son; más abiertos todavía para verlas mejores de lo que son.
Antonio Machado

Y, sin embargo, no olvida. Y en aquel rincón viene a sorprenderle el ascenso, la traslación a la parroquia de Ulloa, especie de desagravio del arzobispo. La mitra alternaba con los señores de Ulloa en la presentación del curato, y el Arzobispo había querido manifestar así al humilde párroco, enterrado diez años hacía en la montaña más fiera de la diócesis, que la calumnia puede empañar el cristal de la honra, no mancharlo.
Emilia Pardo Bazán, Los Pazos de Ulloa


John Doe es el nombre que se usa en Estados Unidos para identificar a anónimos o para ocultar el nombre real, de ahí, que en español se haya apostado por la adaptación de Meet John Doe (Frank Capra, 1941) siguiente:Juan Nadie. Al leer por primera vez este traslado y una escueta sinopsis de la película pensé inmediatamente en Odiseo siendo Nadie o Ninguno y Todos ante Polifemo para toda la eternidad. Pero no funciona así en la película, aunque no es que el legendario trilero no supiera lo que hacía, u Homero, o quien fuera, simplemente jugara con el marchito cíclope…; o puede que sí, ahí está la verdad, en las cosas que nunca sabremos.


Pues Capra ambienta la película en plena Depresión de 1929, donde todos esos norteamericanos medios y corrientes estaban desempleados, hundidos, y con la esperanza muerta. Y en plena desesperación, el director nos invita a ojear la redacción de un periódico en el pleno despido de una tal Ann Mitchell (Barbara Stanwyck), una periodista que se dedicaba a escribir columnas rosas y cursis, y ¡tan esperables de una mujer bonita que adornaba su despacho con flores…! Así era normal que solo la recordaran por sus piernas. Pero Ann no puede permitirse prescindir de su trabajo y concederse el privilegio de cerrar con un portazo la torpeza estratégica del director del periódico, Henry Connell (James Gleason). La novelera tiene a su cargo dos hermanas pequeñas y su propia  madre. Además, el padre era médico, un gran líder en su comunidad, y su viuda no duda en perpetuar y fomentar su espíritu caritativo, sincero, en el buen nombre de su marido, y por pura bondad. Simplemente ayuda a los que la ayudaron. De corazón.

Sin embargo, la hija mayor no puede permitirse sentimentalismos, en tiempos de crisis: homo homini lupus, y claro, la rabia y el odio que ello provoca; incluso la incomprensión y el hostigamiento de la generosidad verdadera. Así que, como debía entregar su última convencional columna, demostró quién era y qué podía hacer en realidad. Ann no era una chica preocupada solo en pulseras de diamantes y abrigos de bisonte… ¿o sí? Al menos, si algo sabía hacer, era escribir. Así que de su brillante y fingidor ingenio emergió, nada más y nada menos, que el personaje de John Doe (en la adaptación española, Juan Nadie) y su pertinaz carta al periódico, cargando contra el sistema corrupto, los políticos, la sociedad, y gritando que se suicidaría como gesto de protesta.

Es muy dignificante, aunque la solución del personaje sea tópica al final de la película, el tratamiento de los personajes femeninos por parte de Capra. Ann Mitchell será tan activa o más aún que Saunders en Mr. Smith goes to Washington (1939). Decir a mujeres de esa talla que se casen, tengan hijos, y se olviden de la exitosa carrera laboral que podrían proporcionarse por su propia valía, resulta increíblemente insultante, y más aún cuando se piensa en todas las mujeres que lo acataron, agradecidas por la parcela que les regalaba el sistema, respirando este tranquilo y confirmándoles paternalmente su buen comportamiento.

Resulta que la carta de John Doe causó un revuelo de altos vuelos, y se llamó a la recién desempleada, ya que había prestado su columna a semejante crápula pecaminoso. Pues bien, ella les revela su ejercicio demiúrgico y como ha jugado ha encontrarse a Cide Hamete, pero claro, una cosa es la ficción, y otra muy distinta, la realidad, siempre presunta, de un periódico. Así que explotando está técnica tan metaliteraria, que, por qué no, también puede ser considerada metacinematográfica, vamos adentrándonos en la horrenda explotación que del quijotesco John Doe hará el propietario del periódico, D. B. Norton (Edward Arnold). Ahora, si Capra hubiera podido mantener durante toda la película la tensión sobre la existencia “real” o “ficticia” de Doe, además de entre los personajes, con el espectador... hubiera sido una pura genialidad. Pero Frank tenía propósitos que cumplir con el New Deal, que por suerte o por desgracia, poco tienen que ver a veces con manierismos de este mercúrico calibre.

También se debe recordar que Frank Capra era un acérrimo defensor del concepto democrático de EEUU, y por ello, oculta en los visos de Norton y sus secuaces las trazas de una organización fascista en potencia, dispuesta a ser la titiritera de un golpe de Estado sin precedentes. La manipulación de los medios de comunicación, la inoculación de sus principios en los clubs…, nada que por desgracia, no se haya puesto en práctica.

En la mente de Ann se confunde su necesidad de supervivencia, consiguiendo mantener el empleo, con la ambición por el dinero que obtendrá gracias a ello; y si al principio, su creación será solo un polemista profesional, este tomará las  dimensiones propias de un líder. Ha tenido muchísima repercusión, todos los estadounidenses afectados por el crack se identifican con él, ¡intervienen para evitar su suicidio hasta las señoronas de la alta sociedad! Doe es un triunfo asegurado en ventas y en prestigio para el periódico. Así que solo queda repetir lo que la multitud ha oído mil veces, pero de otro modo, sin ser ya no más críticos y pesimistas con el futuro, sino infundir ilusión, y si el pueblo comprende o no todos esos tópicos, ya no es responsabilidad de nadie. Porque Norton no tiene ningún problema en lavarse las manos cuantas veces sea pertinente. Pero vaya, ya comenzamos otra vez, resulta que la masa ha empezado a asimilar esa ética tantas veces escuchada y repetida y manipulada, pero nunca aplicada, nunca creída. Y ahora son todos amigos de sus vecinos, hermanos en sus comunidades, solidarios en sus fraternales clubes creados en honor a su nuevo mesías: John Doe. ¿Necesitamos siempre de un becerro de oro para el empuje definitivo…?

Para que el personaje pudiera mantener tal estatus de existencia, claro está, debía saltar del papel a un cuerpo, de la verosimilitud a la realidad más pedestre. De manera que entre los taimados que se presentaron en la redacción, cuando el director, creyendo que ese hombre era de carne y hueso, lo convocó, ofreciéndole trabajo para evitar su repentina y truculenta muerte, evitando tal trago al propietario y a las gentes de bien de la ciudad; entre ellos debía haber un hombre apto al que le valieran las vestiduras de Doe, y ahí tenemos a John Willoughby, Gary Cooper en traje de vagabundo, cuando solo verle aparecer en la sala, Ann y cualquiera sabe que nació para vivir en esmoquin.

Y de aquí, al estrellato, evidentemente. Willoughby había sido una gran promesa de béisbol, frustrada por una lesión en el codo, y con el hundimiento de Wall Street se había unido por afinidad armónica con otro viajante, apodado Coronel (Walter Brennan). ¿A dónde han ido estos maravillosos secundarios? Se merecen todos los ubi sunt.

Coronel es el eterno fugitivo, que confunde el escapismo con la libertad. Desde luego, su teoría sobre la esclavización que causa el dinero es remarcable, pero al fin deja cierto regusto de irresponsabilidad. Y sin, al menos, un poco de conciencia de causa y consecuencia, no se puede construir absolutamente nada. Evidentemente, la nada está tutelada por una falsa sensación de espontaneidad y naturalidad. Convertir la huida en vida solo es miedo. Aunque Coronel será el único que, con esa desconfianza huraña teñida de temor, preverá en qué se convertirá su camarada de puentes.

Porque, la pregunta no es quién es John Doe, si no, ¿quién es John Willoughby? ¿La eterna estrella incumplida? ¿Un vagabundo que se desmaya ante la idea de ni poder alcanza un buen desayuno? O… ¿es este John otra creación de Ann? ¡Fecunda demiurgo era la periodista! Ya que consigue revivir en ese inconstante el hombre ejemplar que fue su padre, o más bien la imagen que del fallecido quedó en su recuerdo y el diario que guardaba amorosamente la viuda, acariciando la remediadora memoria.

Examinar la sorpresa permite desmontar pieza a pieza el deslumbramiento , y es muy fácil si nos permitimos conocer este doble protagonista. John Doe tomaba todos los valores del padre de Ann, y Willoughby, a fuerza de repetirlos ante las multitudes, se convence y los asume; y aunque sabe que es, precisamente, un don Nadie y por ello no puede oponerse a Norton y sus secuaces; pero por ello mismo, con sus pequeños gestos lo intentará, y en una reflexión que recuerda a las más lucidas, explícitas y, ojalá hubiera sido tan revolucionaria como las de Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), y más idealistas…, el poder será de la población, que una vez hermanada y unida y fundida por el amor, será indestructible, puede que su triunfo no sea hoy, ni mañana, pero algún día prevalecerá el Bien. O al menos, nos quedará saber que gente como Norton eran unos indeseables, sanguijuelas que solo tenían dinero, y nada más. Encarcelados en sus megalomaníacas mansiones como acobardadas Rebeccas.

Pero descubrir que tu amor forma parte de tal complot político-ético-moral, y después de haber escuchado las desgracias de guerra con lacrimógenas dosis de patriotismo del director del periódico, es simplemente letal. Además, pulula por allí el sobrino de Norton, aspirante a domador de Ann mediante la administración del matrimonio con diamantes.


Capra es en exceso deudor de su tesis roosveltiana para perjuicio cinematográfico, ya que al final, siempre te quedas con ganas de más, y ¡ya van dos bodas que me pierdo: la de Clarissa y Jefferson, y la de Ann y John! Al margen de mi cinéfila natural morbosidad, Frank, en cuanto ya ha descongelado el corazón del espectador mediante una catarsis basada en la empatía, el espíritu navideño a destiempo y el romanticismo marca de la casa: The End.


Anna Montes Espejo






RECOMENDACIÓN 54: MACBETH

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MACBETH




Resultan admirables el respeto, mimo y esmero con que el mundo anglosajón se ha volcado siempre sobre las figuras cimeras de su literatura. Macbeth, de Justin Kurzel, es uno de esos productos artísticos que se ven sólo muy de vez en cuando y que han nacido del amor y, lo que es más importante, del acierto interpretativo y del conocimiento profundo y riguroso de los textos originales. Y eso se nota. Con todas las licencias que la trasmigración al género cinematográfico exige, la última película del director australiano rezuma universo shakesperiano en cada fotograma.


Ya la primera escena constituye una genialidad del director. La cinta se inicia con el primer plano del cadáver de un niño, que enseguida sabemos hijo de Macbeth y su esposa. Casi al final del primer acto del texto de Shakespeare, un parlamento de Lady Macbeth deja insinuar que una vez fue madre. Se trata de un momento marginal de la obra que no se repite más (si exceptuamos una alusión de Macduff al final del cuarto acto) y que, sin embargo, ha sido motivo de controversia entre la crítica literaria. Pues bien, el brillante artificio de Kurzel consiste en convertir esa frase anecdótica del texto teatral en el leit motiv de gran parte del argumento, pues con la muerte del hijo de Macbeth y su falta de descendencia, cobrarán aún más sentido las profecías de las brujas que augurarán en la persona de Banquo, compañero de armas de Macbeth, el inicio de una estirpe de reyes. Banquo es, pues, un obstáculo en la llegada el trono de Macbeth, también profetizada por las brujas, y en el pensamiento de éste siempre estará presente que el asesinato del rey Duncan sólo habrá servido para alimentar la realeza de la semilla de Banquo. Por eso Banquo y su hijo Fleance deben morir. Sólo una mente atenta al texto shakesperiano habría podido apreciar la potencialidad dramática de aquella frase aparentemente irrelevante y casi desapercibida de la obra original. 


Por su parte, Fleance logra escapar de los esbirros de Macbeth, y Shakespeare nunca más vuelve a retomar ese punto pendiente. Kurzel, en cambio, en la impresionante escena final de la película resucita esta laguna del texto original haciendo caminar a Malcolm, hijo de Duncan, que ya ha recuperado el trono legítimo tras la muerte de Macbeth, hacia un horizonte rojizo, mientras en otra escena el olvidado Fleance hace lo propio sujetando una espada. Las dos escenas representadas paralelamente albergan una elocuencia dramática portentosa y corrigen el olvido shakesperiano.

Los parlamentos de los actores son muy fieles al texto original, aunque se ha producido sobre ellos una inteligente y dosificada purga, que alimenta la concisión. Esto, lejos de ser un defecto, es una virtud puesto que los personajes de Macbeth aceptan desde el principio su destino y la asunción de ese sino permite prescindir de las palabras. Se ha dicho muchas veces que Macbeth se debate interiormente ante la consecución de su atroz acto y que es la manipuladora Lady Macbeth quien lo aboca al asesinato. Pero no es verdad: las reservas de Macbeth ante el regicidio son siempre muy débiles y están consolidadas en su fuero interno desde el primer momento en que recibe la profecía de las brujas. No hay transición, sino asunción. Por eso Michael Fassbender y Marion Cotillard manifiestan en sus expresiones esa inercia estática del fátum trágico, paralela al lenguaje, que sólo se matiza algo en la culpa posterior. Incluso cuando Kurzel se toma licencias innecesarias, éstas son más sugestivas que el texto shakesperiano; es el caso, entre otras, de la profecía de las brujas que auguran la muerte de Macbeth “cuando el bosque de Birnam venga a Dunsinane”. Shakespeare hace que los soldados ingleses avancen todos con una rama de árbol que los oculte. En cambio, Kurzel hace que los soldados incendien el bosque y son las cenizas incandescentes arrastradas por el viento las que llegan a Dunsinane, ofreciendo una escena mucho más efectista, con la alegoría del rojo enseñoreándose una vez más.


La lobreguez de las escenas, la presencia constante de la sangre que no puede ocultarse, el desvalimiento de la culpa, representada en la cámara real casi a la intemperie, los silencios elocuentes y el estatismo o ralentización de algunas secuencias, todo recuerda con fidelidad el subyugante espíritu shakesperiano. Cada vez estoy más convencido de que Shakespeare no era un hombre nacido de mujer.



Fernando Parra



Fernando Parra es profesor de Lengua y Literatura Españolas en el IES Torrellano (Alicante). Ha participado en la redacción de contenidos enciclopédicos para las editoriales Espasa-Calpe y Plaza &Janés. Ha colaborado en la valoración de manuscritos para la editorial Funambulista. Ha colaborado eventualmente en el Diario Información de Alicante y en el Diario de León. También colabora con diferentes revistas literarias como Subverso. Ha participado en la presentación de libros y ha prologado el último poemario del poeta Pedro Gomila.

Desde el año 2010  mantiene una columna semanal de carácter literario en el Diari de Tarragona, llamada "El cura y el barbero", cuyos artículos están pendientes de ser publicados en una antología. Ha colaborado en el diseño y redacción de contenidos curriculares para el manual de Literatura Universal de la editorial Sansy. Alguno de sus artículos ha quedado entre los finalistas del Premio Nacional de Periodismo Literario Francisco Valdés (2013). Premio Babelia, de EL PAÍS, a una de las mejores micro-reseñas literarias (2015)



RECOMENDACIÓN 55: CENTAUROS DEL DECIERTO

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EL “EROTISMO TRANQUILO” 
DE JOHN FORD EN CENTAUROS DEL DESIERTO.




John Ford dotó al western de una dimensión lírica. Después de haber contribuido decisivamente en su constitución como género, imprimiéndole un sentido épico-dramático, lo vistió de poesía. Ford era un poeta de la imagen y, como inigualable maestro en su oficio,  la dejó fluir natural, desnuda de disfraces y de artificios. Un poeta que jamás hablaba de poesía (Truffaut dixit), cuya capacidad poética no hacía falta demostrar, pues sólo tenía que unir mirada intuitiva y cámara para ofrecernos una puesta en escena salpicada de guiños emocionales entre lo relatado y el mundo interior del espectador, de tal forma que asomarse a la pantalla fuera como asomarse a la vida.

Son muchos los poemas cinematográficos de John Ford, y estos no se agotan en el western –sirvan como espléndidos ejemplos Qué verde era mi valle (1941) o El hombre tranquilo(1952)-, pero si hay que elegir uno que compendie todas las virtudes poéticas del director es Centauros del desierto(The searchers, 1956). Sabemos que la elección podría resultar tópica - máxime cuando conocidos cinéfilos y directores de cine la han considerado entre las diez mejores películas de la historia del séptimo arte-, pero sus valores están ahí, tenaces ante el inexorable paso del tiempo. No los vamos a descubrir aquí, porque todo amante del arte cinematográfico que se precie enseguida los vislumbra. Baste recordar la belleza de sus imágenes; sus contrastes entre los primeros planos de indagación psicológica o los planos interiores que apuntan a lo cotidiano y los planos generales en los que la naturaleza adquiere tanto protagonismo como los personajes – Monument Valley inmortalizado en la retina-; el empleo de símbolos, como el de la celebrada puerta que abre y cierra el film, que separa la seguridad del hogar del peligro y el odio del exterior, confiriéndole un sentido circular a la obra; el magistral uso de la elipsis narrativa, enriquecido con el recurso de la carta recibida por Laurie (Vera Miles) para introducir el flash-back; hallazgos técnicos empleados con gran naturalidad, que van desde el zoomcomo antitravelling hasta el plano secuencia; la complejidad sentimental del personaje central, Ethan (John Wayne), en la que pugnan el odio al indio y el amor por la familia; el magnífico dibujo de todos los personajes secundarios; la música de Steiner en perfecta comunión con la fotografía de Winton C. Hoch; etc.. Pero, sobre todo, no podemos olvidarnos del magistral arte de Ford para “presentar ocultando” a través de la aparente sencillez de la historia (la búsqueda de dos mujeres raptadas por los comanches) y las imágenes que la jalonan todo un mundo lleno alusiones e insinuaciones, de informaciones no explicitadas. Ahí reside su mayor cualidad poética, en la capacidad de presentar ante el espectador bellas imágenes, henchidas de emoción en los planos cortos, que no se agotan en su simple formulación, sino que reclaman la búsqueda de significados sugeridos, una contraparte, la cara oculta de la punta del iceberg presente en la pantalla. Ello no es óbice para que, como ocurre con las grandes obras maestras, el espectador se quede con una primera lectura lineal; está en toda su legitimidad, y ciertos gestos, miradas, movimientos, objetos…, no tienen por qué llevarlo a elementos de indeterminación. Ahora bien, a poco que indague descubrirá una segunda lectura no expresada de forma directa pero hábilmente sugerida: sólo al principio, las miradas entre Ethan y su cuñada Martha, el beso en la frente mientas los ojos delatan emociones distantes del mero cariño familiar, la complicidad en las miradas de ambos y las caricias de Martha al gabán de Ethan nos introducen en todo un mundo interior, secreto y misterioso, arraigado en el pasado, que sólo sus protagonistas conocen. Sin embargo, constituye, como veremos, un leitmotiv interno en el desarrollo de la trama.

Con Centauros del desierto el héroe fordiano alcanza una gran complejidad. Ethan Edwards es el jinete que “cabalga sin destino” del que habla Stan Jones en la canción que da apertura y cierre a la película, un Ulises que tras perder su particular guerra de Troya (la Guerra de Secesión) regresa, después de un largo tiempo, a  Ítaca (el hogar de los Edwards), donde sabe que Penélope (Martha) es ahora la mujer de su hermano. Todo ha cambiado, al traspasar el umbral de la simbólica puerta se siente atrapado entre la disyuntiva del amor perdido –que le empujaría a seguir su incierto camino- y el calor que le depara su familia. Tras la matanza de ésta y el secuestro de sus sobrinas, emprende una nueva Odisea, una búsqueda que durará cinco años, en la que lo acompañará, muy a su pesar, su sobrino mestizo Martin (Jeffrey Hunter). La obsesión por encontrar a Debbie, su sed de venganza y el odio racista hacia el indio parecen ser los únicos móviles que mueven a Ethan, pero hay muchos matices en su personalidad, que van desde la violencia irracional hasta la ternura, que nos demuestran que la verdadera lucha que sostiene este héroe es consigo mismo. No sabemos nada de esa herida que tiene abierta y que aparentemente parece cicatrizar cuando al final devuelve a su sobrina al hogar. Se cierran de nuevo las puertas, una nueva familia ha nacido; pero él se sabe excluido, está condenado a ser un outsider, a vagar solitario, sin rumbo por el desierto de su vida, en busca de ese destino que perdió en el pasado y que nunca podrá recuperar. De esa segunda lectura a la que hemos hecho antes referencia podemos colegir al menos una clave del misterioso pasado de Ethan: su innegable relación amorosa con Martha. No sabemos el motivo por el cual quedó truncada: tal vez la guerra, que hizo tan larga la espera que Penélope cedió ante su pretendiente; o la resolución de un triángulo amoroso a favor de su hermano – como hace Tom Doniphon (John Wayne) con Stoddard (James Stewart) en El hombre que mató a Liberty Valance, sacrificando su amor por Hallie (Vera Miles)-; las posibilidades podrían ser infinitas, sabemos los hechos, pero no sus motivaciones. Sólo basta mirar los ojos de Martha para sentir la indudable atracción erótico-amorosa entre los dos personajes.

No es habitual tratar el tema del erotismo en Centauros del desierto; sin embargo, está presente, no podía faltar en una obra total. Eso sí,  entre el inmenso telar temático se diluye de tal forma que no se puede considerar desde luego un tema principal ni adquirir el protagonismo de que goza en otras obras. Recordemos El hombre tranquilo, película que alberga una de las secuencias más cargadas de erotismo de la historia del cine: de nuevo John Wayne, esta vez con la sensual Maureen O´Hara. Ella, amedrentada por la tormenta, halla refugio en los brazos de él, que se despoja de su americana para arroparla; mientras, la lluvia hace que se empapen sus cuerpos cada vez más próximos. No hace falta palabras, las caricias, los abrazos, el lenguaje corporal, el rostro replegado sobre el pecho del ser amado, la entrega mutua y, sobre todo, las miradas, delatoras de una pasión amorosa desbordante. La escena es de una sensualidad intensa y a la misma vez delicada y poética. Se trata de un erotismo implícito, basado en la sugerencia, muy distinto del erotismo-espectáculo reinante en el cine actual (incluido el realizado en las últimas tres décadas del XX), en el que la sexualidad se muestra evidente, explícita y directa. Este tipo de erotismo las más de las veces deviene despojado de toda poesía, porque lo que se muestra es lo que hay, nada más, el lenguaje es puramente denotativo. Sin embargo, en El hombre tranquilo y - de forma aún más velada- en Centauros de desierto las connotaciones enriquecen el lenguaje, haciendo que en su lectura el guión se llene de insinuaciones, alusiones, ambigüedades, deseos, remordimientos, culpabilidades sexuales… 

En la primera, constituyen un tema de primer orden; en la segunda, a pesar de estar profundamente imbricados en el núcleo temático, no tienen la relevancia de otros temas, pero sí los motivan. Así, por ejemplo, el odio racial y la violencia de Ethan hacia el indio es cierto que vienen de un pasado que no conocemos; pero se convierten en obsesión irracional y crueldad extrema en el momento en que Martha, su amor frustrado, es brutalmente asesinada y la pierde para siempre: recordemos la escena de los disparos sobre los ojos del comanche exhumado o cuando tirotea indiscriminadamente a los indios ya en retirada y el reverendo Samuel Clayton le recrimina que los deje recoger sus bajas, y haciéndole caso omiso vuelve a disparar. Rememoremos el momento en el que pierde los estribos en la caza de búfalos para que los indios no puedan alimentarse, o  cuando está a punto de matar a su sobrina -porque ya la considera comanche -, o cómo se le incendian los ojos cuando se dispone a arrancarle la cabellera a Cicatriz.

El erotismo en Centauros, pues, tiene un carácter secundario, pero necesario en el conjunto. Como hemos adelantado arriba, se trata de un erotismo velado, “tranquilo”, que afecta a los dos protagonistas de la obra, a los dos perseguidores. A Martin con Laurie, relación atormentada por la distancia –en la que no faltan otras parejas circunstanciales-, que al final llega a buen puerto; y a la mencionada relación frustrada entre Ethan y Martha. También tenemos otras muestras de amor y de sensualidad: el amor ingenuo, de besos a escondidas, entre Lucy y su joven novio, que contrastará brutalmente con el sadismo de la que después será objeto por parte de cuatro comanches. Por otro lado, está la atracción de Charlie por la bella Laurie, que se hubiera consumado en matrimonio, si no llega a aparecer finalmente Martin. Más ambigua e indeterminada es la forzada unión entre Debbie y el jefe comanche Cicatriz. De todas estas relaciones, y obviando las escenas entre Martin y Laurie, llenas de humor y complicidad - como la del baño de Martin-, perfectos anticlímax que relajan la tensión de la búsqueda, la más determinante en el desarrollo posterior de la obra es la de Ethan con su cuñada. 


Precisamente, en esas escenas iniciales de la película en la casa de los Edwards a las que nos hemos referido anteriormente es donde John Ford hace más acopio de los recursos poéticos de la sugerencia, pero con la economía verbal y visual que lo caracteriza. Bastan las miradas de los personajes y la caricia amorosa a un capote para descubrir al espectador ese mundo interior desbordado por la pasión de un amor que late en silencio, el erotismo del amor prohibido. El impacto emocional que imprime al film es tal en tan pocos planos, sin necesidad de escenas superfluas destinadas a inflar el ego del realizador o innecesarios subrayados para espectadores perezosos, que sólo puede estar al alcance de un genio. No nos extraña que Orson Welles, en las antípodas del estilo fordiano, al ser preguntado por sus cineastas favoritos y sus influencias a la hora de rodar dijera: “John Ford, John Ford y John Ford”; no podría ser de otro modo, al fin y al cabo él ha conseguido abrir y cerrar tantas veces las puertas en la historia del cine, que con su personal silueta cinematográfica ha definido el umbral de lo posible.


 Joaquín Piqueras
                                                          


                                                                                                   

RECOMENDACIÓN 56: LA NOVIA

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"Corazón, ¿por qué mandas en mí si yo no quiero?", exclamó Federico García Lorca hace más de ochenta años. El amor es un aspecto que le gustaba retratar por encima de otros aspectos al poeta; y amor insatisfecho es lo que recoge su obra Bodas de Sangre, que ahora versiona la cineasta Paula Ortiz con su película La Novia.

Ortiz tiene claro que Lorca es un autor que pertenece a la cultura de este país, de esta forma, con esta adaptación, tenía un largo y duro trabajo: conseguir retratar fielmente, mediante imágenes en movimiento, una historia que ya estaba en el imaginario español, cosa que, sin duda, ha conseguido.
            A esta adaptación, le han llovido buenas críticas y algunas nominaciones a premios relevantes (12 a los Goya y 9 a los premios Feroz), y es que se nota, que detrás de esta producción ha estado el mimo y el cariño que se merecen los textos de Lorca.


Sorprende el hecho de que existan muchas adaptaciones de las obras del poeta granadino, pero ninguna que tenga en cuenta lo más profundo de esos textos teatrales que son verdadera poesía. El film se detiene en cada milímetro de lo que Lorca dejó por escrito, incluyendo acotaciones, puntos y comas. Es así como, lejos de ser una adaptación libre de la obra, encontramos verdadera representación de lo que el dramaturgo dejó para la posterioridad: la tragedia de un trío amoroso entre el novio, la novia y Leonardo.

Hay que recordar que, por encima de los nombres, Lorca trata a los personajes con respecto a su significado para  la totalidad de la trama. De esta forma, Bodas de Sangre -y su testigo La Novia- tan solo tienen a un personaje con nombre, Leonardo, hombre que será clave en la trama; ¿El resto? Son calificados con sus génericos: novia, novio, suegra o criada.

El papel de la mujer en los escritos del autor es clave. Lorca se caracteriza por emplear y desarrollar personajes femeninos muy fuertes. En este film eso se tiene en cuenta y centran la trama en la novia, personaje que le da título a la filmación. Inma Cuesta representa a la protagonista, un papel bipolar que es reflejo de la cita de Lorca con que daba comienzo este escrito: “Corazón, ¿por qué mandas en mí si yo no quiero?”.


La novia, desde niña, ha estado enamorada y ha deseado carnalmente a Leonardo, su amigo, pero este decide casarse con la prima de aquella y ella decide comenzar una relación con El Novio, con el que se promete y casa. La acción transcurre, casi en su totalidad, durante la boda de los dos, y será durante el banquete cuando transcurra la tragedia: La Novia se escapa con Leonardo y mancilla su honor de mujer.

La luna -representante de la muerte, el erotismo y la fecundidad-, la sangre -alegoría de la muerte y la infertilidad-, el arma blanca -que se clava la novia en su vientre quedándose yerma-, y los caballos -metáfora de la vida y el erotismo- son aspectos claves en la película y en la poética de Lorca. Lejos de centrarse en una trama que sea apetitosa para un espectador medio, el film está plagado de todos los simbolismos lorquianos, llegando incluso a escuchar o a ver a Bernarda Alba en algunas de las escenas. “Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó un hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres; el trigo, trigo…” (Acto I).

No es ninguna barbaridad afirmar que el autor granadino sabe combinar de manera excelente narrativa, poética, música y aspectos visuales a través de la palabra. Lorca era muy aficionado a la música y, como tal, las incluye en sus obras a través de poemas denominados villancicos, con verdaderos estribillos. Esto era algo característico del poeta, ya que, de esa forma conseguía transmitir al lector, la caracterización popular que era propia de las obras dramáticas de Lorca. Es por ello que no nos extraña que Ortiz haya incluido escenas melódicas en su película, escenas que van muy acordes con la dialéctica que propone con el film.

Con 21 nominaciones a su espalda, La Novia ha causado sensación dentro del mundo cinéfilo. Constituye, sin duda, una buena mezcla de diferentes tipologías textuales narradas en formato fílmico. Pero no nos engañemos, no es apta para públicos desprovistos de sensibilidad poética.



¿Te quieres callar? No quiero llantos en esta casa.
Vuestras lágrimas son lágrimas de los ojos nada más,
y las mías vendrán cuando yo esté sola,
de las plantas de mis pies, de mis raíces,

y serán más ardientes que la sangre.
Bodas de Sangre
Federico García Lorca



Sonia Pérez Sánchez (Cartagena-Madrid, 1986)
Licenciada en Filología Hispánica y graduada en Periodismo. Ha dirigido la revista cultural Café de Letras y colaborado en diferentes blogs culturales. En la actualidad imparte docencia de Lengua y Literatura en Madrid.

RECOMENDACIÓN 57: PALMERAS EN LA NIEVE

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PALMERAS EN LA NIEVE 
de Luz Gabás





Dicen que quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo, conocerlo te brinda la posibilidad de ponerte en la misma piel, de no cometer exactamente los mismos errores que los que cometieron los que tejieron todo el hilo de tu historia.

Adriana Ugarte





España, allá por el año 1898, perdía las últimas colonias de ultramar: Puerto Rico, Cuba y Filipinas. Nuestro país conservó el protectorado de Marruecos y de algunas provincias de Guinea Ecuatorial, aunque después ambos territorios lograron su independencia.

Desde el año 1926, la isla de Fernando Poo (actualmente Bioko) fue parte de la llamada “Guinea española” hasta que, en 1968, logró su independencia. Muchos españoles salieron de España hacia Guinea en busca de un futuro mejor. Muchos trabajarían en distintas plantaciones de cacao.

La novela “Palmeras en la nieve”, de Luz Gabás, nos relata la historia de esos colonos, de la cultura de aquella isla. Desde luego, no falta una bella historia de amor imposible. Aderezada con secretos familiares, tradiciones desconocidas, aventuras, confesiones, traiciones, pasiones e intrigas. En el libro se mezclan dos tiempos, dos culturas y dos generaciones. He gozado de esa historia de amor, de esos secretos familiares, de aventuras, de aquellos españoles en Guinea y de las grandes diferencias que existían entre negros y blancos.

Luz Gabás nació en Huesca (1968). Es licenciada en Filología inglesa, novelista y, además, ha sido alcaldesa de la localidad de Benasque (municipio de Huesca). Su primera novela “Palmeras en la nieve” fue un éxito de ventas en el 2012.  Este pasado año fue llevada a la gran pantalla en España, con un gran triunfo en taquilla.



Alguien podría pensar que es un tocho de novela (736 páginas), pero os puedo asegurar que la autora compagina de forma extraordinaria distintos géneros (novela autobiográfica, realidad histórica e historia amor). Su estilo es elegante y bastante minucioso en todo lo que describe.

En la novela, al igual que en la película, se mezclan perfectamente el presente y el pasado de muchos personajes. Nos cuenta que los problemas ocasionados con la colonización no desaparecieron con la ansiada independencia, sino todo lo contrario. Hoy en día ese país vive un estado dictatorial militar, con graves problemas de alimentación  y de servicios. Además, su riqueza es explotada por empresas extranjeras. El informe de Estados Unidos sobre tráfico de personas de 2012 dice que «Guinea Ecuatorial es una fuente y destino para las mujeres y niños sujetos a trabajo forzado y tráfico sexual».

Centrándonos en la novela, ésta comienza con  una triste y emotiva  despedida de Kilian y Bisila (la pareja que intenta vivir un amor imposible en aquella época). Es Clarence quien descubre,  en 2003,  un trozo de una carta  en donde se da a entender que desde España se está enviando dinero a Guinea para alguien. Ese retazo de la carta le llama la atención, pues cree que hay muchos misterios en su familia que no sabe y  hará que viaje en el tiempo y en el espacio y  se desplazará desde Huesca hasta Bioko, para visitar e investigar en la tierra  en la que su abuelo Antón, su padre Jacobo y su tío Kilian vivieron y trabajaron durante muchos años en una plantación de cacao.

Poco a poco Clarence va descubriendo esa historia de amor, así como las vivencias de sus familiares y amigos. Un secreto que en cierta forma le afecta a ella misma y a su prima Daniela (hija de Kilian). No se atreve a preguntarle ni a su padre ni a su tío, pero cree que no le dirán la verdad, por lo que recurre a Julia, una vieja amiga de la familia y que además compartió con ellos los años que pasaron en Fernado Poo. Sin embargo, Julia no le da la información que ella busca y la remite a su padre, lo que hace que se sienta mucho más curiosa.

En cuanto a la película, se estrenó a finales de 2015 con el mismo título que la novela, con un presupuesto de 10 millones de euros (el mayor presupuesto para una película española en los últimos tiempos). Fernando González Molina dirigió un ambicioso proyecto, que le está dando sus frutos, con la ayuda del responsable de la fotografía, Xavi Giménez, que consigue un impresionante trabajo. Supo  resaltar los contrastes de la montaña oscense y el color vivo de Guinea.

En cuanto a la música, no podía faltar para esa historia de amor el tema principal de la BSO, compuesto por Pablo Alborán y Lucas Vidal. En el reparto, nos encontramos con Mario Casas (Kilian), Adriana Ugarte (Clarence), Macarena García (Julia), Berta Vázquez (Bisila), Daniel Grao (Manuel), Alain Hernández (Jacobo) Emilio Gutiérrez Caba (Antón), Laia Costa (Daniela)…

La película se rodó en Gran Canaria, en Teror, donde se construyeron magníficos escenarios para recrear los escenarios existentes en Guinea.  También se rodó en Colombia y Huesca. Cinco meses duró el rodaje y con la participación de más de 3500 personas.

En mi opinión, Berta Vázquez (Bisila), sin duda, ha sido un gran descubrimiento. Un gran desafío en el que estuvo resuelta, enigmática y muy sincera. Tuvo que aprender un idioma desconocido (bubi) y era su primer papel en cine. Alain Hernández: (Jacobo) es otro novato que bordó el personaje de canalla, mujeriego y vividor. Se le ha podido ver actuar en algunas series (como Mar de Plástico, B&B) o como actor secundario en las película Ismael y Ocho apellidos catalanes.


Como curiosidad, Mario Casas conoció en el rodaje de la película a Berta Vázquez y entre ellos surgió un feeling, que hizo que Mario dejara a la que era su novia, por entonces María Valverde, y actualmente son pareja.  Las escenas entre Kilian y Bisila tienen un contenido erótico bastante explícito. Para Mario Casas es sin duda el mejor personaje que ha interpretado a lo largo de su carrera, y el nuevo “talismán” del director, que ha trabajado con él en varias películas y cuanta de nuevo con él para la próxima.


Águeda Conesa





RECOMENDACIÓN 58: ALDECOA, YOUNG SÁNCHEZ, CAMUS

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Aldecoa, Young Sánchez, Camus





En 1959, Ignacio Aldecoa publica el que será su cuartolibro de cuentos, El corazón y otros frutos amargos. En él incluyó un texto que se halla ahora entre los mejores de su producción breve: Young Sánchez. Se trata, probablemente, del primer cuento sobre boxeo que presta verdadera atención a los entresijos de una vida boxística que es, al tiempo, sueño y entrenamiento, un porvenir idealizado y un presente cruel. En 1929, Francisco Ayala había dado a conocer su cuento El boxeador y un ángel, texto bellísimo, onírico y vanguardista; y contábamos ya con una primera gran novela, Doce cuerdas (1949), escrita por el padre de la crónica boxística en España: Fernando Vadillo.


Aldecoa desviste al boxeo de cualquier ornamento espectacular, de gloria y de fortuna, y nos muestra la dura realidad de un joven mecánico, Paco Sánchez, que labora en el turno de noche, y que solo conoce tres caminos: los que parten de su casa hacia el taller, el gimnasio y los bares. Acompañamos a Paco en sus recorridos de un destino a otro, en lo que se nos presenta como el cuadrilátero de su vida: un barrio, presumiblemente madrileño, donde el sueño de Paco, ser campeón y sacar a su familia de la miseria, es también el sueño de sus convecinos; una la galería de personajes que salen al encuentro de Paco y que Aldecoa nos presenta con minúsculas pero certeras descripciones. Las historias de gente pobre son historias colectivas, sueñan todos el sueño de cada cual, proyectan sus esperanzas en un muchacho que lucha, como ellos, por ese porvenir que parece encontrarse siempre lejos, muy lejos. En cambio, las historias de gente rica son generalmente historias de soledades.

Aldecoa comienza su relato por el espejo. Young Sánchez se acicala en el vestuario del gimnasio y mientras decide a qué mechón dar protagonismo en su rostro, el autor nos describe la miseria de un lugar lleno de esperanza, humedad y roña. La minuciosidad de Aldecoa es la de un olfato sin remilgos. De mucho le sirvió al escritor vasco acudir en compañía de Manuel Alcántara a los combates de boxeo que el arcángel del articulismo español, poeta malagueño curtido de jazmines, relataría con pulso de nicotina en las páginas de Marca a partir de 1967. Uno y otro tienen la mirada piadosa de quien no calla lo que ha de ser contado. 

En el caso de Aldecoa, la recreación que ofrece en su relato lo lleva a atender el detalle de un muchacho “que salía al ring con todo prestado: las zapatillas, los calzones y la camiseta; con una toalla amarilla, que era lo único suyo, por los hombros”. En un combate en Tenerife, hace apenas tres meses, vi a este muchacho, sesenta años después, en otro joven que subió al ring -un ring que se tambaleaba en condiciones denunciables para el siglo que pisamos-, con unas zapatillas -en Canarias las llamamos tenis- tan desgastadas que la suela debía tener el grosor del papel de fumar. De seguro sentía aquel chico en la planta de los pies el frío de la tarima. Una camisilla, que lo enfundaba en su condición amateur, blanca antes de que la besara el carmín de la lejía, cubría como una cebolla de Orihuela el hambre de vencer. Nunca he admirado a nadie con más corazón que a aquel muchacho valiente, cuyo brazo el árbitro no levantó, pero que domó, para mis ojos, al perezoso destino que concede tan pocas oportunidades.

Los boxeadores son seres subterráneos. Lo son porque pertenecen a una élite de honestas almas que pocas personas admiran en estos tiempos, y porque suelen brotar en un campo donde duerme la sequía y envejece la hojarasca. Quizás Aldecoa lo percibió también así porque Paco Sánchez despega el cuento en las tripas del gimnasio para ir directo a las entrañas del metro y luego a laborar en el turno de noche. La luz del pensamiento es la única que alumbra las semanas previas a su primer combate profesional. Este es el tema de conversación que lo ocupa en los pocos escenarios de su vida y que entusiasma a quienes lo rodean y comparten su voluntad y su incertidumbre. Dos semanas restan para que se enfrente al zurdo Bustamante en Valencia. Un púgil que cuenta con la experiencia de siete combates disputados: cinco victorias, uno nulo y una derrota. Sánchez irá solo, sin un segundo de su confianza que lo atienda. La soledad más mezquina es aquella en la que eres literalmente uno.

En casa la vida es otra calle solitaria donde se cuelan el frío y el desánimo. La madre, preocupada y enferma, lleva un “vestido negro cosido y roto, recosido y roto, y roto”. Aldecoa es tan bello en su precisión que duele en el papel como el bisturí en la carne. Lo ha dicho todo en este verso que se cuela en la austeridad del párrafo. La hermana lo cuida con su triste porte de mujer fea, silenciosa y cabizbaja. El padre, en cambio, vocifera su orgullo, habla del hijo como si él mismo calzara los guantes, y eso incomoda a Paco, que se escabulle del entusiasmo paterno y alarga su sombra en otra taberna.

Es este un tiempo en que muchos tenían una “fe ciega, heredada, en la prensa”. El padre de Paco le pregunta si ha echado un vistazo al Marca para ver si hablan de él. Un guiño que Aldecoa lanza a la profesión del cronista boxístico, a la importancia del papel que habla, de la palabra certera y la imagen precisa.

Alrededor de Paco todo es nerviosismo. El relato apura la trama, a través de sus siete bloques textuales, para acercarnos con la mayor premura posible al momento del debut profesional. Hay tiempo, no obstante, para la reflexión del oficio. Paco ya ha combatido con boxeadores viejos, esos hombres que “no dan ni un síntoma de flaqueza”. Y aunque venció a uno de ellos, “no supo hasta el último momento si iba a ganar o a perder”. Esto es lo único que le interesa a Paco, los instantes del ring, la cadena de asaltos que dan sentido a su esfuerzo. Por este motivo, Paco no entiende que su maestro lo envíe al despacho de un empresario hablador, que empata cigarrillos y presume de que le divierte ayudar a los que pueden ser algo. Él obedece, y por eso está allí, estrechando la mano lánguida y desconocida de ese a quien le gustan “las cosas donde hay sangre”.

En la última entrega del relato, Paco se prepara en la cabina que comparte con su rival. El segundo lo asiste con más dedicación de la que se esperaría, pero Paco no confía, apenas atiende a sus indicaciones. Solo piensa en una cosa: “Tengo que ganar”. El combate comienza. Está lejos de casa. El relato termina.



Aldecoa pone un punto y final que el lector recibe abruptamente, porque hemos acompañado a Paco en su lucha interna y deseamos ahora conocer el desenlace; pero Aldecoa sabe que los boxeadores llegan a la lona con todo lo vivido y no será nunca la victoria o la derrota el final de sus experiencias. Ni la derrota es fracaso, ni la victoria definitiva, porque otros vendrán que nos venzan, otros fracasarán cuando no estemos. El boxeador logra en el combate su propio sentido: aprenderá de la victoria que nada es imposible y comprenderá con la derrota que es posible perder.

Mario Camus se enfrenta con la adaptación de Young Sánchez a su segunda película. Apenas tenía veintiocho años y, recién salido de la Escuela Oficial de Cinematografía, un año antes había dirigido su ópera prima, Los farsantes (1963), que junto a Cómicos(1954), de Juan Antonio Bardem, y El viaje a ninguna parte (1986), de Fernando Fernán Gómez, forma la gran trilogía española sobre la vida de los actores, cómicos de la legua, faranduleros de nuestro país, cuyas penurias, sueños y tormentos quedan para siempre inmortalizados en estas obras sobresalientes.

Según nos cuenta Camus, tras dirigir Los farsantes le ofrecen el encargo de adaptar el cuento que nos ocupa, tarea que realiza mientras el director Luis Lucia, que era vecino de Aldecoa, figuraba como director del film. Tiempo después, Lucia abandona el proyecto y es Carlos Saura quien toma el relevo. No obstante, quizás por el éxito tan próximo de Rocco y sus hermanos (1960), la película de Visconti, Saura decidió rechazar la dirección del film. Una vez acabado el guion, cuyos honorarios recibe nuestro autor junto a los derechos de la obra, el productor Ignacio F. Iquino plantea a Camus cuál será su siguiente película y el director santanderino apuesta por Young Sánchez, asumiendo Iquino la producción del film.

Camus, como dijimos, conoció el boxeo en profundidad junto a Alcántara, a quien Aldecoa dedica el cuento, y cuyo halo de amistad y sabiduría boxística laten en el texto y en la película. Alcántara es, hoy en día, el refugio de la mejor crónica del boxeo, pero también el oasis de quienes amamos el noble arte y buscamos un referente de prestigio donde mirarnos, con quien sentir que no está todo perdido y que, prestando al pugilismo la palabra en nuestra hora, puede alcanzarse un estado más favorable en estos malos tiempos para la lírica del box. Así lo sintió también José Luis Garci, que cuenta en su epílogo a las crónicas de Alcántara, recogidas en 15 asaltos de leyenda (Libros del KO, 2014), cómo el maestro malagueño y el neoyorquino A.J. Liebling, “son los únicos que han entendido el boxeo como salvación. Sangre, sudor y jabs, desde luego, pero también rescate de una vida difícil. Liberación y lucha. (…) dos humanistas, dos filósofos postsocráticos, dos imprescindibles sociólogos de la cultura popular”. 

El propio Garci incluye el boxeo en sus míticas El crack (1981) y El crack II (1983), donde un Alfredo Landa bogartizado interpreta al expolicía Germán Areta, bigote en ristre, ataviado de un silencio con manos en los bolsillos y malviviendo, que es lo propio, al frente de una oficina de detective donde siembre es invierno. Su barbero de confianza (impecable interpretación de Manuel Lorenzo), idolatra a Rocky Marciano y repite insoslayablemente, afeitado tras afeitado, el combate entre su ídolo y Walcott en Filadelphia o entre Marciano y Joe Louis en el Madison Square Garden, la catedral del boxeo. En un combate al que asiste Germán Areta con unos amigos, se oye entre el público una voz masculina que impropera: “¡No le des en la cabeza, que está estudiando!”, frase que también escuchamos en Young Sánchez y que podría ser, apostamos, un guiño de Garci.

A la hora de tomar el cuento de Aldecoa como base de su guion, Mario Camus parte de los antecedentes fundamentales del relato: su protagonista, el joven mecánico Paco Sánchez, prepara su debut como profesional. Su maestro, su familia, sus compañeros de trabajo y la vecindad del barrio lo rodean, lo animan y conviven con sus sueños. El estático, pero latente recorrido dramático del relato, es tomado por Camus como asidero de sus contribuciones a la acción. Camus plantea un ambiente más dinámico en la familia de Paco, con una madre menos gris que en el relato, una hermana con mayor presencia y un padre que potencia el perfil dibujado por Aldecoa.

El maestro de Paco, que Camus bautiza con el nombre de Paulino y con el mote de el viejo, dueño del gimnasio donde entrena el protagonista, toma gran relevancia en la película y se acompaña de un personaje creado por Camus, el Conca, un boxeador acabado que lleva un año sin pelear, que ha malgastado su concentración en vino y mujeres y que deambula por el gimnasio bajo la protección del viejo. Conca se convierte, por su trayectoria y sabiduría del ring, en un referente para Paco.

Si en el relato el maestro envía a Paco a reunirse con un señor innominado, a quien le gusta “todo lo que tenga sangre”, pero que invertiría capital en la trayectoria del joven aspirante, en la película Camus bifurca esta figura en dos personajes: el que corresponde, en cierta medida, al empresario del relato, bautizado en el film como don Luis Valverde, un hombre de negocios que aprecia el boxeo y apuesta por Paco, y, por otro lado, el gran antagonista de la película, don Rafael Carrasco, un miserable hombre de negocios que, en su caso, amaña combates, explota a los aspirantes y concibe el boxeo como una máquina de hacer dinero siempre con manipulación y sobornos. Carrasco visita el gimnasio de Paulino y pone sus ojos en Paco. Sabe que, llevando a cabo las artimañas ya experimentadas, podrá exprimir los sueños del aspirante hasta destrozarlo, tal y como hizo con Conca, el protegido de Paulino que ya se sabe fuera de toda fortuna.

Con estas premisas, asistiremos no solo al debut profesional de Paco, encuentro donde termina el relato de Aldecoa, sino también a su primer combate como profesional. En el primero, el contrincante que nos desvelaba Aldecoa, Bustamante, que en las últimas líneas del relato esperaba a Paco en su correspondiente esquina del ring, es sustituido en la película por el cubano Raúl Torres. Esta sustitución no responde a un simple cambio de nombre, sino a que el Bustamante del relato, anunciado también en la película, es sobornado por Carrasco y reemplazado por Torres, un veterano superior en edad a Conca, cuyo trabajo sobre el ring será dejarse vencer por KO. Es la artimaña de la que se sirve Carrasco para inflar el ego de Paco y llevárselo consigo. Objetivo que logrará.

Pese a que las advertencias de Paulino y Conca son muy claras, Paco sueña con sacar a su familia de la miseria y convertirse en campeón, por lo que considera que la poca capacidad de acción del viejo y las recomendaciones de Conca servirán de muy poco en comparación con las posibilidades que le ofrece Carrasco. Paco se prepara para su primer combate profesional, animado por la bolsa de dinero que podrá lograr si vence, pero ignorando que ya Carrasco ha ultimado los detalles: sobornar a su contrincante, el púgil Luis Díaz, para que se deje vencer en el asalto acordado.

Camus desarrolla en su película los temas que rodean al boxeo desde el inicio de su profesionalización: la gran manipulación orquestada por organizaciones mafiosas. Los boxeadores se convierten en marionetas que los gánsteres de turno accionan a su antojo, poniendo en juego su salud y su ilusión. Gran acierto de Camus el de relatar cómo estos tejemanejes también tienen lugar en nuestro suelo, al igual que ocurre en historias eternas y cuadriláteros extranjeros como Nadie puede vencerme (1949) y Más dura será la caída (1956), claros y grandes referentes de la vena mafiosa que Camus nos cuenta.

Pese a que Camus desmenuza detalles que Aldecoa presenta con su poderosa capacidad de síntesis, el director santanderino refleja la naturaleza subterránea de la que hablábamos más arriba. Conocemos a Paco en el metro, lo acompañamos al ring en un combate amateur donde lo vemos pelear por vez primera, luego vamos con él al bar, siempre de noche, más tarde a casa y finalmente al taller. De interior en interior, Paco nos conduce por sus espacios techados, sus machadianas galerías, donde brilla la luz de su pensamiento, una conciencia rodeada de silencio donde nada subraya la ilusión. Camus desprovee su película de banda sonora y nos hace sentir en la respiración de sus personajes, en las pisadas que se deslizan sobre la lona, en el gentío que puebla las aceras o en la calle solo advertida por el sereno, que la vida es dura.

La ausencia de banda sonora se condensa en la impecabilidad de una fotografía que rotula con sobria desnudez los sentimientos y fatigas de la población del film, unos seres que prenden en su interior el blanco y negro que los retrata. Sin duda, Young Sánchez es la historia de un protagonista, pero dada su condición social, el personaje es lo que es en la colectividad, y aunque solo él conoce los entresijos de su conciencia, Paco Sánchez vive en una colmena que no descansa. Estas reflexiones hubo de tenerlas muy en cuenta Julián Mateos cuando dio vida al boxeador que nos ocupa, pues logró una interpretación unánimemente aplaudida, una de las cotas actorales de su carrera, muy pronto interrumpida para convertirse en un exitoso productor de cine en los ochenta, con títulos como Los santos inocentes (de nuevo con Camus),  El viaje a ninguna parte y El niño de la luna.

El palmarés de Young Sánchez demuestra la acogida entusiasta de la crítica, que la ha convertido en una película de culto y en una de las mejores rarezas con que cuenta el cine español de los sesenta; pensemos también en Crimen, El extraño viaje, La niña de luto o De cuerpo presente… La película triunfó en el Mar del Plata Film Festival, donde logró los premios a mejor director y mejor guion, además de mejor actor para Mateos, que sumó este galardón al Fotogramas de Plata, el Sant Jordi y la Medalla de Oro del Círculo de Escritores Cinematográficos de España por su interpretación.



Cuando Paco termina su primer combate como profesional, regresa al bar de costumbre en busca de la única persona que verdaderamente lo entiende, el viejo Paulino. El maestro, en compañía de Conca, se bebe la impotencia de haber perdido a su mejor muchacho. Se lo llevó la ilusión cuando esta se convierte en una ciega ambición que todo lo justifica. El púgil lo sabe, pero el tiempo corre deprisa, el estómago no disimula su impaciencia, y él se considera la única esperanza, la única prosperidad de su familia. El viejo Paulino lo comprende todo, pero ama el boxeo, ha visto muchas penurias pasar, muchos guantes caer, e intenta convencer a Paco para que vuelva; lo enfrenta al espejo donde lo situó Aldecoa en el primer párrafo del relato, pero Paco no quiere. Orgullo, desesperación, quizás la otra cara de la misma impotencia del viejo Paulino. Paco responde increpando, insulta al malo destino, reprocha al maestro que la fortuna es lenta a su lado: “Sé que Carrasco me explota, pero con él podré sacarle al boxeo todo lo que pueda”. Conca se abalanza sobre Paco, intenta reducir la equivocación del muchacho, arrinconar esa decepción que él tan bien conoce, pero las cuerdas se diluyen, el cuadrilátero desaparece y es solo la calle solitaria, el sereno que se aproxima, quien acoge la escena final. Paco huye y Conca le clava en el corazón un arma de irónico filo. Le grita ¡Campeón!


No sabemos qué será de Paco. Quizás recapacite. O aguantará hasta que Carrasco lo destruya. Un día verá en Conca su propia mirada, y el viejo Paulino se sentará a su lado, silencioso y comprensivo, porque la vida pasa y, a su paso, nos arrasa. Quizás guarde en la cartera un recorte de periódico donde su nombre encabeza un combate. Esto último puede ser así, porque un día descubrí que mi bisabuelo, Pedro María, pionero del boxeo profesional en Canarias, guardó en la cartera, hasta su último día, un recorte del diario La Prensa de 1932, donde aparecía boxeando en La Gomera. Luego ese recorte pasó a ser de mi tío-abuelo Ignacio, y ahora está conmigo, amarillento, hecho otoño aquel papel del honor. Mi bisabuelo había perdido el combate y es hermoso que una derrota se guarde con tanto orgullo y que la vida, cuando te recuerde, no tenga otro remedio que tratarte de usted.



Daniel María





DANIEL MARÍA (Agulo, La Gomera, 1985) es escritor, actor y guionista. Ha trabajado en cortometrajes como Roedores, Cabeza de familia, Las musas reparten alcohol y Coreografía(protagonizado junto a la actriz Emma Cohen), así como en los espectáculos de monólogos MonoloGordo y Endanimoniado (Ganador del Certamen de Monologuistas de La Guancha, Tenerife, 2006). Codirigió la Escuela José Manuel Cervino de Teatro y Cine de Arafo hasta su cierre en 2009 y ha impartido diversos talleres de interpretación.

Publica artículos sobre literatura y cine en Travelarte, Tarantula, La Página, Fogal, Revista literaria de la Academia Canaria de la Lengua y el suplemento cultural El Perseguidor, entre otros medios. En 2013 fue el primer galardonado con el Premio Paco Rabal de Periodismo Cultural en la categoría de Joven Promesa por su artículo Voz de actriz y se alzó con el XLIV Premio de Periodismo Leoncio Rodríguez. Ha publicado los poemarios Hilo de cometa (2009) y flor que nace en los raíles (2015) y el libro de cuentos (De)función cómica (2009). Es responsable de la edición y novelización del guion literario de la película El extraño viaje, de Pedro Beltrán (2011), con prólogo de Luis G. Berlanga, y de la edición de Los casos de Cargel Blaston (2013), a raíz de su investigación sobre el autor de novelas policiacas de los años 50. Es autor, asimismo, del estudio crítico El caso de la película imposible: El extraño viaje (2011), que recoge su investigación sobre la película de culto dirigida por Fernando Fernán Gómez. Su primera novela, El hombre que ama a Gene Tierney (2013, 2ª edición en 2014), obtuvo el Premio de Edición Benito Pérez Armas 2011 y su segunda novela, Un crimen lejos de París, apareció en 2014 en la colección G21. Narrativa Canaria Actual. Posee también el Premio Internacional Jóvenes de la Macaronesia de Poesía (2005), el Premio Félix Francisco Casanova de Poesía (2007), el Premio de Teatro de Autor de la Escuela de Teatro de S/C de La Palma (2009), Mención Especial del Jurado del I Festival Telde Digital Express2006 al guion de Sobre ruedas y la nominación al Mejor Cortometraje con proyección internacional del III Festival Internacional de Cine Digital El Sector (Madrid) por Agua mineral.

Fue secretario de redacción de la revista cultural La Página (2009-2012), de la que editó los números 81-82, 88 y 94-95, dedicados a la película El extraño viaje, a la insularidad en la literatura hispánica y a la obra de Narciso Ibáñez Serrador, respectivamente. Miembro de diversos jurados en certámenes de poesía y relato, en 2009 actualizó y amplió la sección de literatura canaria de GEVIC (Gran Enciclopedia Virtual de las Islas Canarias). Para la Academia Canaria de la Lengua ha elaborado los perfiles biobibliográficos de José Rivero Vivas e Isabel Medina. Como dramaturgo estrenó la obra Piso Shivá (Compañía de Ramón Perera) en el Museo de Historia de los Judíos de Girona en el marco del XIII Festival Internacional de Teatro Amateur de Girona. 




RECOMENDACIÓN : MEDIANOCHE EN PARÍS

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Eres mía y todo París es mío 
y yo soy de este cuaderno y de este lápiz.





Para colmo, el mal tiempo. Se nos echaba encima en un solo día, al acabarse el otoño. Teníamos que cerrar las ventanas de noche por la lluvia, y el viento frío arrancaba las hojas a los árboles de la Place Contrescarpe. Las hojas se pudrían de lluvia por el suelo, y el viento arrojaba lluvias al gran autobús verde en la parada de término, y el Café des Amateurs se llenaba y el calor y el humo de dentro empañaba los cristales.


Así comienza París era una fiesta, la novela de Ernest Hemingway publicada póstumamente en 1964 donde el autor habla su vida en el París de los años veinte. Y es este relato el que sirve de base para Medianoche en París, la película de Allen de 2011 que le valió un Óscar al mejor guión y que ha resultado ser la más taquillera de Woody en Estados Unidos (para sorpresa mía).


Ernest Hemingway
Quizá la película no sea para mi gusto la mejor de Allen (lo siento: prefiero la trilogía de Londres, oscura y con ese punto de tragedia griega que me va más), pero bien es cierto que me entró entonces, cuando salió la película, el gusanillo de leer la novela de Hemingway. Se trata de una especie de relato a modo de memorias, donde el autor cuenta los años que pasó viviendo en París con su primera esposa, Hadley Richardson, y donde explícitamente reconoce que eran “pobres, pero muy felices”. Allí está rodeado de esa “generación perdida” (Lost Generation) a la que Gertrude Stein dio nombre: autores que sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial -entre otros, Ezra Pound, William Faulkner o Scott Fitzgerald- que tendrían en común no sólo haber vivido ese gran conflicto, sino la desilusión, el desconcierto del futuro, pero también el jazz y los maravillosos años veinte. El recuerdo de ese París acompañaría a Hemingway durante toda su vida.

En una carta a un amigo fechada en 1950, el autor le dice a un amigo: Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.  La esposa de Ernest, Mary Hemingway, cuenta que empezó a escribir esta novela en Cuba en el otoño de 1957, la trabajó en Ketchum (Idaho) en el invierno de 1958-59, se la llevó a España en su viaje de 1959, y siguió con la novela de vuelta a Cuba y luego a Ketchum, a fines de otoño. La terminó en la primavera de 1960 en Cuba y la retocó en otoño en Ketchum. La novela trata de los años que van de 1921 a 1926, en París.

En el prólogo, Ernest dice:

Por razones que al autor le bastan, a muchos lugares, personas, observaciones e impresiones no se les ha dado cabida en este libro. Hay secretos, y hay cosas que todo el mundo sabe y de que todo el mundo ha escrito y sin duda volverá a escribir.
No se encontrará mención del Stade Anastasie, donde los boxeadores servían de camareros a las mesas entre árboles, y el ring estaba en el jardín. Ni de los entrenamientos con Larry Gains, ni de los grandes combates a veinte asaltos en el Cirque d’Hiver. Ni de buenos amigos como fueron Charlie Sweeney, Bill Bird y Mike Strater, ni de André Masson ni de Miró. No se dice palabra de nuestros viajes a la Selva Negra, ni de las exploraciones de un día por los bosques que tanto nos gustaban, alrededor de París. Sería estupendo que todo hubiera cabido en el libro, pero por ahora nos quedamos con las ganas.
Si el lector lo prefiere, puede considerar el libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos.

ERNEST HEMINGWAY (1960)


Los personajes de Adriana, Zelda, Gil con Allen


En película vemos, entre otros, a la magnífica Kathy Bates en el papel de Gertrude Stein, al estirado Brody como Dalí, a la hermosa Marion Cotillard como Adriana de Burdeos (amante de Picasso, Hemingway o Modigliani), Alison Pill en el papel de Zelda Fitzgerald, Marcial Di Fonzo Bo como Picasso, o a Adrien de Van como Buñuel. Y por supuesto esos dos maravillosos Scott Fitzgerald (Tom Hiddleston) y Ernest Hemingway (Corey Stoll aderezado con una peluca). Alguna aparición también de pintores como Degas o Matisse, el poeta T.S. Eliot y más que algún personaje de la Belle Époque movido por la música de fiesta y alcohol en un segundo viaje al pasado del protagonista y Adriana de Burdeos.

Allen captura esa vida parisina que Ernest cuenta en su narración: la vida de los artistas, los poetas, los críticos y editores de los años veinte en París. Una vida feliz, como dijo el mismo Hemingway, aunque pobre. En la película, el joven Gil (guionista estadounidense que viaja a París con su novia Inez para escribir, o más bien retocar, su primera novela) busca la inspiración en la luz de esa ciudad europea, pero inmerso en el aburrimiento de la vida moderna que allí encuentra (y de los padres de su novia), su vida da un giro cuando una noche lo recoge un automóvil antiguo. Se sube y el coche lo lleva hasta una fiesta donde encuentra a Fitzgerald y a su esposa Zelda, que a su vez le presentarán a esos personajes a los que tanto admira, como Eliot, Hemingway, Gertrude Stein o Picasso. No faltan los guiños eruditos que sólo quizá vea un ducho en la materia (típico en Allen, claro), como la referencia a El Ángel Exterminador de Buñuel o los cuadros de Picasso. ¡Y muchos detalles que se me habrán escapado, seguro!

Ernest junto al torero Belmonte
Ya Allen había publicado un relato en el The New Yorker que trataba un tema similar: un profesor, aburrido de su vida, decide con ayuda de un mago meterse en la novela de Madame Bovary para conocer mejor el personaje que tanto le fascina. Un relato que ganó el premio O´Henry en 1978 a la mejor narración breve. Según se ha apuntado con respecto a este tipo de historias, para Allen la literatura hace que escapemos de la realidad y al mismo tiempo nos hace conocerla mejor. Sólo moviéndonos en el pasado literario conocemos mejor nuestro presente, o eso pretende apuntar (aunque no me convence: el pasado siempre es mejor).


¿Qué sacamos en conclusión? Pues que -aunque con la excusa del relato de Hemingway el filme resulte atractivo- no deja de ser una de las películas más “flojas” de Allen, o al menos de esas para repetir alguna que otra vez, no más. Lo siento, pero es que pienso en ese Match Point y ¡no hay color! De todos modos, lo que sí nos hace pensar al final (cuando Adriana decide quedarse en la Belle Époque) es que todo pasado siempre fue mejor, o más bien lo parece, pues del mismo modo que a Gil el presente le resulta aterrador, a la bella Adriana lo mismo le parecen sus dorados años veinte. Por cierto, no dejen de visitar el siguiente enlace si quieren ver algunos de los sitios donde vivió Ernest en París.

Gil, Ernest y Gertrude Stein

Supongo que al final se trata de reflexionar acerca del carácter inconformista de algunos seres humanos (el síndrome de la Edad de Oro), que creen que serían más felices en otra época, o que nacieron tarde, o que siempre hubo un pasado glorioso que mereció la pena vivir. Y todo esto del síndrome, del inconformismo y demás, lo iba a poner en primera persona, pero finalmente he decidido ir de conformista y no pecar de tiquismiquis, porque seguro que en algún momento esto que estamos viviendo se verá como algo hermoso: alguien deseará vivir en esta época, en estos años de desconcierto y desaliento. O no. Mientras tanto, protesten, sueñen, lean.


Noelia Illán  


RECOMENDACIÓN 60: SIEMPRE ALICE

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SIEMPRE ALICE



Este año es mi última oportunidad para mí.
No creo que me quede mucho tiempo para seguir siendo yo.





El libro fue escrito en 2007 por Lisa Genova (1970) y ganó en el 2008 el Premio Bronte. La escritora es especialista en Neruopsicología y Ciencias Neurológicas.

Esta novela es maravillosa y a la vez asustadiza. Está escrito con mucho realismo y una gran dosis de ternura. Nos habla de la aparición precoz del Alzheimer. ¿Qué sentiríamos si todo lo que hemos vivido desaparece de nuestra mente? Tan sólo nos quedaría la opción de seguir adelante.

Lisa nos narra la historia de Alice, una mujer de 50 años que está orgullosa de lo que la vida le ha deparado hasta ese día en el que le diagnostican esa enfermedad. Es profesora de psicología cognitiva en Harvard, ha escrito varios libros y es una lingüista de gran fama. Es una mujer fuerte e independiente, con un ritmo trepidante de trabajo. Además, tiene un biólogo de éxito por marido y que la quiere. También tiene tres hijos adultos.

Un día dando un paseo se desorienta y no sabe volver a casa, y tras varios olvidos de palabras, teme que lo que le pueda ocurrir no sean olvidos simples. Acude al neurólogo y, tras varias pruebas, le diagnostican Alzheimer precoz, una de las enfermedades más destructivas que hay. Poco a poco comienza a olvidar para siempre esa vida maravillosa.

De tener una mente privilegiada, pasa a ser una mujer frustrada, llena de miedo por no saber qué futuro tendrá. A lo largo de las páginas leeremos cómo Alice va asimilando su enfermedad, la rápida progresión de la misma y cómo su familia lo afronta. Leer la novela es como caminar  y sufrir con Alice a lo largo de 300 páginas, hasta llegar al desenlace final. Hay que tener pañuelos a mano, os lo aconsejo.

En cuanto a la película, Siempre Alice (Still Alice, 2014) fue dirigida por Richard Glatzer y Wash Westmoreland. Ambos directores se conocieron en 1995 y se casaron en 2013, y en 2015 Glatzer murió el pasado año a los 63 años en Los Ángeles, víctima de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad neurológica degenerativa que se le diagnosticó en el 2011.

En el elenco de actores encontramos a Julianne Moore (Alice), Alec Baldwin (John Howland), Kristen Steward (Lydia), Kate Bosworth (Anna) y Hunter Parrish (Tom).
Hay una serie de personajes que acompañan a Alice: John, su marido, que ve cómo va perdiendo poco a poco a su esposa y no es capaz de asumirlo y se marcha a trabajar a otra ciudad; Anna, la hija mayor, que tiene poca paciencia con la enfermedad de su madre); Tom, otro hijo de Alice que sale muy poco; y Lydia, la hija pequeña, que será la que más cuide y comprenda a su madre).


En cuanto a Julianne Moore, creo que es una de las mejores actrices extranjeras que hay. Esta pelirroja de 54 años tiene una cara pecosa en la que se forman arrugas, pero no hay ninguna extraña tirantez, lo que demuestra que odia el bisturí.Me gusta pensar que puedo envejecer de forma natural”, explicó en una entrevista. Logró el Oscar a la mejor actriz en 2015, además de hacerse con el Globo de Oro, el BAFTA y el premio del Sindicato de Actores de EE.UU. Su trabajo en Still Alice para mí es impecable. Sus gestos, la forma de hablar, la mirada perdida… le aportan un gran realismo al personaje. Creo que es la responsable del éxito de la película.


Hay una serie de diferencias entre el libro y la película. En el libro, Alice tiene el cabello oscuro y rizado y en el film es pelirroja, y Lydia es alta y rubia, todo lo contrario que en la película. En el libro Alice está ayudando a su amigo Dan a preparar un proyecto final de carrera, pero en la película no existe este personaje.

Además, a lo largo de la película, Alice se va poniendo a prueba ella misma, anotando palabras para después recordarlas y esto en el libro no sucede.  En la película, tras saber el diagnóstico definitivo, los padres se lo cuentan a los tres hijos. Alice les comunica que la enfermedad es hereditaria, por lo que le recomienda que se hagan las pruebas. En el libro sólo se hacen las pruebas el hijo y la hija mayor. En la película se las hacen los tres y da positiva la hija mayor, que se lo cuenta a través de una llamada de teléfono.

En cuanto al final de la película, sólo se ve a Lydia cuidar de su madre. Ha dejado la ciudad donde vivía para residir con Alice. En el libro, Alice se queda a vivir en la casa de toda la vida y sus hijos se alternan para cuidarla. En definitiva, es una buena adaptación de la novela, aunque se omiten algunos detalles, unos más importantes que otros.



Águeda Conesa




RECOMENDACIÓN 61: "LA LITERATURA DE EMMA COHEN" (por Daniel María)

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Para la libertad:

la literatura de Emma Cohen



La trayectoria literaria de Emma Cohen se dio a conocer al gran público cuando vio la luz su primera novela, Toda la casa era una ventana, en 1983. Hasta entonces, Cohen había forjado una carrera actoral que despegó a finales de los años sesenta; había logrado en la década de los setenta su culminación y se prolongará decididamente durante los ochenta hasta que, de manera voluntaria, ralentice la actividad mientras se produce su consolidación como escritora.

Son múltiples las facetas artísticas desempeñadas por Emma Cohen desde los comienzos de su andadura profesional. Sin duda, la interpretación en cine, teatro, radio y televisión es la más popular, pero desde sus inicios, la enorme curiosidad artística de nuestra escritora la llevó a experimentar sus inquietudes a través de diversos medios: la dirección, la ilustración y el collage; la traducción, la lectura y selección de guiones; la docencia escénica, las colaboraciones periodísticas… Este bagaje multiexpresivo le ha servido como punto de partida para algunas de sus obras literarias, donde la narrativa y el teatro han colmado la mayor parte de sus publicaciones.


Nacida en Barcelona en 1946, Cohen se formó en el TEU, abandonó la carrera de Derecho en el cuarto año, pasó por la escuela de Adrià Gual, llegó al Festival de Teatro de Nancy de la mano de Richard Salvat, decidió marcharse a París, donde la recibió el mayo del 68 y mantuvo contacto con el laboratorio de Peter Brook; en Barcelona estrenó La noche de los asesinos y debutó en Madrid con Un enemigo del pueblo. Su actividad teatral se extiende, entre otros, a los destacados montajes de Marat Sade, Noche de Reyes, A puerta cerrada, Los Lunáticos y Ojos de bosque, siendo dirigida, entre otros, por Ventura Pons, Adolfo Marsillach, Jorge Eines y Fernando Fernán Gómez. Como directora de cortometrajes, sobresalen La plaza (1976), Solo quería dormir en paz (1978, adaptación de un cuento de Ignacio Aldecoa) y La Chari se casa (1978, seleccionado para el Festival de Berlín y Premio Sant Jordi al mejor cortometraje). En 1980 dirige el segmento Tiempos rotos de la película colectiva Cuentos eróticos y para TVE dirige el mediometraje María de las noches (1989). 

Escribe guiones para cine y televisión, donde ocupa un lugar de excelencia la serie El pícaro de TVE. Como actriz de cine, debutó con La petición (Montse Faixat Ensesa, 1966) y ha trabajado a las órdenes de, entre otros, Glauber Rocha, Antonio Maenza, Jesús Franco, Gonzalo Suárez, Crhistian Jacque, Fernando Fernán Gómez, José Luis Garci, Antonio Artero, Enzo Castellari, Fernando Colomo, Richard Balducci, Imanol Uribe, Jordi Grau y Eloy de la Iglesia. En televisión la dirigen, por citar sólo a algunos, Jaime de Armiñán, Luis Escobar y Pilar Miró. Recibió el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo (1970), la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos de España (1972) y el TP de Oro (en 1973 y 1988), además de una nominación al Fotogramas de Plata, siempre como mejor actriz protagonista.

Aunque parte de su filmografía pertenece a lo que ella misma ha denominado como “cine alimenticio”, películas amables de menor calado, su mayor contribución actoral corresponde precisamente al cine más arriesgado, poético y outsider del panorama español. No sólo nos referimos a sus inicios en la Escuela de Barcelona, época en la que la revista Fotogramasla definió como “musa del underground”, sino también, y sobre todo, a proyectos verdaderamente sui generis como Hortensia/Béancede Antonio Maenza, Cabezas cortadas, de Glauber Rocha, Al otro lado del espejo, de Jesús Franco, El extraño caso del doctor Fausto, de Gonzalo Suárez, o verdaderas joyas de la rareza cinematográfica española como el proyecto audiovisual de Pere Portabella, Cuadecuc, vampir, surgido del making off de El conde Drácula, de Jess Franco; así como la zarzuela disparatada dirigida por Fernán Gómez, Bruja, más que bruja.

Justamente con este cine de veta onírica, decididamente poética, desprovista del corsé académico, es con el que casa buena parte de la literatura de Emma Cohen, una obra literaria que indaga en el sueño, la infancia y la huida hacia la libertad. En lo que a su literatura infantil se refiere, no es descabellado acudir al célebre personaje de la Gallina Caponata, que Emma Cohen interpretó, ataviada con su enorme atuendo, durante 1979 y 1980 en el programa Barrio Sésamo de TVE. La disparada espontaneidad creativa y su ímpetu lúdico y libertario fueron, en gran medida, fruto de su trabajo dentro del disfraz, en consonancia con los guiones de Lola Salvador.

La primera gran etapa literaria de Cohen está protagonizada por mujeres muy jóvenes, y también por niñas. Seremos testigos de una transición de crecimiento que las obliga a tomar sus propias decisiones. Estas mujeres tienen como objetivo primordial deshacerse de las obligaciones y condiciones impuestas por la sociedad y, sobre todo, desde la familia, el núcleo con que chocan sus deseos y su ideal del mundo.

Por tal motivo, nos encontramos en Toda la casa era una ventana (Destino, 1983) con una historia de iniciación: la de Carmen, quien, una vez fallecido su padre, llega a Madrid para dedicarse a las labores de servicio. Allí encontrará a Carlota, la niña que vive en su nuevo hogar. Entre las dos construyen un mundo a su medida y avanzan por las dependencias de la casa descubriendo los nuevos entresijos de un misterio que late sólo para ellas. Con esta nouvelle, perfectamente construida, Cohen cimienta algunos pilares básicos de su narrativa. Por un lado, la iniciación vital, tempranamente joven, en la que sitúa a sus protagonistas, un espacio de incertidumbre y de ilusión, que requiere de una valiente fuerza de voluntad y una claridad de ideas que no hagan tambalear su proyecto de vida. Por otro lado, la casa como escenario totalizador, en el que o bien se despliegan los resortes de una agónica existencia (por lo que es preciso elaborar un plan de huida, de liberación) o que, por el contrario, se alza como el espacio de la fantasía y el descubrimiento. En ocasiones, las dos circunstancias se vuelven cara y cruz de la misma moneda, y el personaje protagonista se debate entre la permanencia y el abandono.

En Toda la casa era una ventana, Carmen, la joven que llega a Madrid, y Carlota, la niña que se encuentra en la casa donde trabaja, forman una pareja que comparte la ingenuidad, pero también una certeza: solamente ellas pueden cambiar el rumbo de sus vidas, solo ellas conocerán la verdad, junto al lector, de lo que ocurre, y solo ellas decidirán el destino hacia el que dirigirán sus pasos.
Cohen sustenta su narración sobre importantes diálogos, lo que muestra la necesidad de comunicación de sus personajes, y se decide por un lenguaje sencillo, desprovisto de florituras descriptivas, que convierte el relato en una entrega directa a la emoción, pero sin ahondar en ella, sólo presentándola para que el lector ponga en las palabras su propia capacidad de empatía, la que despiertan unos personajes dispuestos a descubrir el mundo.

En esta línea, encuentran correspondencia su primera novela con la segunda entrega de su producción literaria, el relato Alba, reina de las avispas (Anaya, 1986) en el que Cohen, dispuesta ahora a ofrecer una historia al público lector más joven, nos presenta a Alba, una niña de doce años que viaja a Galicia para veranear, y sufre un accidente en compañía de sus padres. Al despertar descubre un mundo nuevo, el que preside su tía Elvira en un pazo de frondoso y mágico jardín. La historia tomará visos de leyenda europea, al estilo de las narraciones orales llegadas hasta nuestros días. Cohen conecta con la complicidad del lector joven porque no lo trata como un destinatario ajeno, sino como un interlocutor, y narra la historia con cercana voluntariedad. Esto es lo que permite que un relato con un principio tan duro y descorazonador continúe su camino por los albores de la fantasía, sin que por ello se desprenda, al final de la fábula, de este componente de realidad, casi de advertencia: se puede ser feliz tras una adversidad. Eso es vivir y, como todo en la vida, cabe en un cuento.

En 1988, Emma Cohen terminará la primera década de su visible producción literaria con una de sus mejores novelas, Negras tierras negras (Editorial Planeta). Por entonces, ya había forjado sus colaboraciones en diversos medios: Mundo Joven, Fotogramas, Rampa, Sal y Pimienta y El Urogallo; había escrito guiones radiofónicos (La gran tarde de la música, en RNE) y afrontado la escritura de guiones para televisión (las series El pícaro, El Quijote, ¡Nos vamos a Hollywood!). En este punto resulta curiosa la anécdota de cuando entrevistó a Julio Cortázar para la revista Fotogramas. El también actor Miguel Rellán la acompañó haciéndose pasar por fotógrafo de la revista con tal de conocer al escritor argentino. Cohen la recuerda como la entrevista más emocionante de cuantas realizó en esta etapa.

Según dibuja su mapa literario, Cohen nos lleva a Madrid con su primera novela, luego a Galicia en su relato juvenil y, ahora, con su tercera historia, nos sitúa en el delta del Ebro, de nuevo en una casa de importante presencia, a donde llega la protagonista, Julia, una adolescente que, tras sufrir una conmoción cerebral, su familia decide trasladarla a la casa de sus abuelos. Lo que en apariencia es un ambiente común, de sosegado retiro, poco a poco se convertirá en un espacio ambiguo, donde realidad y sueño confluirán sus caminos hasta desembocar en escenas abstractas, envueltas en un halo de misterio e incertidumbre que convierte la novela, por momentos, en una narración onírica, surrealizante, absurda, descabellada… Cohen despliega su potente capacidad inventiva en esta narración insuperable, que comparte puntos de desvarío con la Alicia de Carroll, pero que hunde los pies en una corriente narrativa que ella –así como otro cineasta/escritor, Gonzalo Suárez– ha cultivado con maestría, aquello que nos atrevemos a denominar novela imprecisa, una narración que no se decide por explicar, sino por exponer, las situaciones más inverosímiles, aunque vividas por los personajes con epidérmica realidad, hasta conformar una pintura tan poética como surreal. Particularmente, Negras tierras negras la he asemejado siempre con Joan Miró.

Cohen acomete estas tres primeras narraciones en sentido circular, bien porque recupera al final de la historia una frase del inicio, que ahora completa o repite, bien porque nos regresa a la primera escena para partir hacia otra realidad. Las tres acaban con una huida hacia la libertad y la asumida decisión de labrar un destino propio, desprovisto de ataduras familiares y convenciones sociales. Un discurso de independencia personal y ciudadana, pero también de libertaria imaginación, se impone en estas historias como telón de fondo, como abono y cultivo.

La década de los noventa es iniciada por Emma Cohen con dos publicaciones. Hechizos, filtros y conjuros eróticos es dos libros en uno. Por un lado, una novela, la que Cohen desarrolla en la primera parte del libro, el Diario de María Blanca Dentrago o Tratado de magia amorosa para desesperadas y desesperados. En estas páginas, María Blanca Dentrago, llegada a Madrid desde su Buenos Aires natal, escribe entre 1969 y 1988 su experiencia vital y profesional como hechicera. Las peticiones de sus clientes le sirven para reflexionar sobre el amor, el deseo, la pasión y la obsesión. Luego, el generoso apéndice, que ocupa el capítulo tres y que Cohen denomina Papeles varios encontrados en la casa de María Blanca Dentrago es el resultado de la contundente labor de documentación que Cohen llevó a cabo para la elaboración del libro. Cierto que, entremezclado con las vivencias del diario, Cohen ofrece buena parte de los Hechizos, filtros y conjuros eróticos (Temas de Hoy) –así titulará definitivamente esta obra–, fruto de su investigación. Destacan los grabados de Max Ernst que ilustran el libro y su estratégica y cuidada distribución a lo largo del texto.

En el entramado narrativo de esta especial entrega literaria, Cohen da otra vuelta de tuerca más y en el Prólogo del libro declara haber tratado a María Blanca Dentrago, a quien conoció cuando se disponía a elaborar un libro sobre estas artes, encargado por la editorial Temas de Hoy. Este juego de realidades y ficciones alcanzará su máxima expresión veinte años después, cuando Cohen ofrezca a la protagonista de Ese vago resplandor (2011) gran parte de su propia experiencia vital.

Meses después de aparecer Hechizos, filtros y conjuros eróticos, Cohen publica el relato juvenil Miranda Hippocampus o la Isla del Aire (Anaya, 1990). Esta vez, abandona la tierra adentro de sus anteriores historias y se sitúa en las orillas de Menorca. Miranda, la protagonista, huérfana e interna en un colegio de monjas, descubre que el mar es su libertad y, gracias a las historias que le cuentan sus amigos marineros, consigue romper su soledad rodeada de Dios. De nuevo, la imaginación se vuelve supervivencia, pero esta vez Miranda tendrá la oportunidad de manifestar el amor y de elegir qué mundo desea habitar y cómo. Cuando se enamora del joven Iván, lo hace también de su historia y de una nueva realidad. El amor la puede convertir en otro ser, literalmente. Y Miranda decide, como sus compañeras creadas por la imaginación de Cohen, emprender esa aventura.

En 1993 verán la luz dos grandes proyectos novelísticos de Emma Cohen: Muerte dulce y Rojo Milady. La primera, Muerte dulce (Editorial Debate), es probablemente su mejor obra literaria. Cohen alcanza una admirable madurez narrativa con una historia compleja, emocionante y, en gran medida, muy diferente del ciclo narrativo anterior. No obstante, como veremos, mantiene intactos los cimientos fundamentales de su taller literario.

Cohen será muy crítica con la sociedad española de finales de los ochenta y comienzos de los noventa; también con su propia generación, la que había enarbolado un discurso crítico y urgente, y que ahora, protagonista del progreso, avanza con pasos agigantados hacia un acomodado establishment burgués que entibia aquel ímpetu de cambio y desarrollo. Con todo, no abandona parte de sus pilares narrativos básicos. La acción comienza en la casa de la protagonista, espacio importante de la historia, y asistiremos a la especial relación de Cecilia con su hijo Max, un niño muy despierto e ingenioso que contrapone, con su mundo interior, el entramado social, político y cultural de la novela, al que asistimos a través de su madre y de la ciudad de Madrid.

La relación de madre e hijo alza la acción de la novela. Por un lado, Cecilia no encaja en la vida que tiene; por el lado de Max, él tampoco encaja, entre otras cosas porque busca un padre, el referente masculino. Por ello elabora una lista de pretendientes para su madre, a quien insta para que los conozca. Cecilia accede, pero todo se complicará porque la voluntad de los otros no se puede controlar y porque un error político la situará en el centro de la diana. Además, Cecilia repite, como hiciera Bartleby, su propio leitmotiv: “Quiero irme de aquí”. Entonces llegarán la ciudad de Roma, los monstruos del jardín de Bomarzo y la escritura de una novela, La mujer burbuja.

Muerte dulce alberga un final emocionante, crudo, muy duro de asumir, pero verdadero. A Cohen no le tiembla el pulso ante una historia que ha ido hilvanado en una huida hacia adelante, de nuevo la huida por la libertad. A medida que la novela avanza, parece improbable el curso de su propia historia, porque se nos hace imposible asumir tanta presión. Pero Cecilia no se rinde, continúa la senda, y cuando está preparada, en el momento preciso, toma una decisión: regresa, visita a Max –es la escena más hermosa y desoladora de la novela– y acomete su última y definitiva despedida. Francisco Umbral escribió que a Emma hay que leerla con todo su esnobismo proustiano y deliberado, porque lo que aclara y agranda sus antártidos ojos es la burla, la decepción, la infancia y el cansancio. Totalmente de acuerdo.

Rojo Milady (Temas de Hoy) apareció a finales de 1993 y dio a conocer a Carmela Kilcoyne, un personaje fetiche de nuestra escritora, que retomará en su siguiente novela, Loca Magnolia (1996). En Rojo Milady nos situamos en la Barcelona de 1925. Carmela es una joven vendedora ambulante, un ser de la calle, que ama la cultura y escudriña los periódicos que caen en sus manos. Se trata de un personaje puro, muy entroncado en el imaginario de Cohen, que sitúa a sus mujeres en el pistoletazo de salida hacia su aventura vital. La acompaña Tata María, la mujer que guarda el secreto familiar de Carmela, un secreto que la propia joven desconoce. Dos hombres, que representan dos mundos opuestos, entran en su vida: Andrés, un joven anarquista con quien recorre Barcelona, y Javier de Bellaboca, un joven de la alta sociedad con quien comparte unos desconocidos lazos personales.

Esta es una novela sobre el destino. Carmela cree dominar su vida, pero no sospecha que pronto llegará a Madrid y que la nueva ciudad la convertirá en otra, o más bien, como escribió Ángel González, será siempre la misma y siempre diferente. En su sangre bulle la farándula. Subirá a las tablas del Español, uno de los teatros culmen de Madrid, y Nueva York y Hollywood esperarán, pacientes, su llegada. A partir de este momento, Carmela se deja llevar por la vida, quizás porque es hora de darle una oportunidad a lo desconocido. La acompañaremos durante dos años, hasta que regrese a París con una historia que no ha terminado, pero que nos ha permitido descubrir un juego de identidades inserto en los muros del cine, una suerte de Fedora, de Billy Wilder, pero en la era dorada de Rodolfo Valentino. Cuando en 1996 Emma Cohen publica Loca Magnolia (Espasa Calpe), retoma la historia de Carmela Kilcoyne en el París de 1927, exactamente en la Nochevieja de este año, donde había situado el punto y final de la novela anterior. Por estos años, Cohen era asidua colaboradora de El Mundo y La Revista.

Si el ritmo de Rojo Milady nos había parecido casi frenético, pues, sólo en dos años su protagonista experimenta un cambio radical, ahora en Loca Magnolia–que completa su título añadiendo en páginas interiores la fecha de 1928 entre paréntesis–, Cohen acelerará las peripecias de Carmela Kilcoyne, ya que en un año recorrerá París, Madrid, Estambul, Viena… El título del primer capítulo de la novela define perfectamente a Carmela, ella es La viajera. Del barco que la trajo a Francia pasa al Orient-Express. Destino: Estambul. Compañía: su fiel gato Madrid. Y también un hombre, Lastur, motor del nuevo misterio. Loca Magnolia, aunque forma un todo nuclear con Rojo Milady, es una novela más extrovertida, quizás porque la implicación de Carmela en su nueva aventura ya no es una búsqueda que parte de su propia identidad, su historia personal y familiar, hasta aquel momento desconocida. Por tal motivo, Cohen también modifica su escritura y tiene más peso la mirada inquieta de su protagonista, su perfil viajero y descubridor, más atenta a la tierra que pisa, al paisaje y la cultura que la envuelven. Incluso cuando regresa a Madrid, vemos la capital española con ojos renovados, sin el pulso interior de Carmela, que buscaba la protección de techos y habitaciones. Ahora, descubierta su identidad, provista de toda su personalidad, Cohen despliega su poderosa pluma de cronista, de escritora de viajes. Lo cierto es que, aun sin desvelar nada de la trama, Carmela Kilcoyne se reafirma como una mujer libre y solitaria que, aunque guste de la gente, ama y reivindica su soledad. Quizás sea este su gran mensaje.

En 1997, el Festival Internacional de Cine de Madrid, en su primera edición, encarga a Emma Cohen la elaboración de una filmografía de la actriz mexicana María Félix, que verá la luz con el título de Tras María Félix. Cohen expone una introducción biográfica de la Doña y pasa a comentar sus cuarenta y siete interpretaciones en el cine. Se abre, entonces, un período de silencio editorial que se extiende, salvo algunas excepciones, hasta el año 2010.

En estos trece años, Emma Cohen continúa sus colaboraciones en prensa, participa en algunos films con personajes secundarios (El abuelo, Oculto…) –incluso reaparece en televisión con un personaje capitular en la serie Cuéntame cómo pasóen 2008–, lee y realiza informes de guiones para la productora de Canal + España; imparte conferencias y talleres de interpretación, publica cuentos en ediciones colectivas y continúa inmersa en su actividad literaria.

La obra dispersa de Cohen está compuesta, sobre todo, por cuentos; pero también por artículos y textos misceláneos. Ya en 1992 había colaborado con el cuento El hombre de la gabardina en el volumen colectivo Verte desnudo (NH Hoteles), junto a Guillermo Cabrera Infante, Juan García Hortelano y Adolfo Bioy Casares. Si hasta ahora su obra publicada había aparecido al abrigo de los grandes sellos editoriales (Destino, Anaya, Planeta, Debate, Espasa Calpe, Temas de Hoy), el resto de las más importantes editoriales la invitarán a participar en obras colectivas. Así pues, Cohen publicará, a lo largo de estos años, los siguientes textos: Ella, mi reina en Mi infancia son recuerdos… (Santillana, s/f, edición no venal); Hasta mañana en Cuentos de cine (Alfaguara, 1996); Aquel verano del… en Aquel verano (Espasa/El Mundo, 1996) y Diario salino en El sueño de un verano(Espasa/El Mundo, 1998).
Su actividad literaria hasta este momento se completa con la traducción al español de El mal anda suelto, de Jacques Audiberti, en cuyo montaje será también ayudante de dirección de Fernando Fernán Gómez en 1970. Adaptará para la escena textos como el Hamlet de Buñuel y Pepín Bello, los Diálogos de Lorca y el cuento El Aleph de Jorge Luis Borges, en los talleres que imparte en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y, en 2011, hará lo propio con Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez, que adaptará y dirigirá para su representación radiofónica en la Cadena Ser.

La Asociación de Libreros de Lance de Madrid invita a Emma Cohen en 2008 a pronunciar el Pregón de la XXXII Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que será publicada en una edición no venal de quinientos ejemplares. Cohen toma el relevo de su compañero de vida durante treinta y seis años, Fernando Fernán Gómez, que fallece el 21 de noviembre de 2007 y, por lo tanto, no pudo desempeñar su función como pregonero. Emma Cohen ofrece unas vibrantes y emocionadas páginas que acompaña de una viñeta creada para la ocasión. Como dijimos más arriba, entre las múltiples facetas artísticas de nuestra escritora se encuentra la de ilustradora y creadora de collages. Curiosamente, esta actividad creativa ha ido acompañada, en gran medida, por el soporte literario, ya que Cohen ilustró no sólo esta edición del pregón, sino también el libro de Juan Benet, Trece fábulas y media (Alfaguara, 1981) y durante los años ochenta creó alrededor de cuarenta portadas de la colección Biblioteca del terror de Ediciones Forum, entre las que se encuentran una buena parte de sus collages más alucinantes. Posteriormente, sus libros Libeliula, Terraza de café por la noche y Ese vago resplandor incluirán collages, portadas y/o intervenciones artísticas de Cohen en su interior. Para la editorial Atrapasueños elaborará un collage que será portada de un libro homenaje a Rafael Alberti.

Como vemos, el silencio editorial de Cohen entre 1997 y 2010 no supone un cese de su actividad creadora, sino la no aparición de una obra literaria individual hasta la publicación de Libeliula(Atrapasueños, 2010). La literatura de Emma Cohen a la que había accedido el gran público se centraba en la prosa, fundamentalmente en la novela, pero también en artículos y cuentos. Sin embargo, la escritura teatral de Cohen es latente desde los comienzos de su andadura como actriz. Había traducido El mal anda suelto y adaptado a la escena textos de terceros. Su nueva entrega literaria será precisamente la obra de teatro Libeliula, que la autora define como una peripecia acuático-espacial en un acto, un prólogo y un epílogo. Se trata de una obra de teatro infantil que fue estrenada durante la Expo Zaragoza 2008 por la compañía Luna de Arena. Libeliula, protagonista de la obra, emprende un viaje en busca de su propia verdad, su identidad y su esencia. Se desprenderá de todo aquello innecesario, secundario y accesorio. De nuevo el viaje, la vitalidad, el destino y la verdad impulsan la escritura de Cohen, que interviene en la obra no sólo como autora sino como ilustradora.

También en 2010 Cohen ofrecerá una nueva publicación. Esta vez, la Universitat Jaume I de Castellón será la editora del libro La libreta francesa. Mayo del 68. Hasta entonces, mucho se había aludido en sus entrevistas a este episodio de la vida de Emma Cohen, pero la escritora, actriz y directora no había compartido ni desvelado el diario de aquel momento. Con introducción de la humanista Patricia Badenes Salazar y epílogo de la historiadora Rosalía Torrent, Emma Cohen ofrece, desnudo y sin intromisiones posteriores, el diario escrito a sus veintiún años y que comprende el periodo del 29 de abril al 3 de julio de 1968. Quizás lleve su tiempo, como ocurre tan a menudo, que la crítica descubra y aprecie –como hacemos aquí y ahora– la valiosa contribución testimonial y literaria de este libro de Cohen. No sólo porque se trata de una escritura apasionada y avivada por los acontecimientos, sino porque la redacta una mujer crítica y esperanzada que no esconde sus temores e incertidumbres, y que escribe, sin dar pábulo a la leyenda, la hora de un episodio histórico universal a pie de calle.

El doble regreso de 2010 se repetirá también en 2011 cuando Emma Cohen vuelva a publicar una obra dramática y otra narrativa. En La Página Ediciones ve la luz la obra de teatro Terraza de café por la noche. Cohen se inspira en el cuadro homónimo de Van Gogh y decide animar a los personajes de la pintura. Idea un escenario que reproduzca fielmente la escena del cuadro y ofrece su particular soplo de vida a los personajes que aparecen en él. Este acto único activa el engranaje surrealizante de Cohen, aquel que ya vimos manifestarse en Negras tierras negras. La adhesión de Cohen al sentimiento surrealista, a las siempre inconformistas y libres manifestaciones de su amado Antonin Artaud, a la apuesta por el sueño de Max Ernst con que hizo acompañar la magia de María Blanca Dentrago, a la ilusión alada de Libeliula, a la base fuertemente cultural de las referencias vanguardistas con que dotó al romanticismo de Rojo Milady y Loca Magnolia, acontecen aquí. Se reúnen en la plácida terraza donde Cohen hace protagonista a un joven a quien define como Soñante impactado. Es más, subtitula Terraza de café por la noche como peripecia soñante. Cohen trabaja con la metarrepresentación escénica, la conciencia del observado y de quien observa y encaja en los diálogos la crítica sobre una sociedad que avanza mientras involuciona.

A finales de 2011, Cohen publica Ese vago resplandor (Rey Lear), su primera novela en quince años. La más ambiciosa de sus narraciones, 347 páginas, es un ejercicio de ensayo periodístico, novela y autoficción. Cohen nos presenta a Julia, que convertida en una vagabunda, una homeless, una clocharda, se dedica a recoger objetos que luego expone al amanecer en plazas públicas. Esto mismo hacía el vagabundo con que se encuentra María, la protagonista del mediometraje María de las noches, que dirigió y escribió Emma Cohen en 1989.

Julia Folch –que quizás sea la Julia de Negras tierras negras– es una mujer barcelonesa, que nació en el seno de una familia de la alta burguesía catalana, abandonó los estudios de Derecho y llegó a París cuando el Mayo del 68 se propuso no pasar desapercibido. Julia actriz, amante de la cultura, mujer de paz, se encuentra con el periodista estadounidense Peter Mahtler Chu-yu, que patea las calles de Madrid en busca de historias de gente sin techo para su reportaje; pero Peter queda fascinado por Julia y decide ampliar su historia, se interesa por ella más allá de las cuantas páginas que hubiera ocupado en su reportaje colectivo. Julia accede y,  mientras relata y escribe su vida, es testigo de un asesinato. La larga trenza narrativa de Ese vago resplandor comienza a fijarse. Julia ya no es Folch, se hace llamar Julia Proteus. Sin nada que le pertenezca, sólo es dueña de su nombre, de ella misma. La memoria que Julia despliega conforma un itinerario que no es ajeno para el lector asiduo de Emma Cohen. Su destino, como el de Carmen, Alba, Julia, Miranda, Cecilia y Carmela Kilcoyne es una decisión unilateral, un proyecto de vida que dura hasta el final de la existencia.

Ese vago resplandor es una novela-desembocadura, donde confluyen los pilares básicos de la narrativa de Cohen que ya hemos mencionado, y también espacios y nombres –el delta del Ebro, Libeliula, Barcelona, el Mayo francés, el teatro…– que encajan en esta narración porque en ella recoge la autora todo su arsenal memorialístico, su discurso social y político, su defensa de las libertades, tantas veces acuñada en la palabra escrita. Podríamos aplicarle a Ese vago resplandor la referencia cortazariana de todas las novelas, la novela.

En la narración de Julia Proteus encontraremos su propia libreta francesa. Leeremos lo escrito por Julia entre el 30 de abril y el 3 de julio de 1968. Cohen realiza un arduo trabajo de autoficción, no sólo en este punto concreto sino en toda la novela, pero por ser tan identificable lo señalado en la libreta francesa, advertimos que Cohen elabora la ficción de Julia partiendo de su experiencia de los hechos, pero creando para Julia su propio diario. Lo cierto es que, aunque a lo largo de toda su producción literaria, especialmente en las novelas adultas, Cohen ha incluido guiños biográficos que ella misma ha comentado públicamente la especial relación con su abuela, la educación católica en una familia acomodada, el perfil rebelde, el Mayo francés, la llegada a Madrid, la vida en una comuna, la lecturas vanguardistas, el aprecio por el surrealismo– hay otros muchos detalles biográficos que están insertos en su literatura y que podrían sorprender por tratarse de retazos reales.
Por ahora, la última obra publicada por Emma Cohen es la novela Magia amorosa para desesperadas y desesperados (Neys Books, 2014). En esta ocasión, Cohen retoma la parte novelada de Hechizos, filtros y conjuros eróticos, reescribe algunos pasajes e ilustra la obra con una selección de grabados de Goya.

Aunque la narrativa ocupa la mayor parte de sus publicaciones, Emma Cohen cuenta con varias obras teatrales inéditas. Por un lado, títulos originales como Araña en bañera, que fue representado en un ciclo de Lecturas dramatizadas de la SGAE de 2008, pero también adaptaciones como Nazaria, basada en la novela de Ramón J. Sender La antesala, y la pieza Peter Pan, que Cohen adaptó para un proyecto de radioteatro que finalmente se canceló. Existe un cuarto título, la obra infantil La boca del árbol, que fue publicada en 2008 por la Asociación Aragonesa de Escritores en el número 9 de su revista Criaturas saturnianas. En 2011, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo publicó, en edición no venal, un cuaderno ilustrado con interesantes collages de Emma Cohen junto a adaptaciones que la autora realizó del cuento de Borges, El Aleph.

En los últimos años Cohen ha continuado con sus colaboraciones en prensa y ha publicado artículos sobre cine en las obras colectivas Drácula. Un monstruo sin reflejo (Reino de Cordelia, 2012) y El cine. Fábrica de sueños (Fundación CIDEAL de Cooperación e Investigación, 2012).


La literatura de Emma Cohen, gracias a su constancia, ha ido ganando terreno a su dilatada trayectoria actoral, por la que sin duda es conocida y reconocida; pero en más de treinta años de escritura ha conformado una entrega reflexiva y crítica, impulsada por su aprecio a los sueños, donde ha fijado los elementos de su discurso político y su concepción del mundo y de las relaciones personales. Los personajes de Cohen han ido siempre hacia delante, no han cedido ante la nostalgia o la adversidad, porque aman el mundo y sus posibilidades. Emma escribe –qué duda cabe– para la libertad.


Daniel María



RECOMENDACIÓN 62: REMANDO AL VIENTO

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REMANDO AL VIENTO

(1ª parte)






¿Sabéis cual sería el mejor poema?
Aquel que diera vida a la materia por la sola fuerza de la imaginación.

Lord Byron   (guión de G. Suárez)

Como en las páginas de mi libro, he venido hasta los confines helados del Universo para encontrarme con la horrible criatura que mi imaginación concibió. Pero donde no hay sombras, los monstruos no existen. Sólo la memoria perdura más allá de los límites de la imaginación.

Mary Shelley  (guión de G. Suárez)



Cada cual tiene su filiación. El atrevimiento, como dice Savater, está en confesarla. En mi caso, los románticos ingleses; los mundos de Blake, Wordsworth, Keats, Coleridge, Shelley o Byron han estado ahí siempre y sin duda forman parte de la cadena de ADN de mi poesía. La película “Remando al viento” de Gonzalo Suárez no es una adaptación cinematográfica en el sentido en que lo es “Frankenstein, de Mary Shelley” de Kenneth Branagh. Ni siquiera es una crónica más o memos aderezada de los hechos que tienen lugar en Villa Diodati, junto al lago Ginebra, en el verano de 1816, donde tradicionalmente germinan los mitos literarios de Frankenstein y del vampiro moderno. “Remando al viento” tiene que ver con la literatura y la imaginación romántica pero también con los fantasmas del escritor, con sus obsesiones y temores, con esa zona oscura del inconsciente que se libera al escribir. También es una película sobre el fatum, el destino inexorable y la fatalidad que gravita sobre el ser humano. Gonzalo Suárez extrae el núcleo narrativo y el sustrato poético, simbólico y trágico, tanto de la novela de Mary Shelley como de los acontecimientos reales (si bien estos, seguramente, también tienen mucho de literario) y los reinterpreta para ofrecernos una de sus obras más personales. Bajo esta premisa y no otra deberíamos acercarnos a esta película.   Para la confección de las notas que siguen he utilizado el guión original escrito por Gonzalo Suárez, editado por Plot Ediciones en 1988 y que contiene escenas no rodadas o suprimidas en el montaje final. 



Gonzalo Suárez
Para la novela de Mary Shelley, “Frankenstein o el moderno Prometeo”, he manejado la edición de Edhasa con traducción de Mercedes Rosúa que contiene además el prólogo de la propia autora a la edición de 1831 y un apéndice con fragmentos de cartas y diarios de los protagonistas de Villa Diodati. En la parte fílmica he usado el formato Blu-Ray en la edición exclusiva para Fnac que incluye un pequeño libreto del crítico Javier Tolentino. Las notas servirán como modesto cuaderno de bitácora, sólo para contextualizar alguna escena, establecer alguna referencia cruzada con la cronología de los hechos, aclarar determinados aspectos técnicos o narrativos, sugerir alguna clave y poco más. Sobre todo, se trata de una invitación a su visionado. En cuanto a significados me remito al propio Gonzalo Suárez cuando dice “Esta película acontece como un sueño y está, por tanto, sujeta a la interpretación de quien la sueñe”.  También Jean Cocteau, realizador de “La bella y la bestia” y “La sangre de un poeta”,  dijo en una ocasión que el cine es un sueño que el espectador sueña despierto. Así que preparémonos para soñar.


La impronta de Frankenstein es eminentemente cinematográfica, de hecho es el Cine el que lo ha convertido en un mito contemporáneo.  Haciendo arqueología nos podemos remontar, desde la muda de 1910 de J. Searle Dawley y producida por Thomas Alva Edison a la denostada “Frankenstein, de Mary Shelley” de Kenneth Branagh (1994), pasando por las clásicas de la Universal como “Frankenstein” de 1931 y la secuela “La novia de Frankenstein” de 1935, ambas dirigidas por James Whale y protagonizadas por Boris Karloff, y esa deliciosa parodia de Mel Brooks que es “El jovencito Frankenstein” (1974). Y, desmarcándose de las anteriores, destacan dos de las películas españolas más extraordinarias de todos los tiempos: “El espíritu de la colmena” de Víctor Erice (1973) y la que nos ocupa, la elegíaca “Remando al viento” de Gonzalo Suárez (1988).  Ambas utilizan un lenguaje cinematográfico ajeno a los recursos y  convenciones del género de terror, para convertirse en auténticas joyas del séptimo arte. También hay películas que tienen como trama la famosa velada en Villa Diodati. Dos de ellas son prácticamente coetáneas de "Remando al viento". Una es “Gothic” (1987) de Ken Russell, película delirante y caótica, y la otra “Haunted Summer” (1988) del checo Ivan Passer, que no he tenido ocasión de ver. También por aquella época el cineasta John Huston tenía en proyecto una película sobre el tema."Es curioso – dice Suárez - Parecería que Frankenstein estaba en el ambiente".

Literatura y cine discurren paralelamente en la trayectoria artística de Gonzalo Suárez e incluso se yuxtaponen. “Remando al viento” es, probablemente, su película más literaria y no creo exagerado considerarla su opus magnum. Funciona a modo de bisagra en su obra cinematográfica. El director llegó  a decir que toda su obra anterior era una especie de aprendizaje para llegar a “Remando al viento”. La escritura del guión, varios años antes, denota el interés del realizador asturiano por el tema. El rodaje comenzó en 1987 situándose, dentro de su filmografía, entre la serie de TVE “Los Pazos de Ulloa” (1985) y la barroquizante “Don Juan en los infiernos” (1991). La película se rodó en inglés, con actores ingleses y españoles. En los papeles principales Hugh Grant como Byron, Lizzy McInnerny como Mary Shelley, Valentine Pelka como Percy Bisshe Shelley, Elizabeth Hurley como Clara, José Luis Gómez como Polidori, Virginia Mataix como Elisa y José Carlos Rivas encarnando a la Criatura."Los actores tenían que ser jóvenes, porque lo realmente llamativo es que Mary Shelley escribió Frankenstein cuando tenía sólo veinte años", dice Suárez.Se dice que la elección del jovencísimo Hugh Grant, que aparte de trabajos televisivos sólo había protagonizado en la película “Maurice” de James Ivory (1987), se debió a su parecido con los retratos conservados del poeta inglés. Se rodó con sonido directo, procurando que los actores españoles del reparto no tuviesen acento español. Alan Griffin, ayudante de dirección, dijo para El País durante el rodaje:   "José Luis Gómez es fantástico. Tiene muy buen oído y estoy consiguiendo que hable inglés con un ligero acento italiano".  Como nota rosa, decir que durante el rodaje se conocieron Hugh Grant y Elizabeth Hurley, dando comienzo a una relación que duraría 13 años.

Las escenas iniciales están rodadas en el Norte de Noruega, los paisajes suizos (lago Ginebra, castillo de Chillon…) están rodados en las localizaciones reales. Otros entornos de la película como Villa Magni están rodados en la Asturias natal del director. La luz es un elemento fundamental y complejo en “Remando al viento”  que Carlos Suárez, colaborador habitual del director, utiliza de forma magistral. Casi parece mimetizarse con la acción dramática y produce en el espectador una rara impresión anímica. Algunas de las composiciones parecen contener la impronta de la pintura de Caspar David Friedrich.  Para Gonzalo Suárez, “la luz esculpe la realidad”. No en vano, como hemos visto, la película consiguió el Goya a la mejor Fotografía. La música de Vaughan Williams, “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis” tiene una gran importancia al funcionar como leitmotiv durante toda la película. El diseño de vestuario, debido a Yvonne Blake[i], es igualmente extraordinario, de gran altura estética, contribuyendo a la credibilidad pero también tributando su parte de magia, magnetismo y poesía. Un solo ejemplo, referido a las protagonistas femeninas, en palabras de Javier Tolentino:  “Las viste de blancos ibicencos, de blancos Sorolla, mientras gozan de la escapada libre y amorosa en los lagos suizos para después cubrirlas de elegancia en territorio inglés y de exquisitez de paños y telas cuando las ubica en Venecia…” El concepto de espacio escénico y una dirección de actores casi teatral,  traducida en economía de movimiento y gesto hasta extremos estáticos, así como un magnífico manejo de las elipsis, terminan por remachar el sello poético de la película.

La película se estrena en septiembre de 1988 y permanece 58 semanas ininterrumpidas en cartel en los cines Renoir de Madrid. Todo un record, y más si tenemos en cuenta que se proyectaba en inglés con subtítulos en castellano[ii]. Es también el año de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” de Pedro Almodóvar,  “Amanece que no es poco” de José Luis Cuerda,  “Cinema Paradiso” de Tornattore, “Gorilas en la niebla” de Michael Apted y del escándalo de “La última tentación de Cristo” de Scorsese. Consigue multitud de premios, la Concha de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de San Sebastián, Premio de la Crítica a la Mejor Película de la revista Fotogramas, Premio a la Mejor Dirección de la Asociación de Directores del Cine Español y Premio al Mejor Guión del Festival de Cine Fantástico de París. De las 13 nominaciones a los Goya, recibe 6: Mejor Dirección, Mejor Fotografía, Mejor vestuario, Mejor Dirección Artística, Mejor Dirección de Producción y Mejor Maquillaje y/o Peluquería. El Goya a la mejor película de ese año fue para Almodóvar.

La película comienza con un fundido en negro sobre el cual van apareciendo los versos iniciales del poema “Las tinieblas” de Lord Byron[iii]. La voz que los recita es la del actor que dobla a Hugh Grant. Es un poema de tintes apocalípticos[iv]que nos introduce de lleno en el mundo romántico y da el tono. A continuación, un gran angular nos traslada a las heladas aguas del Ártico, sólo vemos un desolado mar con bloques de hielo. La sobrecogedora escena se fundecon otra en la que aparece una mesa de operaciones y, sobre ella, cubierta por un sudario, un cuerpo cuya caja torácica sube y baja con cada respiración. Luego sabremos que se trata de la Criatura en estado latente, a la que dará vida el pensamiento y las palabras de Mary. Una embarcación avanza lentamente, abriéndose paso entre los hielos. En la novela, el doctor Víctor Frankenstein viaja hasta los confines de la Tierra persiguiendo al ser que ha creado a partir de cadáveres;  y en la película, la propia Mary Shelly actúa  como trasunto del científico para acabar con la Criatura que su imaginación creó y que hace realidad sus presagios más funestos. A continuación Mary intenta escribir mojando la pluma en el tintero helado pero sólo consigue rasgar el papel. Comienza a recordar, dando inicio el flashback más largo de la historia del cine español.

Nos trasladamos de golpe a Inglaterra, varios años antes. El padre de Mary, el filósofo librepensador William Godwin vive sus hora más bajas, acuciado por sus acreedores. Shelley, después de ofrecerle un cheque para saldar sus deudas, le anuncia su intención de irse con Mary, a lo que éste no accede por estar Shelley casado. El poeta saca una pistola y se apunta en la sien, en un gesto abiertamente wertheriano,  a lo que Godwin aduce: "¡No cometerá usted la indignidad de suicidarse en mi casa!". Cuando va a salir, Godwin recita unos versos de Shelly: “¡Qué bella es la muerte, la muerte y su hermana el sueño!”.  No debemos pasar por alto esta cita poética que  pertenece al poema de Shelley “La reina Mab. Un poema filosófico”, escrito antes de cumplir los veinte años[v], pues nos da una de las claves de la trama, el alcance del mundo onírico. Tras un encuentro entre las brumas de un cementerio londinense, Shelley y Mary deciden escapar a Suiza, uniéndoseles la hermana de Mary, Clara, que se encuentra embarazada de Byron. Sabemos por una conversación que Byron se encuentra allí, al haber tenido que escapar perseguido por los escándalos. En aquella época Byron acababa de divorciarse y se rumoreaba su supuesta bisexualidad y una relación incestuosa con su hermana. Una sola frase de Clara describe la aureola fáustica del poeta: “Un poeta puede tener todos los vicios conocidos por el hombre”.

Hay una escena que nos muestra los esfuerzos del carruaje de los viajeros por avanzar bajo una tormenta de nieve en los Alpes. Es una breve escena de transición para constatar el curso del viaje[vi]. Vuelve a cambiar acto seguido para mostrarnos, como contraste, el paisaje idílico y radiante del lago Ginebra. Enseguida comprendemos que los viajeros han llegado a su destino y el mundo de convenciones y de opresión social de Inglaterra ha sido dejado atrás. Encontramos a  Lord Byron junto con su médico Polidori que hace las veces de Secretario, viviendo  en Villa Diodati, una mansión alquilada junto al lago[vii].

Basta una escena y los contraplanos de Byron y Polidori bogando en una barca para darnos cuenta del carácter opositivo de ambos. Byron magnético, cáustico y arrogante y Polidori, un diletante, un “quiero y no puedo”  que idolatra a su señor, a quien pretende emular, consiguiendo sólo ponerse en ridículo con sus arrebatos. En las sucesivas intervenciones vemos como Polidori es objeto de las pullas e ironías de Byron que, de forma bastante cruel, le llamaba “Polly-Dolly”. Hay un diálogo muy conocido en el que Byron enumera tres cosas que él puede hacer y su secretario no: atravesar un río a nado, apagar una vela de un tiro a veinte pasos y escribir un poema del que se han vendido catorce mil ejemplares en un solo día[viii]. Más tarde tiene lugar el encuentro con los viajeros. Shelley se presenta como ateo y demócrata. También seremos testigos  de la relación tormentosa de Byron y Clara.

Sigue una de las escenas más hermosas  y también icónicas de “Remando al viento” y que funcionó como cartel de la película. El paseo en barca por el lago, con la luna reflejada en sus tranquilas aguas y el extraño ofrecimiento de Byron: “Oídme, voy a cantaros un canto albanés”. En realidad el poeta lanza, tal como consta en el guión, un grito gutural, bárbaro y bestial que termina por desencadenar la furia de los elementos.

Somos testigos de las veladas en Villa Diodati, en torno a la mesa de billar y junto al fuego de la chimenea o Byron dictándole a Mary su poema “Las tinieblas”. Es importante en “Remando al viento” la separación entre las escenas diurnas y las nocturnas. Las primeras alegres y radiantes, donde los jóvenes pasean por el lago o hacen excursiones y las segundas llenas de sombras amenazantes y claroscuros, presagiando la tragedia. He leído en alguna parte que los personajes pretenden, al decir de Baudelaire, ser sublimes sin interrupción. Veamos qué dice Gonzalo Suárez al respecto de estos jóvenes románticos:

Pretendo hacer una película sobre la alegría de vivir. Son personajes que, por encima del tópico romántico, eran gentes que buscaban vivir intensamente, como corresponde al hecho de que todos ellos fueran tan jóvenes. Yo los veo como personas con el valor y la intensidad de vivir fuera de las convenciones. Ahí radica toda la monstruosidad. Lo que ocurre es que quizás la alegría de vivir no se puede ejercer impunemente. Es por lo que, tras la creación de la ficción, del monstruo, la vida de todos ellos empieza a volverse un poco más trágica [...]

En las conversaciones, Shelley no pierde oportunidad de exponer su credo ideológico. Ante la defensa que hace Byron de Napoleón como la más hermosa de las vidas humanas, Shelley arremete contra el Ejército, los jueces, el matrimonio…a los que identifica con el Mal mismo[ix]. La conversación desemboca en el concepto de pecado. Mientras que para el revolucionario Shelley el Mal deviene consecuencia de la sociedad corrupta,  Byron identifica el Mal con el concepto cristiano. Cuando Mary dice que no imagina a Byron arrepintiéndose de sus pecados, éste dice: “Te equivocas, Mary. Me arrepiento de todos aquellos pecados que aún no he podido cometer”. Ambos poetas representan el conflicto entre lo apolíneo y lo dionisíaco que a la vez se niegan y se complementan. Una frase de Mary en el guión ahonda en esta idea: “¡Byron y Shelley son tan diferentes! Byron se cree que la tierra entera ha sido creada en su honor. Shelley, en cambio, viaja con las nubes y con el viento. Nada de lo que le rodea le pertenece”.

Shelley acepta el desafío que le lanza Polidori de hacer una carrera de regatas en el lago. Aprovechando un cambio de viento, la embarcación de Shelley da un quiebro y deja atrás a Polidori ante la admiración de Byron. Clara argumenta que Shelley sabe navegar pero no nadar. Esta afirmación dicha casi al azar tendrá una importancia fundamental, ya que será la causa de su muerte cuando naufrague en la bahía de La Spezia antes de cumplir los treinta años. Cuando vuelven los contendientes, Byron felicita calurosamente a Shelley mientras que Polidori no puede disimular su envidia. Bebe a morro de una botella de Oporto y acusa a Shelley de hacer trampa para luego retarle a un duelo que no tendrá lugar. Le veremos a continuación dándole patadas al  perro de Byron que, furioso, le muerde un tobillo. La herida hace cojear a Polidori y Byron no deja pasar la oportunidad de clavarle otra pulla al doctor: “¡Enhorabuena! Por fin has conseguido parecerte a mí, en lo que a mí menos me hubiera gustado parecerme a Lord Byron”[x].

Durante la siguiente velada surge en la conversación un tema de importancia crucial para el desarrollo del filme: la creación. Byron dice que el mejor poema sería aquel que diera vida a la materia por la sola fuerza de la imaginación. Al parecer, en aquellas veladas se hablaba del galvanismo; teoría por la cual, el cerebro produciría impulsos eléctricos transferidos por los nervios a los músculos para producir el movimiento  y de los experimentos del médico, filósofo y poeta Erasmus Darwin, sobre la posibilidad de animar la materia muerta y devolver la vida a un cadáver o a distintas partes del cuerpo. Sin duda, aquellas discusiones tendrían que influir en Mary para la concepción de “Frankenstein o el moderno Prometeo”.

A continuación  el criado da cuenta del envenenamiento del perro y tiene lugar una escena en la que el animal es enterrado en el jardín ante un consternado Byron que sospecha de la habilidad de Polidori con los venenos. Al día siguiente, cumpleaños de Shelley, Mary le regala un catalejo. Shelley lo enfoca hacía el jardín y se espanta al ver por él el rostro de Mary que, sin embargo, se encuentra a su lado. Luego sale al jardín bastante alterado y deambula como un sonámbulo y otra vez surge el tema del sueño, cuando un inquietante Polidori le dice: “Nunca estamos despiertos del todo, señor Shelley. Usted, que es poeta, lo sabe mejor que yo”. A continuación saca un frasquito de láudano y se lo ofrece a Shelley que bebe sin ninguna mesura[xi].

Al atardecer, y en las escaleras de la casa, tiene lugar la escena clave en el devenir de la historia. Polidori sugiere leer historias de terror “porque la ficción es la mejor vacuna contra la realidad”. A continuación tiene lugar la proposición de Byron: “Que cada uno de nosotros escriba la más terrorífica historia que sea capaz de imaginar, y demostremos que la realidad siempre resulta aún más terrible”. Deciden comenzar al día siguiente. Los cuatro aceptan entusiasmados. Felizmente, Gonzalo Suárez traslada la escena del interior, como consta en el guión y dicta la tradición, al exterior, al ambiente bucólico y apacible del jardín[xii]. Al parecer fue una decisión tomada en el mismo momento de rodar la escena. Ésta termina entregándole Byron a Polidori como regalo la cadena del perro. “Tú sabes lo mucho que significaba para mí…”, le dice.

Según Mary, en el prólogo que escribe a la edición definitiva de 1831, aquel verano fue muy húmedo y la lluvia incesante los confinaba durante días enteros en la casa (véase nota iv). Había caído en sus manos un volumen de historias de fantasmas traducidas del alemán al francés y Byron propuso que cada uno escribiera una historia de fantasmas. Eran cuatro; por lo que se ha de entender, como en la película, que Clara queda fuera del desafío literario.  Según Mary, “los ilustres poetas, aburridos por la vulgaridad de la prosa, abandonaron prontamente esa tarea impropia de su genio”. Al parecer, Polidori habría escrito un relato disparatado sobre una dama con cabeza de calavera que de esta forma había sido castigada por espiar por el ojo de la cerradura. De esta manera queda en entredicho la tradición según la cual Polidori escribió “El vampiro”  en Villa Diodati a lo largo de dos o tres noches. Otras fuentes apuntan a que comenzó a esbozar su novela “Ernestus Berchtold o el moderno Edipo”. En cualquier caso, sí tenemos en esas veladas el germen de lo que será el vampiro literario. Al parecer, Byron, que entonces estaba enfrascado en el tercer canto de “Las peregrinaciones de Childe Harold” dio comienzo a un relato, nutriéndose de las historias folklóricas de vampiros que había oído en el curso de un viaje por Los Balcanes, apenas algún fragmento. Pero tiempo después Polidori aprovechó para plagiar ese inicio[xiii], continuar la historia y convertirla en su famoso relato, dando nacimiento al prototipo romántico de vampiro, encarnado por un aristócrata y que luego retomaría Bram Stoker para su “Drácula” en 1897[xiv]. El relato era una venganza encubierta contra Byron bajo cuyo influjo se encontraba el doctor en los tiempos de Ginebra, de algún modo emocionalmente vampirizado. Por lo que parece una estrategia comercial, el relato “El vampiro” salió bajo la falsa autoría de Byron en 1819. Goethe dirá que es lo mejor que ha escrito el poeta. Desde Venecia, un Byron iracundo escribe al editor denunciando “la vulgar impostura editorial”. Por otra parte, de aquella velada surge el germen de “Frankenstein o el moderno Prometeo”. La novela de Mary Shelly es una revisión del mito de Prometeo. En la mitología griega, el titán Prometeo crea a los hombres desde el barro y luego roba el fuego a los dioses para entregárselo a ellos, convirtiéndose así en benefactor de la humanidad. Cuando Zeus se enteró, ordenó a Hefesto que lo clavase al monte Cáucaso y envió un águila para que le comiera el hígado. En la novela, el doctor Frankenstein desafía a Dios, rivalizando con él al dotar de vida a la materia inerte, arrebatándole así el fuego sagrado de la vida.

Al día siguiente, Byron y Shelley hacen una excursión al castillo de Chillon. Polidori, que por su cojera no puede ir, acompaña a las damas. Tiene lugar una escena en la terraza de Villa Diodati en la que el doctor juega al ajedrez con Mary y termina con un lacónico: “Creo que tengo la partida perdida”, frase que repetirá de forma más contundente (“He perdido la partida”) en unas horas, en su encuentro con la Criatura. Mientras tanto, Byron y Shelley llegan al castillo de Chillon. La conversación versa sobre el horror, según Shelley el horror está en los hombres y según Bryon, éste existía antes de la aparición del hombre y existirá después.  “Créeme, querido Shelley, el horror es la única realidad que sustenta nuestra existencia”. Al atardecer se desencadena una tormenta descomunal.   En Villa Diodati, Polidori borracho y cargado con la cadena, intenta sin conseguirlo hablar con Mary, diciéndole que no es conveniente dejar al perro fuera de la casa. Ésta escribe encerrada en su habitación y al tiempo que escribe, vemos a la Criatura del comienzo de la película, que comienza a animarse y se incorpora. Hay una relación directa, causa-efecto, entre la escritura de Mary y la vida de la Criatura. Al otro lado de la ventana Mary ve el rostro de la Criatura que la mira fijamente bajo la lluvia. En el guión consta:

Diríase que el reflejo proviene de una presencia en el interior de la habitación, pero Mary está sola (…) La criatura, desde el exterior, esboza miméticamente los mismos gestos de Mary, y las dos manos se buscan, se encuentran, coinciden, a ambos lados del cristal de la ventana, como reconociéndose mutuamente, cerciorándose de su mutua existencia. Un repentino relámpago borra la imagen de la Criatura y Mary se encuentra ante su propio reflejo en el cristal”.

Hasta aquí la historia narrada en la película coincide con lo que nos cuenta Mary en la introducción de 1831 a su novela y que así ha pasado a la historia de la literatura. Pero a partir de aquí, en la película de Gonzalo Suárez se funden los dos planos, el real y el fantástico. Al dotar de vida a la criatura nacida de su imaginación, predestina la vida y la muerte de todos los seres que la rodean.

En el salón,  Polidori,  junto a la mesa de billar y totalmente borracho intenta enganchar la cadena del perro a la lámpara. La Criatura le acecha desde el jardín y luego entra y le ciñe la cadena al cuello. La escena se alterna otra vez con la excursión de Byron y Shelley. Bajo la furia de la tempestad, el barco zozobra y los dos marinos que lo tripulan lo abandonan, tirándose al agua para alcanzar la orilla. También ellos deberían saltar al mar, pero Shelley no sabe nadar y Byron se queda con él. Es necesario poner esta escena en relación con el naufragio del velero de Shelley unos años después, en el que morirá. Mientras tanto, en Villa Diodati, Polidori comprende que debe morir como el perro de Byron al que ha envenenado. Clara descubrirá el cuerpo, colgando de la lámpara por la cadena[xv].

Tras la noche de tormenta, el barco con el aparejo roto y su vela desgarrada semejando un fantasma, se halla frente  al castillo de Chillon. Vemos a Shelley leyendo a Rosseau, pero en un momento dado Byron le tira el libro al agua: “En fin, confiemos en que Rosseau sí sepa nadar”.  A continuación Fletcher, el criado de Byron, llega con una barca para anunciarles el suicidio de Polidori. Acto seguido ya asistimos a la escena del entierro. Byron murmura “Sólo sabía hacer tres cosas. Y ninguna bien”, acompañado de un lagrimeo. Tiene lugar una discusión entre el poeta y Clara. Tras el luctuoso acontecimiento y las noticias que llegan de Inglaterra, los viajeros han decidido marcharse y Clara le propone a Byron quedarse. Éste le exige que se marche pero que se hará cargo del niño cuando nazca. Clara le insulta llamándole “miserable escocés”. Byron se aleja furioso y frente a un paisaje montañoso vuelve a lanzar su canto albanés, que en esta ocasión tiene más de  lamento lúgubre y desahogo.  En la siguiente escena los viajeros han hecho las maletas y una carroza espera abajo. La cámara nos muestra por última vez los maravillosos paisajes ginebrinos, mientras la voz en off de Mary da cuenta de la muerte de la primera mujer de Shelley al tirarse a un estanque[xvi]y que Fanny, la hermana menor de Mary y Clara también se ha suicidado.  La marcha de Shelley, Mary y Clara, simbólicamente, se emparenta con la expulsión del paraíso. Pero la Criatura les seguirá en su periplo por Europa, primero a Londres, luego a Venecia y finalmente a Santo Terenzo,  como una sombra ominosa que traerá la muerte.

Juan Lozano Felices







[i]
                 Yvonne Blake es la responsable del vestuario en Faranheit 451 de Truffaut, de Nicolas y Alejandta, trabajo que le valió un Óscar, de Jesucristo Superstar, de Robin y Marian, de Supermán o de Don Juan en los infiernos.
[ii]              Se dobló para su pase por televisión y para la comercialización en video.
                 Tuve un sueño que no fue un sueño.
                El sol se había extinguido y las estrellas
                vagaban a oscuras en el espacio eterno,
                sin luz y sin rumbo y la helada tierra
                oscilaba ciega y negra en el aire sin luna.
                Llegó el alba y pasó y llegó de nuevo sin traer
                                                            [el día.
[iv]             El año 1816 pasará a la historia por tener un verano atípico, algo así como un año sin verano. La temperatura fue inusualmente fría y los cielos eran lúgubres; la luz del sol velada por una persistente neblina. Hubo heladas y tormentas y muchas cosechas se perdieron, lo que motivó la hambruna más devastadora del siglo en una Europa que acaba de salir de las guerras napoleónicas. Hoy se sabe que  aquel extraño cambio climático fue motivado por la erupción del volcán Tambora, en la actual Indonesia, que arrojó a la atmósfera millones de toneladas de ceniza y gases mezclados  con azufre.
[v]              Mab, cuyo origen encontramos en el folklore galés, es una fuerza espiritual de la Naturaleza. El hada que visita al hombre cuando duerme y les ofrece en sueños visiones de sus más anhelados deseos. Los versos de Shelley adquieren, a la luz de la película, valor referencial. Muerte y sueño, eran considerados por la mitología griega como hermanos gemelos, Hipnos y Tánatos. Existe una pintura del prerrafaelita Waterhouse que trata el tema. También hay una referencia a Mab en el Romeo y Julieta de Shakespeare.
[vi]             En el guión, un comentario de Mary y un contorno bajo la tormenta de nieve prefiguran la aparición de la Criatura. Creo un acierto que no se incluyera en la película.
[vii]             En Villa Diodati también había vivido Milton, el autor de “El paraíso perdido”.
[viii]            Imitando a Byron, Polidori le dirá a Shelley que  pude hacer tres cosas que él no puede: encontrar un zapato de mujer en plena noche, descubrir la propensión a la tisis en el rostro de un fumador de opio y ganar una regata a vela.
[ix]              En 1811, Shelley había publicado un ensayo bajo el título “La necesidad del ateísmo” que le valió su expulsión de Oxford.
[x]              Byron había nacido con una deformidad en el pie derecho que le producía una cojera que intentaba disimular
[xi]              Polidori era bebedor compulsivo de láudano, una preparación que entre otras sustancias, contenía opio.
[xii]             En la mencionada “La novia de Frankenstein” (1935), la proposición de Byron tiene lugar en el salón, junto a la chimenea, mientras rugen fuera los elementos desatados.
[xiii]            De hecho, Polidori convierte al protagonista August Darvell en lord Ruthven, una especie de caricatura de Byron. A su vez, en la novela de Stoker, el personaje de Renfield, el fiel servidor del Conde,  tiene algo de Polidori.
[xiv]            Entre el relato de Polidori y la novela de Stoker, hay algunos buenos ejemplos de relatos de vampiros como “Vampirismo” de E.T.A. Hoffmann (1821),  “Berenice” de Edgar Allan Poe (1835), “La muerta enamorada” de Gautier (1836), “La familia Vurdalak” de Alexei Tolstoi (1839), el folletín “Varney, el vampiro” (1845-1847) o la “Carmilla” de Sheridan Le Fanu (1872) También, el compositor alemán Märschner compuso la ópera “Der Vampyr” en 1827, basándose  en el relato de Polidori
[xv]             En realidad, Polidori morirá en agosto de 1821, medio loco, tras envenenarse con ácido prúsico cuando contaba 25 años.
[xvi]            Harriet, la primera mujer de Shelley puso fin a su vida al tirarse al lago de La Serpentina. En su obra “Peter Pan en los Jardines de Kensington”, J.M. Barrie hace que Peter Pan pueda atravesar la Serpentina con un barquito hecho de un billete de banco que el poeta Shelley había lanzado al agua.



RECOMENDACIÓN 63: EL RUISEÑOR MONROEVILLE

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El ruiseñor de Monroeville


En Matar a un ruiseñor tanto obra literaria como versión cinematográfica radiografían el alma norteamericana. La generosidad silenciosa de su autora propició que tuvieran voz propia frente a la segregación.

INVISIBLE CANTO EN LA ENRAMADA

Gregory Peck y Harper Lee
Nelle Harper Lee se olvidó del mundo literario una vez dejó escapar su trino. “Mejor permanecer callada que decir tonterías”. Este hermetismo voluntario no secuestró su voz. Más bien lo contrario. La que parecía ser su única obra, Matar a un ruiseñor, publicada en 1960, ha alcanzado la cifra de 45.000.000 millones de ejemplares vendidos desde entonces. Ve y pon un centinela, embrión de aquélla, aparecida de forma sorpresiva en el mes de julio de 2015 y apenas siete meses antes de su fallecimiento, no parece corresponderse con el mutismo que le caracterizó. De ahí que un halo de cierta duda se aposente sobre este acontecimiento literario. Tonja B. Carter, su abogada y asesora legal, tras la muerte de su hermana Alice, confirmaba haber encontrado el manuscrito y contar con la autorización de su autora para su publicación. Rompía el silencio tras 55 años de mutismo. Por su primera obra recibía una cantidad de 3 millones de euros anuales como derechos de autor. Apenas abandonaba la residencia de ancianos de su localidad natal, Monroeville.

ATTICUS FINCH SUFRÍA EN SOLEDAD

En 1962 moría el abogado que asumiera la defensa de dos negros, padre e hijo, cuya sentencia fue el ahorcamiento. Tal vez sea esta la verdadera razón no explicitada y la moraleja literaria post mortem con la que la hija y creadora del personaje que le inspirara su padre, Amasa Coleman Lee, pone en evidencia los principios y valores que éste pretendía defender. Su conducta no estaba inspirada por los derechos civiles. Como tantos otros vecinos de la pequeña población del estado de Alabama que la escritora bautizara como Maycomb, vivía un dramático conflicto interior. La mirada adulta de su hija Scout desvela la verdad en Ve y pon un centinela. ¿Cómo convivir entre aquéllos que segregan, discriminan y criminalizan con el fondo y rumor vivo de la esclavitud? El abogado sureño se erigía involuntariamente en la conciencia de sus vecinos, si bien bajo la investidura de su ejercicio profesional. El hombre sencillo que sin aspavientos se conduce correctamente, sobreponiéndose a las inclinaciones o devociones de sí mismo y sus semejantes.

BILLIE HOLIDAY CANTA STRANGE FRUIT, 

“Los árboles del Sur frutos extraños, / sangre en las hojas y sangre en la raíz, /cuerpo negro balanceándose en la brisa del sur, / fruta extraña que cuelga de los álamos”. Harper Lee, anónima escritora, empleada del departamento de reservas de una aerolínea, señala en un pasaje de la novela, “Quería que vieras lo que es realmente el valor, en lugar de tener la idea de que el valor es un hombre con un arma en su mano. El verdadero valor es cuando sabes que tienes todas las de perder, pero emprendes la acción y la llevas a cabo a pesar de todo. Raramente ganas, pero algunas veces lo logras”.

SPENCER TRACY ERA EL ELEGIDO

Sin embargo problemas de salud derivados del alcohol le obligaron a rehusar la petición que provenía de la autora. Incluso le escribió con este motivo. Alan J. Pakula y Robert Mulligan, productor y director respectivamente de la versión cinematográfica de Matar a un ruiseñor en 1962, impusieron a Gregory Peck. Y si bien no contaba con el convencimiento de Lee, ésta fue gradualmente modificando su actitud. El actor californiano se desplazó a la población sureña. Mantuvo largas entrevistas con padre e hija. Y tras la primera lectura del guión, la duda se resolvió. La interpretación de Peck mantiene ese pulso de tensión interior que el espectador capta desde el primer momento. No hay estereotipos. La personalidad y sobriedad de su protagonismo escénico adiciona al personaje prestancia, elegancia y estilo tan convincentes como medidos y equilibrados. Sólo así la visión infantil de Scout, la niña independiente, alter ego de la escritora, puede contener en su descripción ese destello que emana del amor y admiración por su padre, y que se desprende líricamente de la relación entre ambos para resistir ante el horror al que se enfrentan: el racismo de sus convecinos.







RECOMENDACIÓN 64: STOKER

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Seré franca: no me suele pasar esto con todas las películas, pero ésta tuve que verla tres veces seguidas. Se trata de una película quizá más de forma que de fondo, pero me produjo tal placer visual que la tuve casi en bucle en la cabeza durante varios días. No adelantaré nada hasta no contar un poco de qué va la cosa.

La historia es sencilla -y no cometamos spoiler-: India Stoker pierde el mismo día de su dieciocho cumpleaños a su padre, Richard, que no sólo era un padre que la adoraba sino que también era (y eso lo intuye uno por los comentarios de una siniestra madre interpretada por Nicole Kidman) su mejor amigo. O quizá el único, porque India es la rara del instituto, introvertida, tímida, silenciosa. Y es durante el funeral de su padre cuando aparece un personaje extraño al que no conocen, salvo por alguna referencia, ni madre ni hija: el tío Charlie, hermano del difunto, que se quedará a pasar unos días con ellas en la maravillosa mansión -con mejores jardines- de la familia. Y ahí empieza la historia: la llegada de un joven apuesto, educado, rico, que ha viajado durante años por el mundo, dispuesto a ayudarlas en las tareas del hogar…, algo que no hace más que llenar de desconfianza a la joven India. ¿Qué esconde el tío Charlie?

Y lo excelente, como digo, del filme no sea quizá la historia (aunque cierto es que está llena de un erotismo delicadísimo muy bien tratado), sino ese enfoque que le da el que fuera director de Old Boy, Chan-Wook Park. Del guión, además, es responsable Wentworth Miller (guionista de Prison Break, pero esta vez bajo el seudónimo Ted Foulke), que convierte en tela de araña una historia aparentemente sencilla.El tratamiento de los personajes es exquisito, especialmente los tres principales (madre, tío, hija), y las transiciones entre el pasado y el presente se convierten en auténticas obras de arte, tanto por la música como por los elementos que funcionan como una guía de esos cambios temporales: el cinturón o las gafas de sol de Richard, el piano, los zapatos de India…

Del mismo modo, el color juega un papel especial, desde el verde de las paredes del salón (como los ojos de India), hasta el intenso rojo de la habitación de una viuda, Evelyn, que está totalmente prendada del tío Charlie. Hay una soledad y un aire macabro que invaden las escenas a lo largo de toda la película, pese a que la mayoría de las secuencias sea de día y en una casa donde a todos nos encantaría vivir: un paisaje tranquilo, casi idílico. Una tristeza macabra, diría yo, decorada de verdes, amarillos y rojos.
La sangre está, pero cada escena explícita está totalmente justificada, rodeada de un halo de misterio más que de búsqueda de lo llamativo. No estamos ante una película de Tarantino, claro. 

Cuando vi la carátula del dvd en la revista Fotogramas (con ese verde, con la base de un piano en primer plano, con los cuerpos sin rostro de dos adultos a la espalda de la joven…) no tardé en hacerle una foto con el móvil para recordarla: STOKER. Me llevó, claro, directamente al Drácula de Coppola (¿a quién no?), pero pensé que sería una estupidez. ¿Qué tendría que ver una cosa con otra? Pues bien: en mi obsesión por la película -banda sonora incluida- acabo entrando en una página web en inglés donde cuenta el guionista Miller que sí se inspiró en el vampiro más vampiro de todos los tiempos, y concretamente en el Drácula de Bram Stoker, de Coppola.
Pensemos en lo enigmático de ese tío Charlie que recuerda al Conde, llegando a Londres y siendo objeto de deseo de la joven Mina Harker, por ejemplo. Un personaje opaco que esconde un secreto, un tipo culto, atractivo, que hace las delicias de una muchacha tímida.



Reconoció el mismo Wentworth en una entrevista que efectivamente se inspiró en la película de Coppola, y ya el título mismo es un guiño a una de sus novelas favoritas: “La historia de Drácula es realmente, bajo mi interpretación, una historia sobre alguien que a través del tiempo busca el amor, solo, como un marginado social. Drácula escoge a su amada y en el fondo hay una parte de nosotros que quiere que se reúnan. Es una tragedia donde el protagonista quiere entrar en esa sociedad y quiere ser entendido, conectar de alguna manera, con colmillos incluidos.” Toda esa mitología le inspiró para trazar la historia, aunque en un primer visionado cueste trabajo identificarla.
Las transiciones, como digo, resultan exquisitas: esos flash-backs que conectan con el pasado de India y de Charlie a través de la música o de los objetos, objetos banales que funcionan como hilos conductores de la historia y permiten cerrar la trama en una ring composition perfecta.

No es una historia de vampiros, ojo. Nadie chupa sangre, pero el suspense en ambas historias en el mismo: el individuo solitario que se alimenta del inocente (que quizá no lo es tanto, pero claro: prohibido el spoiler), un amor romántico a la par que gótico que viaja por el tiempo y el espacio para hacerse hueco en el mundo. Para verla, como digo, tres veces seguidas y seguir deleitándose con la fotografía, la música y el suspense de una familia donde todos esconden algo.

Y si quieren abrir boca, escuchen esto:





Noelia Illán


RECOMENDACIÓN 65: LA NARANJA MECÁNICA

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Anthony Burguess escribe en 1962 un libro titulado “Clokwork orange”. Después de varias especulaciones sobre lo que quería decir este título, el propio Burguess ha explicado que proviene de un dicho de la región de Cockney que dice así: “As queer as a clockwork orange” (Tan raro como una naranja mecánica).


El libro trata sobre un futuro próximo en el que la violencia será habitual entre los grupos de jóvenes y las calles ya no son seguras. Nuestro protagonista es Alex DeLarge (El nombre es ya una irónica referencia a Alejandro Magno), el líder de la banda de amigos cuyo mayor entretenimiento es acudir al “moloko milk bar” a consumir leche cargada de sustancias estupefacientes para después practicar lo que ellos llaman “ultraviolencia”. El autor introduce gran cantidad de nuevos elementos para trasladarnos a este futuro próximo en el que las drogas tendrán la inofensiva apariencia de un vaso de leche. Entre estas innovaciones también está la característica vestimenta de los jóvenes y su jerga.

Uno de los elementos más característicos del libro es la implantación de todo un nuevo vocabulario de esta jerga llamada nadsat. Drugos (amigos), devotchka (muchacha) y tolchoco (golpe)  son palabras que surgen de otras palabras rusas o eslavas mezcladas con el inglés. Todas ellas de alguna manera intentan suavizar la dureza de lo que narran. Digo esto porque los libros, al no tener la repercusión que tienen las películas, se pueden permitir el lujo de ser más crudos y mostrarnos imágenes que en la gran pantalla serían impensables.





La feliz existencia de Alex llega a su fin cuando una noche es pillado infraganti en una de sus noches de “ultraviolencia” y al entrar en prisión decide someterse a un tratamiento que alterará su conducta violenta y  que le permitirá salir de la cárcel. El debate sobre este tipo de tratamientos es similar al que tenemos actualmente con cuestiones como la castración química para quienes cometan delitos sexuales; parece una solución, pero también implica una supresión del libre albedrío.

Burguess nunca estuvo especialmente orgulloso de este libro. Lo consideraba un libro moralista que tenía ciertos fines didácticos. Que se recortara el último capítulo en su edición americana y que esa fuera la edición que Kubrick decidió llevar al cine hicieron que esta novela se convirtiera en el peor enemigo del autor. En numerosas declaraciones intenta puntualizar el verdadero mensaje del libro.

«Me he pasado buena parte de mi vida haciendo declaraciones de intención y frustración mientras Kubrick y mi editor de Nueva York gozaban tranquilamente de la recompensa por su mala conducta...»

Seguramente Kubrik  desvirtuó el mensaje inicial del libro, pero consiguió crear una obra maestra que se ha vuelto todo un icono pop como el resto de sus películas. Seguramente, sin el trabajo de Kubrick, la novela nunca se habría hecho tan famosa. 


Kubrick consigue un gran contraste entre la violencia de la pantalla y la suavidad de la música de Beethoven o Rossini. La belleza de las imágenes hizo que se popularizaran rápidamente y seguramente es uno de los motivos por los que el mensaje original queda modificado. La pandilla de violentos jóvenes es muy carismática y sus vestimentas y estética no hacen otra cosa que persuadir al espectador, que termina desarrollando cierta simpatía por el protagonista. El final abierto parece indicar de manera tácita que la violencia de Alex no estaba tan mal. Otro elemento muy destacable del film es la estética basada en las nuevas tendencias Pop de los años 70, pero que todavía hoy continúa transmitiendo esa sensación de atemporalidad que toda obra de ciencia ficción busca.

La película levantó muchísima controversia desde su estreno y el hecho de que algunos jóvenes decidieran emular a los violentos protagonistas del film hizo que Kubrick censurase su propia obra en Inglaterra hasta el año 1999. Censura que también ayudo a hacer de la misma una obra de culto que todavía hoy sigue espeluznándonos y persuadiendo por igual.

Este rechazo del propio autor por su obra y posteriores adaptaciones es lo que hace interesante el contraste entre el libro y la película. Por ello recomiendo a la gran cantidad de seguidores de Kubrick y de La Naranja Mecánica, que se acerquen al libro y descubran la semilla de lo que fue una de las películas que más repercusión ha tenido en los últimos años. 



Samuel Jara.

RECOMENDACIÓN 67: CINE-POESÍA (Javier Vayá Albert)

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CINE-POESÍA



El instrumento lingüístico sobre el cual se implanta el
cine es por tanto de tipo irracional: y esto explica la
profunda calidad onírica del cine, y también su absoluta
e imprescindible concreción.

Pier Paolo Pasolini



Resulta obvia la íntima relación entre el cine y la literatura y, concretamente entre cine y poesía. No solo en casos evidentes como el cine poético de Pasolini o Cocteau, o en la poesía llevada directamente al cine (Hiroshima mon amour, El lado oscuro del corazón) sino también en películas a priori alejadas de cualquier destello poético.

Al menos así es como yo lo siento. Como poeta y cinéfilo (o cinéfago, jamás entendí la diferencia) empedernido he tratado de plasmar en una serie de poemas tal impresión. Cuando escribo poesía la inspiración suele asaltarme desde cualquier punto; una conversación escuchada en el Metro, una escena a la que asisto casualmente en la calle o una frase dicha por un amigo o leída en un libro, cualquier cosa aleatoria que dispare una sensación, una idea que puede o no llevarme a la propia experiencia.

Cuando devoro cine encuentro pura poesía en Rick dejando marchar a Ilsa, en el Grupo Salvaje regresando a por el chico, e incluso en Jack Torrance persiguiendo a Wendy por todo el hotel Overlook.

A veces es la película entera, a veces una escena, un plano o un diálogo concreto. En definitiva estos poemas que conforman Cinepoesíay que alguna vez quisieron ser libro son tan solo un intento de retener esas emociones que el buen cine deja en el buen espectador disfrazadas de coartada poética.



                                                 Javier Vayá Albert




Al este del Edén

Papá;
dicen que exagero demasiado.
Siempre entendí que tu cariño
estaría encerrado en un fajo de billetes.

Papá;
se que existe algo malo y roto
aquí dentro.
Algunos nacimos con la marca en la frente
 y la quijada asesina en la mano.
Deambulamos tormentas entre el polvo.


Papá;
prefiero arder a vuestra bondad.
Me hubiese gustado explicarte
que el único momento de algo parecido a la felicidad
tuvo la coincidencia de sus labios en los míos.
Cuando la noche fue noria y vértigo sin altura.

Papá;
mi hermano no quiso decirle hola a mamá.
No pareció entender que todos somos hijos de puta.

Papá;
mentimos a todos los espectadores.
La película no termina así.
Toda rebeldía implica causa
y esto acaba conmigo riéndome desde el infierno
cuando tú seas diminuto
y yo me haya convertido en Gigante.


Apocalipse Now

El apocalipsis es aquí y ahora
— y el horror, el horror—
tiene múltiples formas cotidianas;
las aspas de un ventilador
en una sucia habitación de Saigón.
Las medallas en la solapa del general,
la danza letal de las valkirias,
una serpiente líquida plateada e infinita
adentrándose sibilina entre la jungla.
Un disparo directo al corazón de las tinieblas.
Un machete cercenando la calva cabeza
del dios loco padre.
Niezstche y Freud ebrios de absenta
escribiendo folletos para agencias de viajes.
Vinimos a traerles un pedacito de infierno.
Líderes apuestos del mundo libre y correcto.
Y nos fue devuelto multiplicado.
El modo de vida americano reflejado
en la dignidad demoledora
 de unos ojos rasgados.


Una mujer bajo la influencia

Una mujer bajo la influencia
de las alas de cisne cercenadas
en el jardín trasero entre guirnaldas.
     —otra mujer loca—
Entrando sola a los bares oscuros.
Atrapada entre barrotes de fregadero.
Presa ante el abrazo harapiento
del Coloso enano de palabras de cerveza.
Una mujer bajo la influencia
de mujeres-hombre exigiendo
normalidad sobre el tapete extendido.
Y el amor como infección reptante
entre las venas de hospital
de mugre en la cocina sin arañar,
de la progenie salvaje desconcertada.
Una mujer bajo la influencia
brutal cotidiana aniquiladora.
Otra anomalía en el sistema
cuerdamente masculino.


Grupo Salvaje

Devoran las botas el polvo al regresar.
Jamás pesaron tanto como ahora
que cada paso es un anticipo de tumba.
En algún sitio niños desarrapados
juegan a torturar a un escorpión acorralado
por hormigas ignorantes de su destino de fuego.
La golondrina cantaron los campesinos mexicanos.
Se ríen ante la posibilidad de convertirse en héroes
                 —a estas alturas—
Ni tan siquiera están seguros de que para ellos
quede alguna migaja de eso llamado redención.
Las almas que enviaron con su creador
se reúnen a verlos frotándose las manos.
¿Por qué no? se dijeron hace un rato.
Apología de la lírica de la suciedad,
poética y romanticismo del fango.
El sol vierte con ironía justiciera sus rayos.
El aire seco sabe a pólvora de antemano.
Cuatro ángeles sanguinarios de mugrientas alas.
Al fin y al cabo ya no hay lugar al que huir,
este mundo nuevo ya hace que les ha derrotado
y el tequila se niega a ahogar la conciencia.
Al fin y al cabo el chico era el mejor de todos ellos.
Caminan en silencio cada uno con su propio infierno
solo los buitres aplaudirán su gran gesto,
el crepúsculo de este acto invisible a destiempo.
Sin embargo caminan orgullosos y dispuestos
a albergar en su cuerpo al menos cinco balas
por cada diez que disparen ellos.


Drácula, de Bram Stocker

Regresa amado príncipe
antes que los océanos de tiempo
queden yermos y secos eternamente.
Pues la eternidad no es tiempo sino condena
y ahora soy yo la condenada a tu ausencia.
A vivir los días baldíos de los hombres.
Yo que di los míos por beber tu herida.
Yo que adoraba ser tu alimento.
Yo que lamí gustosa tu monstruosidad.
La lanza en tu costado de cristo deformado.
Que te amé rata murciélago lobo asesino.
Regresa amado príncipe
antes que perezca de sed lasciva.
Desprotégeme de esta muerte en vida
desentiérrame de esta vida sin tu muerte.
Dame de beber del rojo cáliz de tu boca,
clava tu estaca en lo más profundo de mi ser
hasta hacerme resucitar mil veces.


Blade Runner

No importa
la cacareada elevación del alma humana
reducida a la más mínima expresión
vapuleada por un simple unicornio de origami
mi condición de cazador en tóxicas calles
a través de las ruinas de rígida oscuridad
 de nuestra civilización
tan solo violentadas por la sordidez del neón
bajo el cadáver putrefacto de un cielo demolido
apenas visible entre mastodónticos templos
erigidos por inéditas religiones para dioses
tan cobardes como aquel del que heredamos
el trabajo sucio de cada día a imagen y semejanza
no importa
si yo también soy lo que persigo y debo destruir
si me convierto en presa fugitiva de mí mismo
si la memoria es tan fiable como aquella serpiente
fingiendo ser collar derramándose en el escote
de quien aceptó la manera más hermosa de morir
como amargo premio por el pecado de su vida
si la fragilidad de navaja de nuestros recuerdos
dibuja una cicatriz improbablemente dorada
que asoma fugaz y caprichosa en tu mirada
no importa
la criatura superando a su creador
con la ofrenda de su cráneo destrozado
el paraíso perdido encontrado en azoteas
la compasión del monstruo ante su espejo
los versos de lágrima del poeta metálico
devorados por la indolencia brutal de la lluvia
la grandeza efímera y mortal del perfecto instante
las ajadas fotos de piel polilla sobre el piano
nada de esto importa
si te sueltas el pelo y revelas lo único sagrado
si seas lo que seas lo seré contigo
si seremos juntos durante un segundo eterno
lo que demonios sea que seamos.


Los amantes del Pont-Neuf

Andábamos tan rotos
que solo pudimos encontrarnos.
Sombras despojadas
de luz en la ciudad de la luz.

Pertenecíamos al desarrapado ejército
invisible del hambre,
suciedad bajo la alfombra
no apta para los paquetes turísticos.

Fundamos una patria propia
entre dos farolas.
Un íntimo universo de escombros.
El amor en una cama de piedra
centenaria.

Coreografías desquiciadas y ebrias
bajo el cielo jubiloso de los otros
sobre el río de los suicidas.
Guardando siempre una bala
para la fortuna.

Tú temías ser devorada por la oscuridad
y yo que la claridad te apartara de mí.
Podías enseñarme a dormir
pero nadie puede enseñarme a olvidar.

Tracé versos de hermoso fuego
sobre tu rostro de papel.
Amenacé de muerte a la música
que podría salvarte.

Algo no funciona del todo bien
en mi interior.
Pero si me acompañas
en este último salto
siempre habrá una barcaza
dispuesta a rescatarnos
de nosotros mismos.


Lo que el viento se llevó

Para Escarlata


Simplemente querido,
me importa un bledo
lo que te importe.
Yo conozco el sabor de la tierra 
árida de mis antepasados
he bailado el luto de la hipocresía
he sido libre entre esclavas
he puesto a Dios por testigo
y como juez al diablo.
He sido diosa con jirones de cortina
el deseo oculto, la tormenta
en la mirada de cada hombre.
La vida está llena de Melanias
no te resultará difícil encontrar una de ellas.
Yo sé que después de todo
brillaré con más poder que el sol
mañana, cuando sea otro día.


El luchador


Esto no es mucho,
lo sé
más bien casi nada.
Pero no hay otra cosa
que sepa hacer.
Sé lo que parezco;
un dinosaurio renqueante
caminando con un exoesqueleto
de recuerdos baratos
un mapa de cicatrices itinerante
un monstruo ridículo y anacrónico.
Me he levantado tantas veces
que no puedo volver a hacerlo
al fin y al cabo lo dijo un poeta:
"la caída es tan solo la ascensión
hacia lo hondo"
y yo acepto mi destino de Ícaro deforme.
Te dirán que perdí de nuevo
que el desastre y la derrota
eran mis señas de identidad,
no les creas,
al menos no del todo.
Cuando veas que inicio mi último salto
sabrás que para algunos como yo
la victoria consiste en habitar los márgenes
y residir en los precipicios.





Javier Vayá Albert (Valencia, 1973) es poeta, escritor y blogger aunque ha desempeñado diversos trabajos ajenos al mundo de la literatura. Apasionado del mundo del cine ha colaborado escribiendo sobre el séptimo arte y literatura en diversos medios digitales como Cinetelia, Papel de periódico, Achtungmag, La huella digital, Astrolabium o Entre Tanto Magazine.

Desde el 2009 administra el blog Actos invisibles en el que publica relatos, poemas y reflexiones personales. Su cuento “La fuerza de la costumbre” fue uno de los ganadores del concurso “Ciudad Mínima” y forma parte de la antología del mismo nombre coordinada por Alberto Chimal, Adelaida Míjar y Andrés Neuman. Ha participado en antologías como Vinalia Trippers o Buffet Libre, del colectivo Valencia Escribe.


Suele recitar sus poemas por los locales de la ciudad y participa asiduamente en eventos como Slam Valencia o Vivir en verso. Es autor del libro de relatos y poemas El peso de lo invisible (Ed Alacena Roja, 2014).

RECOMENDACIÓN 69: REBECCA

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Anoche soñé que volvía a Manderley. La mansión era tan guapa como siempre. 
Soñé que estaba viviendo ahí feliz y segura. 
Pero sé que nunca podríamos ser felices en Manderley. 
Nunca viviríamos libres de Rebecca….



REBECCA es una novela de la escritora y dramaturga inglesa Daphne du Maurier (1907-1989). Daphne fue una de las literatas más importantes inglesas del siglo XX.  Su abuelo, George du Maurier, fue también escritor y dibujante. Su padre, Gerald, y su madre, Muriel Beaumont, fueron actores de teatro, lo que ayudó a su gran formación intelectual.

Du Maurier también escribió obras de teatro y recibió premios y reconocimientos como el National Book Award de los Estados Unidos y la Orden del Imperio Británico. Algunos de sus libros fueron llevados al cine, como Rebecca (1940) y Los pájaros (1987), ambos filmes dirigidos por el genial Alfred Hitchcock, quien admiraba la obra de la novelista.

Desde mi punto de vista, creo que Rebeccaes una novela muy interesante, de fácil lectura, con intriga y en la que, que a lo largo de las 464 páginas, va creciendo poderosamente el misterio. Daphne supo jugar maravillosamente con los personajes, desde la primera esposa muerta (Rebecca), que siempre está presente, hasta la segunda esposa que no tiene nombre. También realiza una buena descripción de los lugares y espacios donde sucede la acción.

La novelista no le da un nombre a la protagonista: en este caso siempre será llamada como la señora de Winter. Es una chica joven de 21 años que trabaja como asistente personal de Mrs. Van Hopper, una dama  americana millonaria  que jamás está contenta con el trabajo que realiza su acompañante. En unas vacaciones en Monte Carlo (Principado de Mónaco) conoce a Maxim de Winter. 

Su jefa enferma de gripe y debe estar en cama diez días, que es aprovechada por la pareja para conocerse y enamorarse. Un buen día la señora Van Hopper recibe un telegrama de su hija, en el que le anuncia que se casa. Van Hopper decide irse ese mismo día a Nueva York. La protagonista se pone triste pues por más que intenta ponerse en contacto con Maxim, ve que se tiene que ir y no logra despedirse de él. Sin pensárselo dos veces se dirige a su habitación. Una vez allí le cuenta lo que ocurre y Maxim le propone que siga con Van Hopper o se case con él y se vayan a vivir a Manderley, su mansión.

Tras la luna de miel llegan a Manderley. Maxim le presentó al servicio y a la señora Danvers, el ama de llaves. Una mujer fría, antipática y llena de odio hacia la nueva esposa de Maxim, quien se dará cuenta rápidamente y será presa del recuerdo de Rebecca, su primera esposa. Rebecca era una mujer preciosa y brillante en todos los sentidos y a la que todos parecen adorar, pero que murió mientras viajaba en un velero durante una tormenta, un año atrás.

La nueva señora de Winter no soporta la aptitud arisca de la señora Danvers, quien adoraba a Rebecca, y mantiene cada una de las habitaciones de la mansión como si aún viviera. Incluso ha reservado el ala este de la casa para guardar su memoria. Intenta por todos los medios hacerle la vida imposible a la protagonista, que incluso la induce a que se vista como Rebecca en un baile de disfraces, logrando un enfrentamiento del matrimonio.

Rebecca murió en un naufragio y Maxim reconoció, supuestamente, el cadáver de su esposa, que fue enterrado en la capilla de la familia. Sin embargo, un día aparece el navío y se descubre el cuerpo de Rebecca. Maxim tiene que afrontar un proceso judicial en el que es el principal sospechoso de la muerte.

Al final (no sigan leyendo este párrafo si no han leído la novela), se descubre que realmente sí la mató, pero de forma accidental. Maxim le cuenta la verdad a su actual esposa: estando en altamar, Rebecca le cuenta que está embarazada de otro hombre y en el fragor de la disputa, ésta muere. El marido engañado hunde el barco y reconoce el cadáver de otra mujer. Al final de la investigación se revela que la esposa tenía cáncer y que al no soportarlo se suicida. La señora Danvers incendia la mansión Manderley y muere en el incendio.

En cuanto a la película Rebecca(en español Rebeca, una mujer inolvidable) está dirigida por Alfred Hitchcock en el año 1940. Fue el primer filme que Alfred rodaba en Estados Unidos y que obtendría dos Óscar, a la mejor película y mejor fotografía en blanco y negro, de las nueve nominaciones.

Producida por David O. Selznick, cuenta como guionistas con Philip MacDonald, Joan Harrison, Robert E. Sherwood y Michael Hogan. La adaptación es muy fiel a la novela e incluso mejora en algunas escenas de la historia. La hermosa Joan Fontaine encarna a la segunda esposa de Maxim, interpretado por Laurence Olivier. Judith Anderson es la señora Danvers y Florence Bates la señora Van Hopper).

La película comienza con  la voz en off de Joan Fontaine repitiendo la frase que abre la novela de Daphne du Maurier: “Anoche soñé que había vuelto a Manderley…”, mientras  una cámara zingzaguea por un sendero cubierto de niebla y se van mostrando las ruinas de Manderley, una gran mansión enigmática y abandonada. Fontaine nos relata una historia que depende de otra historia, en este caso la de Rebecca, mujer que nunca sale en escena.


En cuanto al casting masculino, Ronald Colman fue uno de los candidatos para interpretar a Maxim de Winter pero el actor inglés no aceptó, disconforme con los aspectos del personaje. Hitchcock y Selznick descartaron a Melvyn Douglas, Walter Pidgeon, Leslie Howard y William Powell. Finalmente optaron por Laurence Kerr Olivier (1907-1989), quien a lo largo de su dilatada trayectoria profesional realizaría 120 obras de teatro, 60 películas y 15 series de televisión. El inglés cosechó cuatro Óscar. Desdemuy pequeño fue un gran amante de la literatura y de las artes escénicas, sobre todo de la obra de William Shakespeare. Los entendidos aseguran que en escena era la encarnación misma de los mejores personajes de Shakespeare. Con la obraHamlet”, en la que se dirigió a sí mismo, cosechó un Óscar por su interpretación.

En cuanto al casting femenino, más de treinta actrices fueron rechazadas. Una de las candidatas para hacer de la segunda esposa fue Vivien Leigh, que por entonces estaba casada con Laurence Olivier. La prueba fue rechazada por la productora y el director, quienes la consideraron inadecuada para hacer de una esposa un tanto “mosquita muerta”. El productor había elegido a la inglesa Nova Pilbeam (rechazada por el director) y a Olivia de Havilland (“Lo que el viento se llevó”) pero ésta se negó a someterse a la prueba al conocer que su hermana Joan Fontaine también había sido seleccionada. Ambas eran enemigas y rivales. Tampoco gustaron Margaret Sullivan y Anne Baxter. Al final Hitchcock optó por Joan Fontaine (Joan de Beauvoir de Havilland), con auténtico acento inglés, aunque nacida en Tokio. Fue nominada al Óscar a la mejor actriz. Después, en 1941, y con el mismo director, lograría el Óscar con la película “Sospecha”. Joan fallecería en 2013, a los 96 años.

Para interpretar a la Sra. Danvers, Hitchcock se decidió por Judith Anderson. Este personaje secundario es quizás el más importante de la película, pues nos permite conocer la figura de Rebecca. El ama de llaves tenía un papel tenebroso: siempre vestida de negro de arriba a abajo, siempre con los brazos flexionados y sin apenas vérsele los pies. Parece que caminaba sin tocar el suelo. Nunca se la ve entrar en escena: cuando la cámara la capta ella ya ha aparecido. Su mirada, que escondía muchos misterios, daba miedo y escalofríos.

Dos personajes que también tienen importancia en la película son Jack Favell y la señora Van Hopper. George Sanders (Jack Favell) no tuvo que hacer un gran esfuerzo para interpretar a un primo de Rebecca lleno de cinismo y un tanto villano. Florence Bates (Sra. Van Hopper) era una abogada que no tenía experiencia como actriz. Acabó dejando los tribunales y se dedicó al cine.

Y no faltan algunas curiosidades en torno al filme: debido al éxito que tuvo la película, en España se empezó a llamar “rebeca” al tipo de chaqueta  “Cardigan”  (esas finas y con botones pequeños) que lucía Joan Fontaine a lo largo de toda la película.

En el guión original, el nombre de la protagonista era Daphne en honor a la escritora, Daphne Du Maurier, sin embargo, el productor David O. Selznick puso objeciones y el nombre de la protagonista desapareció. A lo largo de la película tan sólo se la llama “señorita de compañía de Van Hopper” o “la nueva señora de Winter”.

Laurence Olivier trató bastante mal a Joan Fontaine durante el periodo que duró el rodaje, pues él habría querido que su pareja Vivian hubiera sido la protagonista. Esto afectó a la actriz y el astuto Hitchcock aprovechó para hacerle creer que todo el mundo del equipo de rodaje la odiaba, haciéndola más tímida y reservada, justo lo que quería el director para que interpretara de forma brillante a la segunda señora de Winter.

Como digo, la adaptación de la novela es muy buena y siempre es un momento oportuno para volver a ver esta película del gran Hitchcock, que no deja de darle su toque personal a la historia, llenándola de misterio e intriga. Una buena opción para un domingo. ¡Disfrútenla!



Águeda Conesa


RECOMENDACIÓN 70: VIRIDIANA

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El escupitajo humano

Viridiana (1961) de Luis Buñuel




La de Galdós es la única influencia que yo reconocería, 
así, en general, sobre mí 
Luis Buñuel



Una cruz, una corona de espinas y unos clavos. Ese es el pasado de la hermosa Viridiana (Silvia Pinal) arrojado al fuego, fuego que la aboca a los brazos de su ladino y “canelo” primo Jorge (Francisco Rabal)… Bajo la atenta y voluble confianza de la siempre cómplice Ramona (Margarita Lozano). “La vida es así, a unos los junta y a otros los separa” y los finales felices no existen.


¡Ay de la cándida joven! En efecto, reunirse con su tío, don Jaime (Fernando Rey) antes de ingresar en el convento era ciertamente una definitiva manera de morir para el mundo terrenal, de abandonar cualquier tentación o atisbo de pecado… O ¿tal vez fue mejor cometerlos todos antes? Bien los conocía don Jaime, que aunque aparece brevemente, se muestra muy cercano al Duque (Georges Marchal) de Belle de jour (1967), aunque con un refinamiento en su amor por la fallecida aún más grotesco y enfermizo. Voluptuosidad decadentista que le llevará a corromper a su sonámbula sobrina ¿por amor o por pura atracción? Puede que una mezcla de ambos, incluso del cariño más paternal, o eso debió pensar zarandeándose, arañando por los aires. “Ya sabía yo que mi prima acabaría jugando al tute conmigo”. Tristana será más despiadada.

Pero ¿qué más dan Viridiana, don Jaime y Jorge, teniendo toda una cohorte de secundarios? Hordas de pobres (Lola Gaos, José Calvo, José Manuel Martín, María Isbert, Luis Heredia, etc.) en las que riendo, riendo, no creamos que solo se plasma una crítica a la caridad, al cristianismo, a la burguesía, no, los mendigos no son seres angélicos, estos encerrarán una implacable crítica a la esencia humana.

El ensayo de albergue está dinamitado desde el interior, “porque uno no tiene dinero…”. Y es así, porque ¿qué diferencia a los señores de la casa de los miserables? El discreto encanto de la burguesía.



La primera cena valleinclanesca es de obligatorio enmarque y fotografiado, así como el posterior contubernio nupcial, nunca se sacó tanto partido de las galas de una novia. ¡Aleluya! Solo falta la resurrección de la eterna doncella.


¿Dónde queda el cristiano perdón si “aquí todos somos gente de bien”? Puede que perdido entre el egoísmo humano, el instinto de conservación, la reviviscencia de un trauma, y el primer amor o la primera atracción.

Pero volviendo a descender a los secundarios, uno de los personajes más interesantes de Viridiana es Rita (Teresa Rabal), la hija de la criada, Ramona. La niña conocerá desde su mirada inocente todo lo que ocurre en la casa de los señores, y aún desde sus supuestas mentiras, parece que lo adivine. La niña será el personaje que tienda el puente entre los dos niveles de la película: el de la simple peripecia argumental, y el del riquísimo poso simbólico e inconsciente, que se atisba en maravillosas imágenes aparentemente residuales.

Los toros acosarán en sus sueños a Rita… poco a poco intuirá la sensualidad a la que se verá abocada su dulce señora… Y la cuerda para saltar que le regaló don Jaime, depravada será por los tremendos usos que le darán. ¿Llegarán a ser sus zapatos como los de Viridiana? Mejor que se quemen.




Anna Montes Espejo


RECOMENDACIÓN 71: CINE-POESÍA II (Javier Vayá Albert)

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CINE-POESÍA II*







A propósito de Llewyn Davis


Mírate, Llewyn Davis, no tienes nada
tan solo tu guitarra, tu don y maldición
te mueves en círculos continuos
cada maldita noche es un remedo cuántico
un puñetazo en el sucio callejón del arte
mírate Llewyn Davis, no eres nada
con tu burda odisea del perdedor
mendigo del escenario
otra huella fugaz en la nieve
hay cien tipos como tú esta noche
el público parece adorarlos
cantarán himnos cuando nadie te recuerde
Blowin in the wind,
 The times they are a-changin´
abriéndose paso entre la gelidez de tu fracaso
y sin embargo mírate Llewyn Davis
no renunciarías ni al hambre
por apresar de nuevo ese instante
en que la música suena
y tu lamento se transforman en arte.



Origen (Inception)

Un sueño
sobre
otro sueño
sobre
otro sueño...

Quién podrá asegurar
que alguna vez despertamos
quién adoptará
a nuestra vigilia huérfana
si al nacer la abandonamos.



El mago de Oz

Ya no estás en Kansas, Dorothy
las baldosas amarillas están
repletas de barro y grietas
y los hombres tras las cortinas
suspiran por mostrarte su magia
atesorada en algún punto de su bragueta
La Bruja Buena del Norte friega escaleras
en el barrio más triste de Ciudad Esmeralda
El hombre de Hojalata tiene por corazón
una sardina de marca blanca
El espantapájaros es líder de audiencia
 ya acaricia la mayoría absoluta
mientras el León Cobarde prefiere
no pronunciarse sobre temas tan complejos
así que no te esfuerces en golpear tus talones
se está mejor en casa que en ningún sitio



Regreso al futuro

2015
dos líneas de fuego
sobre el asfalto
Marty McFly
contempla el futuro
y tiembla



E.T. El extraterrestre

Hay una cerveza fría sujetada
por un corazón gastado 
un bar donde remojan la jornada completa
los peones del sueño americano
el alcohol arde el refugio del desencanto
hay una sola sonrisa infinita en este antro
un hombre cuya luz es doloroso desafío
parece atesorar algo
que el resto ha perdido
en algún lugar hace más de cuarenta años
hay una puerta que se abre
un cielo gélido que devuelve el guiño
una luna una vez cruzada en bicicleta
cada noche como esta
en que la realidad acecha
de manera triunfante
Elliot mira las estrellas



Irreversible

El tiempo lo destruye todo
el amor es un extintor contra un rostro
la venganza es un futuro ya ocurrido
nunca sabes cuándo volverá a girar la cámara
nueve minutos bastan para la debacle
si te equivocas de camino a casa
esta noche la luna es una guadaña
la sordidez es la moneda de cambio
el principio solo es un final anticipado
las consecuencias esperan a las causas
en sentido inverso a la luz que rozamos
en un vago momento de algo
que se parecía demasiado a la felicidad
sin pararnos a pensar que todo es irreversible


Nosferatu

Si mi corazón es sombra
si mi sombra es garra
si mi garra es tu horror
si el horror es mi reino
si tu reino es la luz
si la luz es mi enemiga
si mi enemiga eres tú
si tú eres preciada sangre
si la sangre es la vida
vida, cómo pretendes
que no pretenda apresar tu corazón
con mi garra de sombra y horror



Solo Dios perdona


Solo Dios perdona nuestros pecados

la mala noticia es que Dios no existe

  —o está demasiado ocupado—

de modo que tendrá que ocuparse el diablo

este Bangkok de pesadilla y desquiciado

es el único limbo que pudimos pagarnos

trae tu espada, yo te ofrendaré mis brazos

la conciencia es un sórdido pasillo anaranjado

no desearás saber que hay tras sus puertas

si nadie aplaude en los Karaokes será por algo



El amor de los monstruos


Y ahora tan solo aguardo
en este intersticio
entre vigilia y sueño
que lleguen los aldeanos
blandiendo antorchas,
blasfemias, ruedas de molino...
Yo, fiel a mi condición de criatura
que tan solo anhelaba
contemplar tu belleza flotando
como aquella delicada flor
sobre el agua cristalina del río.



Toro Salvaje


En el asiento trasero de un Chrevolet
nadie besa mejor a su chica que tú a la lona
       —esa es la diferencia—
aquí te caes y te levantas antes de llegar a diez
todas las veces que haga falta
nada te espera más allá del cuadrilátero
no puedes estar más a salvo que entre las cuerdas
el ring es tu verdadero hogar, habitat apócrifo
improbable Shangri-La directo a las costillas
        — esa es la diferencia—
fuera todo es debacle, deriva y caos cotidiano
fuera son los filetes muy hechos, la cárcel
fuera eres un mal hombre, un animal acorralado
fuera es la violencia del aire, los crochets de la vida
       —esa es la diferencia—
aquí eres una bestia pagana ungida en sangre
aquí eres el Minotauro dueño del laberinto
aquí eres lo que Dios no se atrevió a ser jamás
aquí tu rival es la ofrenda de tus acólitos
el desayuno humano de los campeones
y tú siempre estás definitivamente hambriento
Oh sí, demuéstrales lo que es bailar de verdad
no eso que hace  el maldito Fred Astaire
Oh sí, enséñales la poesía de tu gancho de izquierda
Oh sí, que conozcan la belleza pura y rotunda
el arco que dibuja un premolar en su vuelo
Oh sí, el sabor glorioso de la derrota en tus encías
Oh sí, hoy parece que estás realmente jodido
aunque llevas razón, Sugar Ray no te ha derribado



El resplandor (The shinning)


¿De qué tienes miedo, Wendy?
tan solo son un hacha y una puerta rota
te horrorizan la muerte y la locura
antes amaba tu previsible humanidad
ellos me han iluminado por completo
te contaré lo que es la muerte y la locura
(antes de desparramar tus sesos)
la muerte
es el público sonriente en la televisión
es el chándal que utilizas el fin de semana
es la vieja colándose en el supermercado
es el marido parando el motor del coche
regateando un precio razonable al asco
es el mudo tumor de las tareas del hogar
las noticias simpáticas en el telediario
el fin de mes y el principio del día
las reuniones de la comunidad de vecinos
las vacaciones familiares en Benidorm
el carajillo en una mano y la entrepierna en la otra
la locura
son ocho horas, cinco días por semana
el rostro que no sangra del director del banco
son el fallo del jurado en un premio literario
el insulto implícito en el recibo de la luz
el pobre acudiendo a misa de doce
el obrero agachando la cabeza ante el patrón
los aplausos tras el mitin del candidato
la muerte y la locura y el horror, querida
están muy lejos de las gemelas del pasillo
la muerte y la locura y el horror, Wendy
son todos los hoteles sin fantasmas ahí fuera
la muerte y la locura es tener que explicártelo
tampoco me hagas demasiado caso amor
 — ya sabes lo que digo siempre—
All work and no play makes Jack a dull boy


Casablanca


Las cenizas que nos quedaron de París
ceden sitio perezosas a mi última colilla
a veces me quedo en plano fijo
como un fantasma en blanco y negro
como en un relato de José G. Cordonié
desplazado tras el The End y los aplausos
sin tener  maldita idea de qué hacer ahora
aparte de recordar que llevabas un vestido azul
y los alemanes vestían el color de la muerte
si hay una próxima vez no me dejes ser un héroe
no permitas que un chemtrail trace el contorno
exacto de la cicatriz que me dejaron tus labios
la eternidad y la gloria están sobrevaloradas
tan solo son un plano repetido millones de veces
un fotograma apolillado y prehistórico
te dije tantas frases bonitas, exigencias del guión
me has convertido en un espectro clásico caduco
el mundo sigue empecinado en derrumbarse
pero nosotros ya no nos enamoramos
  —al menos tú no—
seguramente me odiarías
si pensaras suficientemente en mí
jamás se me ocurrió que la posteridad doliese tanto
sin embargo a veces me contemplo en los afiches
el sombrero ladeado, la gabardina, el cigarro
y sé que hay ciertas cosas que debe hacer un hombre
sobre todo si lo interpreta Humphrey Bogart
que de alguna manera elegiste que eligiera
así que nena, si existe una próxima vez
hazme caso y vuelve a subirte al puto avión


Los 400 golpes


Diestros en la liturgia de la derrota
exhibicionistas de los 400 golpes
eruditos en la fisonomía del error
aceptamos la noche como ofrenda
como la piel arrancada y verdadera
 regresada de vuelta
habitantes del callejón y el patio trasero
del ascensor para el servicio de la alegría
(im)pacientes en  la sala de espera de la vida
haciéndonos hueco en el filo de la navaja
tan acostumbrados al desastre íntimo
a la perdición de perder lo perdido
que si el azar arrastra a nuestra orilla
algún minúsculo resquicio de victoria
su sabor nos resulta tan ajeno y amargo
como la belleza para Rimbaud
así que incorregibles pedimos otro trago
de lo mismo de siempre
en nuestro sucio rincón de la barra del mundo



El cielo sobre Berlín


De este suelo
sobre el que todavía reverberan
tus pasos descaminándose
tacones de aguja horadando
mi corazón
—de este suelo, decía—
somos todos indolentes prisioneros
propiedad privada del asfalto
con síndrome de Estocolmo a plazos
remedo invertido de la imagen de los charcos
sería fácil echar la culpa a bellas trapecistas
ahora que nadie nos mira a los ojos
desde arriba
ahora que nada nos reconforta
si al alzar la vista hallamos vacío incluso
el cielo sobre Berlín.



Javier Vayá Albert

*Pincha aquí para ir a CINE-POESÍA I.




RECOMENDACIÓN 72: SEGUNDO ORIGEN (por Noelia Illán)

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Yo tenía 17 años. Empezaba a salir con un barcelonés (algo mayor que yo) y me moría de ganas de aprender catalán, no tanto por mi patente amor a la lengua (que luego crecería considerablemente) sino porque no me enteraba absolutamente de nada cuando viajaba a la ciudad Condal. El Canal 9 – que pillábamos de mala manera en Cartagena- había hecho que al menos entendiera un par de expresiones en valenciano, pero claro: no bastaba para moverse por esa maravillosa ciudad que es Barna.



El caso es que comencé la universidad un año más tarde escogiendo catalán como optativa (tres años con la maravillosa Juana Castaño como profesora), pero el verano anterior a mi entrada en Filología Clásica comencé mis lecturas en aquella lengua que yo entonces veía tan necesaria para mi futuro inminente con aquel muchacho. Y fue el MECANOSCRIT DEL SEGON ORIGEN la novela que llegó a mis manos, con unas hojas amarillentas, con olor a armario cerrado, una tapa desgastada y alguna punta doblaba.

La novela, de Manuel de Pedrolo, fue publicada en 1974 -en catalán, claro-, y aunque no era originariamente una novela pensada para un público juvenil pronto se convirtió en una lectura casi obligatoria entre el público de instituto (de ahí el desgaste de mi ejemplar, que había pasado por manos de mi novio, de su hermana, del primo y del hermano del primo).

La historia es la siguiente: Alba (14 años) y Dídac (9) que viven en Benaura, una villa rural catalana. Al inicio de la novela, el niño es acosado por otros macarras del pueblo y cae al río; Alba se tira al agua para rescatarlo porque no sabe nadar. En ese momento, una especie de ataque alienígena acaba con la humanidad (o eso parece aparentemente), pero ellos logran salvarse al estar dentro del agua justo entonces. Tras unos días, marchan en busca de otros supervivientes y se instalan en una casa abandonada junto al mar. Va pasando el tiempo, y deciden confeccionar una biblioteca en Barcelona para preservar así el conocimiento -todo esto, sepan, aderezado con penurias, heridas e incluso la aparición de una criatura del espacio al que matan-. Al cabo del tiempo, se instalan en otra zona cerca del río para poder cultivar plantas, pero pronto comienzan su viaje en barco por la costa. Aquí es donde quizá (además de la parte sexual de la que luego hablaré) hay mayor diferencia con la película: llegan hasta Nápoles, tras haber matado a tres supervivientes con los que coinciden en una playa francesa porque quieren violar a Alba. Es allí, en Italia, donde con 12 y 17 años comienzan a tener relaciones sexuales. A su vuelta a Cataluña, se instalan de nuevo en la villa de la costa y pronto tendrán a Mar. Aunque la vida es dichosa, Dídac al poco tiempo muere. Será Alba quien lo entierre en la playa, y al final de novela confesará que es ella quien relata la historia y que su mayor deseo es que el pequeño Mar crezca para poder perpetuar la especie. El último capítulo de la novela se trata de un texto periodístico (escrito más de siete mil años más tarde), donde se especula sobre la autenticidad del “manuscrito” de Alba, la nueva Eva.

Me parece curioso la elección de los nombres: Alba, que significa “blanco, limpio, puro”, quizá relacionado precisamente así con el carácter de “madre de la humanidad”, y Dídac, que aunque sea un nombre muy frecuente en Cataluña, sin duda tiene que ver con el término griego “dídajos”, “el que aprende.

La trama fue llevada a la televisión con una serie de éxito producida y emitida por TV3 en 1985. Años más tarde, la productora catalana Antàrtida Produccions adquirió los derechos de adaptación cinematográfica y era Bigas Luna quien iba a dirigirla (llevaba años queriendo hacerlo, pero no pudo por falta de entendimiento con Pedrolo); su muerte en 2013 lo impidió de cualquier manera, y será finalmente Carles Porta el que la llevaría a la gran pantalla en 2015 en base a lo escrito por Luna.

En cuanto a la película, interpretada por Rachel Hurd-Wood e Ibrahim Mané, encontramos algunas diferencias notables. Alba tiene 20 años y Dídac 10, y la historia se centra, más que en ese despertar sexual de los protagonistas y los cambios que experimentan en su paso de niños a adultos, en el amor como manual de supervivencia. Se convertirán del mismo modo en los padres de la humanidad tras un desastre (que aquí no se especifica como alienígena, sino más bien como tormentas solares), pero siempre con un punto de vista más “dulce” que en la novela, más “comedido”. Carles da a la historia un punto más dramático (con menos atmósfera que la creada por Pedrolo) y con más acción. Además, actualiza la historia con pequeño detalles como la aparición del Camp Nou, el uso del teléfono móvil (en la novela, Alba escribe la historia; en la película, va grabando vídeos y recargando el móvil con una batería solar) o la preocupación tan actual del ser humano por la salud del planeta (más que por la llegada de marcianos). Otra de las grandes diferencias con el libro es la presencia de un tercer personaje fundamental en la trama, interpretado por Sergi López, además de la ausencia del viaje en barco y su llegada a Nápoles. Reconozco que con el libro la tensión (que no acción) era mayor, y los protagonistas transmitían de un modo mucho más creíble ese horror tras el desastre medioambiental que viven, recurriendo a veces la película a un bucolismo demasiado acaramelado.

El agua, la sangre y la leche eran los fluidos esenciales para la vida según Bigas Luna, fluidos que aparecían constantemente en sus películas, y ésta no va a ser menos: cuando Alba amamanta a Mar, un poco de leche se escapa y Dídac con su dedo recoge la leche y se lo chupa. El caso es que Bigas en cierto modo está, aunque sea un poco de soslayo; por ejemplo, el perro se llama “Pirata”, como su propio perro, o la cueva en la que investiga el padre de la protagonista, que refleja la Tierra como útero (un concepto en el que Bigas estaba muy de acuerdo). “Bigas falleció el viernes 5 de abril de 2013 cuando estábamos a punto de rodar”, recuerda Porta. “Él había presidido una primera lectura del guión el 17 de enero. Después, ingresó una semana para un ciclo de quimioterapia y no funcionó”. De Bigas quedan también algunos dibujos, unos bocetos con los que se ilustra el diario del padre de Alba.

Aunque es un libro poco conocido por el resto, se trata de una novela muy presente en las vidas de los jóvenes catalanes desde casi su infancia (si no fallan los datos que encuentro por la red, lleva vendidos más de 2,3 millones de ejemplares). Es esa temática apocalíptica la que además la convierte en una historia actual y que atrae a los jóvenes, que incluye al final una reflexión sobre el futuro de la humanidad que tiene mucho que ver con el complejo de Edipo. De hecho, en la asignatura de Ética se ha tratado la historia entre Alba y Dídac, y después entre Alba y su hijo Mar como ejemplo para ese complejo de Edipo (en este caso, un Edipo salvador de la humanidad).

¿Decepción con el filme? Quizá. No sólo porque la tensión que adopta el libro no se ve en la película (pero bueno, si han visto THE ROAD, ocurre lo mismo con la novela, que casi siempre “es mejor”, como se dice), sino porque viniendo de Bigas Luna me esperaba “algo” más. El cierre erótico del libro (y no cuento nada más para no joder la lectura) aquí no se ve, y creo que es importantísimo para entender la moraleja de la historia. Carles confiesa que es una lectura apta para esos lectores de 12 años. ¿Volverla más comercial?, me pregunto yo... Seguramente. Un lago azul mucho más light...  Tampoco ayuda mucho el doblaje ni el final de la película, donde encontramos las incongruencias mayores con la historia original y todo parece despegarse demasiado del libro, si bien reconozco que no debió de ser una adaptación fácil, no por la trama en sí, sino más bien por la atmósfera. Falta la osadía de Pedrolo, el salto de los límites de lo decoroso y el planteamiento de temas terriblemente profundos.

De todas maneras, si han leído el libro, no son ni dos horas sentado frente al televisor y podrán juzgar ustedes mismos. Y quién sabe si en algún momento llegan a reflexionar acerca del fin del mundo o la ¿necesaria? continuidad de la especie, o incluso ahondar más en uno mismo en un ataque de filosofía pura y dura, y pensar en qué haría usted si se viera en esa tesitura, junto al pequeño Mar, y con la presión de saber que debe hacer lo que “hay que hacer”.


En cualquier caso, el libro me lo quedé yo tras la ruptura, y ya no pasará (supongo) por más manos de adolescentes catalanes, salvo que lo reclamen. Aprovecho para decirle al anterior dueño que se lo mando por correo postal cuando me lo indique. Mis señas son las mismas.


Noelia Illán Conesa





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