Para la libertad:
la literatura de Emma Cohen
La trayectoria literaria de Emma Cohen se dio a conocer al gran público cuando vio la luz su primera novela, Toda la casa era una ventana, en 1983. Hasta entonces, Cohen había forjado una carrera actoral que despegó a finales de los años sesenta; había logrado en la década de los setenta su culminación y se prolongará decididamente durante los ochenta hasta que, de manera voluntaria, ralentice la actividad mientras se produce su consolidación como escritora.
Son múltiples las facetas artísticas desempeñadas por Emma Cohen desde los comienzos de su andadura profesional. Sin duda, la interpretación en cine, teatro, radio y televisión es la más popular, pero desde sus inicios, la enorme curiosidad artística de nuestra escritora la llevó a experimentar sus inquietudes a través de diversos medios: la dirección, la ilustración y el collage; la traducción, la lectura y selección de guiones; la docencia escénica, las colaboraciones periodísticas… Este bagaje multiexpresivo le ha servido como punto de partida para algunas de sus obras literarias, donde la narrativa y el teatro han colmado la mayor parte de sus publicaciones.
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Nacida en Barcelona en 1946, Cohen se formó en el TEU, abandonó la carrera de Derecho en el cuarto año, pasó por la escuela de Adrià Gual, llegó al Festival de Teatro de Nancy de la mano de Richard Salvat, decidió marcharse a París, donde la recibió el mayo del 68 y mantuvo contacto con el laboratorio de Peter Brook; en Barcelona estrenó La noche de los asesinos y debutó en Madrid con Un enemigo del pueblo. Su actividad teatral se extiende, entre otros, a los destacados montajes de Marat Sade, Noche de Reyes, A puerta cerrada, Los Lunáticos y Ojos de bosque, siendo dirigida, entre otros, por Ventura Pons, Adolfo Marsillach, Jorge Eines y Fernando Fernán Gómez. Como directora de cortometrajes, sobresalen La plaza (1976), Solo quería dormir en paz (1978, adaptación de un cuento de Ignacio Aldecoa) y La Chari se casa (1978, seleccionado para el Festival de Berlín y Premio Sant Jordi al mejor cortometraje). En 1980 dirige el segmento Tiempos rotos de la película colectiva Cuentos eróticos y para TVE dirige el mediometraje María de las noches (1989).
Escribe guiones para cine y televisión, donde ocupa un lugar de excelencia la serie El pícaro de TVE. Como actriz de cine, debutó con La petición (Montse Faixat Ensesa, 1966) y ha trabajado a las órdenes de, entre otros, Glauber Rocha, Antonio Maenza, Jesús Franco, Gonzalo Suárez, Crhistian Jacque, Fernando Fernán Gómez, José Luis Garci, Antonio Artero, Enzo Castellari, Fernando Colomo, Richard Balducci, Imanol Uribe, Jordi Grau y Eloy de la Iglesia. En televisión la dirigen, por citar sólo a algunos, Jaime de Armiñán, Luis Escobar y Pilar Miró. Recibió el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo (1970), la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos de España (1972) y el TP de Oro (en 1973 y 1988), además de una nominación al Fotogramas de Plata, siempre como mejor actriz protagonista.
Aunque parte de su filmografía pertenece a lo que ella misma ha denominado como “cine alimenticio”, películas amables de menor calado, su mayor contribución actoral corresponde precisamente al cine más arriesgado, poético y outsider del panorama español. No sólo nos referimos a sus inicios en la Escuela de Barcelona, época en la que la revista Fotogramasla definió como “musa del underground”, sino también, y sobre todo, a proyectos verdaderamente sui generis como Hortensia/Béancede Antonio Maenza, Cabezas cortadas, de Glauber Rocha, Al otro lado del espejo, de Jesús Franco, El extraño caso del doctor Fausto, de Gonzalo Suárez, o verdaderas joyas de la rareza cinematográfica española como el proyecto audiovisual de Pere Portabella, Cuadecuc, vampir, surgido del making off de El conde Drácula, de Jess Franco; así como la zarzuela disparatada dirigida por Fernán Gómez, Bruja, más que bruja.
Justamente con este cine de veta onírica, decididamente poética, desprovista del corsé académico, es con el que casa buena parte de la literatura de Emma Cohen, una obra literaria que indaga en el sueño, la infancia y la huida hacia la libertad. En lo que a su literatura infantil se refiere, no es descabellado acudir al célebre personaje de la Gallina Caponata, que Emma Cohen interpretó, ataviada con su enorme atuendo, durante 1979 y 1980 en el programa Barrio Sésamo de TVE. La disparada espontaneidad creativa y su ímpetu lúdico y libertario fueron, en gran medida, fruto de su trabajo dentro del disfraz, en consonancia con los guiones de Lola Salvador.
La primera gran etapa literaria de Cohen está protagonizada por mujeres muy jóvenes, y también por niñas. Seremos testigos de una transición de crecimiento que las obliga a tomar sus propias decisiones. Estas mujeres tienen como objetivo primordial deshacerse de las obligaciones y condiciones impuestas por la sociedad y, sobre todo, desde la familia, el núcleo con que chocan sus deseos y su ideal del mundo.
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Por tal motivo, nos encontramos en Toda la casa era una ventana (Destino, 1983) con una historia de iniciación: la de Carmen, quien, una vez fallecido su padre, llega a Madrid para dedicarse a las labores de servicio. Allí encontrará a Carlota, la niña que vive en su nuevo hogar. Entre las dos construyen un mundo a su medida y avanzan por las dependencias de la casa descubriendo los nuevos entresijos de un misterio que late sólo para ellas. Con esta nouvelle, perfectamente construida, Cohen cimienta algunos pilares básicos de su narrativa. Por un lado, la iniciación vital, tempranamente joven, en la que sitúa a sus protagonistas, un espacio de incertidumbre y de ilusión, que requiere de una valiente fuerza de voluntad y una claridad de ideas que no hagan tambalear su proyecto de vida. Por otro lado, la casa como escenario totalizador, en el que o bien se despliegan los resortes de una agónica existencia (por lo que es preciso elaborar un plan de huida, de liberación) o que, por el contrario, se alza como el espacio de la fantasía y el descubrimiento. En ocasiones, las dos circunstancias se vuelven cara y cruz de la misma moneda, y el personaje protagonista se debate entre la permanencia y el abandono.
En Toda la casa era una ventana, Carmen, la joven que llega a Madrid, y Carlota, la niña que se encuentra en la casa donde trabaja, forman una pareja que comparte la ingenuidad, pero también una certeza: solamente ellas pueden cambiar el rumbo de sus vidas, solo ellas conocerán la verdad, junto al lector, de lo que ocurre, y solo ellas decidirán el destino hacia el que dirigirán sus pasos.
Cohen sustenta su narración sobre importantes diálogos, lo que muestra la necesidad de comunicación de sus personajes, y se decide por un lenguaje sencillo, desprovisto de florituras descriptivas, que convierte el relato en una entrega directa a la emoción, pero sin ahondar en ella, sólo presentándola para que el lector ponga en las palabras su propia capacidad de empatía, la que despiertan unos personajes dispuestos a descubrir el mundo.
En esta línea, encuentran correspondencia su primera novela con la segunda entrega de su producción literaria, el relato Alba, reina de las avispas (Anaya, 1986) en el que Cohen, dispuesta ahora a ofrecer una historia al público lector más joven, nos presenta a Alba, una niña de doce años que viaja a Galicia para veranear, y sufre un accidente en compañía de sus padres. Al despertar descubre un mundo nuevo, el que preside su tía Elvira en un pazo de frondoso y mágico jardín. La historia tomará visos de leyenda europea, al estilo de las narraciones orales llegadas hasta nuestros días. Cohen conecta con la complicidad del lector joven porque no lo trata como un destinatario ajeno, sino como un interlocutor, y narra la historia con cercana voluntariedad. Esto es lo que permite que un relato con un principio tan duro y descorazonador continúe su camino por los albores de la fantasía, sin que por ello se desprenda, al final de la fábula, de este componente de realidad, casi de advertencia: se puede ser feliz tras una adversidad. Eso es vivir y, como todo en la vida, cabe en un cuento.
En 1988, Emma Cohen terminará la primera década de su visible producción literaria con una de sus mejores novelas, Negras tierras negras (Editorial Planeta). Por entonces, ya había forjado sus colaboraciones en diversos medios: Mundo Joven, Fotogramas, Rampa, Sal y Pimienta y El Urogallo; había escrito guiones radiofónicos (La gran tarde de la música, en RNE) y afrontado la escritura de guiones para televisión (las series El pícaro, El Quijote, ¡Nos vamos a Hollywood!). En este punto resulta curiosa la anécdota de cuando entrevistó a Julio Cortázar para la revista Fotogramas. El también actor Miguel Rellán la acompañó haciéndose pasar por fotógrafo de la revista con tal de conocer al escritor argentino. Cohen la recuerda como la entrevista más emocionante de cuantas realizó en esta etapa.
Según dibuja su mapa literario, Cohen nos lleva a Madrid con su primera novela, luego a Galicia en su relato juvenil y, ahora, con su tercera historia, nos sitúa en el delta del Ebro, de nuevo en una casa de importante presencia, a donde llega la protagonista, Julia, una adolescente que, tras sufrir una conmoción cerebral, su familia decide trasladarla a la casa de sus abuelos. Lo que en apariencia es un ambiente común, de sosegado retiro, poco a poco se convertirá en un espacio ambiguo, donde realidad y sueño confluirán sus caminos hasta desembocar en escenas abstractas, envueltas en un halo de misterio e incertidumbre que convierte la novela, por momentos, en una narración onírica, surrealizante, absurda, descabellada… Cohen despliega su potente capacidad inventiva en esta narración insuperable, que comparte puntos de desvarío con la Alicia de Carroll, pero que hunde los pies en una corriente narrativa que ella –así como otro cineasta/escritor, Gonzalo Suárez– ha cultivado con maestría, aquello que nos atrevemos a denominar novela imprecisa, una narración que no se decide por explicar, sino por exponer, las situaciones más inverosímiles, aunque vividas por los personajes con epidérmica realidad, hasta conformar una pintura tan poética como surreal. Particularmente, Negras tierras negras la he asemejado siempre con Joan Miró.
Cohen acomete estas tres primeras narraciones en sentido circular, bien porque recupera al final de la historia una frase del inicio, que ahora completa o repite, bien porque nos regresa a la primera escena para partir hacia otra realidad. Las tres acaban con una huida hacia la libertad y la asumida decisión de labrar un destino propio, desprovisto de ataduras familiares y convenciones sociales. Un discurso de independencia personal y ciudadana, pero también de libertaria imaginación, se impone en estas historias como telón de fondo, como abono y cultivo.
La década de los noventa es iniciada por Emma Cohen con dos publicaciones. Hechizos, filtros y conjuros eróticos es dos libros en uno. Por un lado, una novela, la que Cohen desarrolla en la primera parte del libro, el Diario de María Blanca Dentrago o Tratado de magia amorosa para desesperadas y desesperados. En estas páginas, María Blanca Dentrago, llegada a Madrid desde su Buenos Aires natal, escribe entre 1969 y 1988 su experiencia vital y profesional como hechicera. Las peticiones de sus clientes le sirven para reflexionar sobre el amor, el deseo, la pasión y la obsesión. Luego, el generoso apéndice, que ocupa el capítulo tres y que Cohen denomina Papeles varios encontrados en la casa de María Blanca Dentrago es el resultado de la contundente labor de documentación que Cohen llevó a cabo para la elaboración del libro. Cierto que, entremezclado con las vivencias del diario, Cohen ofrece buena parte de los Hechizos, filtros y conjuros eróticos (Temas de Hoy) –así titulará definitivamente esta obra–, fruto de su investigación. Destacan los grabados de Max Ernst que ilustran el libro y su estratégica y cuidada distribución a lo largo del texto.
En el entramado narrativo de esta especial entrega literaria, Cohen da otra vuelta de tuerca más y en el Prólogo del libro declara haber tratado a María Blanca Dentrago, a quien conoció cuando se disponía a elaborar un libro sobre estas artes, encargado por la editorial Temas de Hoy. Este juego de realidades y ficciones alcanzará su máxima expresión veinte años después, cuando Cohen ofrezca a la protagonista de Ese vago resplandor (2011) gran parte de su propia experiencia vital.
Meses después de aparecer Hechizos, filtros y conjuros eróticos, Cohen publica el relato juvenil Miranda Hippocampus o la Isla del Aire (Anaya, 1990). Esta vez, abandona la tierra adentro de sus anteriores historias y se sitúa en las orillas de Menorca. Miranda, la protagonista, huérfana e interna en un colegio de monjas, descubre que el mar es su libertad y, gracias a las historias que le cuentan sus amigos marineros, consigue romper su soledad rodeada de Dios. De nuevo, la imaginación se vuelve supervivencia, pero esta vez Miranda tendrá la oportunidad de manifestar el amor y de elegir qué mundo desea habitar y cómo. Cuando se enamora del joven Iván, lo hace también de su historia y de una nueva realidad. El amor la puede convertir en otro ser, literalmente. Y Miranda decide, como sus compañeras creadas por la imaginación de Cohen, emprender esa aventura.
En 1993 verán la luz dos grandes proyectos novelísticos de Emma Cohen: Muerte dulce y Rojo Milady. La primera, Muerte dulce (Editorial Debate), es probablemente su mejor obra literaria. Cohen alcanza una admirable madurez narrativa con una historia compleja, emocionante y, en gran medida, muy diferente del ciclo narrativo anterior. No obstante, como veremos, mantiene intactos los cimientos fundamentales de su taller literario.
Cohen será muy crítica con la sociedad española de finales de los ochenta y comienzos de los noventa; también con su propia generación, la que había enarbolado un discurso crítico y urgente, y que ahora, protagonista del progreso, avanza con pasos agigantados hacia un acomodado establishment burgués que entibia aquel ímpetu de cambio y desarrollo. Con todo, no abandona parte de sus pilares narrativos básicos. La acción comienza en la casa de la protagonista, espacio importante de la historia, y asistiremos a la especial relación de Cecilia con su hijo Max, un niño muy despierto e ingenioso que contrapone, con su mundo interior, el entramado social, político y cultural de la novela, al que asistimos a través de su madre y de la ciudad de Madrid.
La relación de madre e hijo alza la acción de la novela. Por un lado, Cecilia no encaja en la vida que tiene; por el lado de Max, él tampoco encaja, entre otras cosas porque busca un padre, el referente masculino. Por ello elabora una lista de pretendientes para su madre, a quien insta para que los conozca. Cecilia accede, pero todo se complicará porque la voluntad de los otros no se puede controlar y porque un error político la situará en el centro de la diana. Además, Cecilia repite, como hiciera Bartleby, su propio leitmotiv: “Quiero irme de aquí”. Entonces llegarán la ciudad de Roma, los monstruos del jardín de Bomarzo y la escritura de una novela, La mujer burbuja.
Muerte dulce alberga un final emocionante, crudo, muy duro de asumir, pero verdadero. A Cohen no le tiembla el pulso ante una historia que ha ido hilvanado en una huida hacia adelante, de nuevo la huida por la libertad. A medida que la novela avanza, parece improbable el curso de su propia historia, porque se nos hace imposible asumir tanta presión. Pero Cecilia no se rinde, continúa la senda, y cuando está preparada, en el momento preciso, toma una decisión: regresa, visita a Max –es la escena más hermosa y desoladora de la novela– y acomete su última y definitiva despedida. Francisco Umbral escribió que a Emma hay que leerla con todo su esnobismo proustiano y deliberado, porque lo que aclara y agranda sus antártidos ojos es la burla, la decepción, la infancia y el cansancio. Totalmente de acuerdo.
Rojo Milady (Temas de Hoy) apareció a finales de 1993 y dio a conocer a Carmela Kilcoyne, un personaje fetiche de nuestra escritora, que retomará en su siguiente novela, Loca Magnolia (1996). En Rojo Milady nos situamos en la Barcelona de 1925. Carmela es una joven vendedora ambulante, un ser de la calle, que ama la cultura y escudriña los periódicos que caen en sus manos. Se trata de un personaje puro, muy entroncado en el imaginario de Cohen, que sitúa a sus mujeres en el pistoletazo de salida hacia su aventura vital. La acompaña Tata María, la mujer que guarda el secreto familiar de Carmela, un secreto que la propia joven desconoce. Dos hombres, que representan dos mundos opuestos, entran en su vida: Andrés, un joven anarquista con quien recorre Barcelona, y Javier de Bellaboca, un joven de la alta sociedad con quien comparte unos desconocidos lazos personales.
Esta es una novela sobre el destino. Carmela cree dominar su vida, pero no sospecha que pronto llegará a Madrid y que la nueva ciudad la convertirá en otra, o más bien, como escribió Ángel González, será siempre la misma y siempre diferente. En su sangre bulle la farándula. Subirá a las tablas del Español, uno de los teatros culmen de Madrid, y Nueva York y Hollywood esperarán, pacientes, su llegada. A partir de este momento, Carmela se deja llevar por la vida, quizás porque es hora de darle una oportunidad a lo desconocido. La acompañaremos durante dos años, hasta que regrese a París con una historia que no ha terminado, pero que nos ha permitido descubrir un juego de identidades inserto en los muros del cine, una suerte de Fedora, de Billy Wilder, pero en la era dorada de Rodolfo Valentino. Cuando en 1996 Emma Cohen publica Loca Magnolia (Espasa Calpe), retoma la historia de Carmela Kilcoyne en el París de 1927, exactamente en la Nochevieja de este año, donde había situado el punto y final de la novela anterior. Por estos años, Cohen era asidua colaboradora de El Mundo y La Revista.
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Si el ritmo de Rojo Milady nos había parecido casi frenético, pues, sólo en dos años su protagonista experimenta un cambio radical, ahora en Loca Magnolia–que completa su título añadiendo en páginas interiores la fecha de 1928 entre paréntesis–, Cohen acelerará las peripecias de Carmela Kilcoyne, ya que en un año recorrerá París, Madrid, Estambul, Viena… El título del primer capítulo de la novela define perfectamente a Carmela, ella es La viajera. Del barco que la trajo a Francia pasa al Orient-Express. Destino: Estambul. Compañía: su fiel gato Madrid. Y también un hombre, Lastur, motor del nuevo misterio. Loca Magnolia, aunque forma un todo nuclear con Rojo Milady, es una novela más extrovertida, quizás porque la implicación de Carmela en su nueva aventura ya no es una búsqueda que parte de su propia identidad, su historia personal y familiar, hasta aquel momento desconocida. Por tal motivo, Cohen también modifica su escritura y tiene más peso la mirada inquieta de su protagonista, su perfil viajero y descubridor, más atenta a la tierra que pisa, al paisaje y la cultura que la envuelven. Incluso cuando regresa a Madrid, vemos la capital española con ojos renovados, sin el pulso interior de Carmela, que buscaba la protección de techos y habitaciones. Ahora, descubierta su identidad, provista de toda su personalidad, Cohen despliega su poderosa pluma de cronista, de escritora de viajes. Lo cierto es que, aun sin desvelar nada de la trama, Carmela Kilcoyne se reafirma como una mujer libre y solitaria que, aunque guste de la gente, ama y reivindica su soledad. Quizás sea este su gran mensaje.
En 1997, el Festival Internacional de Cine de Madrid, en su primera edición, encarga a Emma Cohen la elaboración de una filmografía de la actriz mexicana María Félix, que verá la luz con el título de Tras María Félix. Cohen expone una introducción biográfica de la Doña y pasa a comentar sus cuarenta y siete interpretaciones en el cine. Se abre, entonces, un período de silencio editorial que se extiende, salvo algunas excepciones, hasta el año 2010.
En estos trece años, Emma Cohen continúa sus colaboraciones en prensa, participa en algunos films con personajes secundarios (El abuelo, Oculto…) –incluso reaparece en televisión con un personaje capitular en la serie Cuéntame cómo pasóen 2008–, lee y realiza informes de guiones para la productora de Canal + España; imparte conferencias y talleres de interpretación, publica cuentos en ediciones colectivas y continúa inmersa en su actividad literaria.
La obra dispersa de Cohen está compuesta, sobre todo, por cuentos; pero también por artículos y textos misceláneos. Ya en 1992 había colaborado con el cuento El hombre de la gabardina en el volumen colectivo Verte desnudo (NH Hoteles), junto a Guillermo Cabrera Infante, Juan García Hortelano y Adolfo Bioy Casares. Si hasta ahora su obra publicada había aparecido al abrigo de los grandes sellos editoriales (Destino, Anaya, Planeta, Debate, Espasa Calpe, Temas de Hoy), el resto de las más importantes editoriales la invitarán a participar en obras colectivas. Así pues, Cohen publicará, a lo largo de estos años, los siguientes textos: Ella, mi reina en Mi infancia son recuerdos… (Santillana, s/f, edición no venal); Hasta mañana en Cuentos de cine (Alfaguara, 1996); Aquel verano del… en Aquel verano (Espasa/El Mundo, 1996) y Diario salino en El sueño de un verano(Espasa/El Mundo, 1998). Su actividad literaria hasta este momento se completa con la traducción al español de El mal anda suelto, de Jacques Audiberti, en cuyo montaje será también ayudante de dirección de Fernando Fernán Gómez en 1970. Adaptará para la escena textos como el Hamlet de Buñuel y Pepín Bello, los Diálogos de Lorca y el cuento El Aleph de Jorge Luis Borges, en los talleres que imparte en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y, en 2011, hará lo propio con Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez, que adaptará y dirigirá para su representación radiofónica en la Cadena Ser.
La Asociación de Libreros de Lance de Madrid invita a Emma Cohen en 2008 a pronunciar el Pregón de la XXXII Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que será publicada en una edición no venal de quinientos ejemplares. Cohen toma el relevo de su compañero de vida durante treinta y seis años, Fernando Fernán Gómez, que fallece el 21 de noviembre de 2007 y, por lo tanto, no pudo desempeñar su función como pregonero. Emma Cohen ofrece unas vibrantes y emocionadas páginas que acompaña de una viñeta creada para la ocasión. Como dijimos más arriba, entre las múltiples facetas artísticas de nuestra escritora se encuentra la de ilustradora y creadora de collages. Curiosamente, esta actividad creativa ha ido acompañada, en gran medida, por el soporte literario, ya que Cohen ilustró no sólo esta edición del pregón, sino también el libro de Juan Benet, Trece fábulas y media (Alfaguara, 1981) y durante los años ochenta creó alrededor de cuarenta portadas de la colección Biblioteca del terror de Ediciones Forum, entre las que se encuentran una buena parte de sus collages más alucinantes. Posteriormente, sus libros Libeliula, Terraza de café por la noche y Ese vago resplandor incluirán collages, portadas y/o intervenciones artísticas de Cohen en su interior. Para la editorial Atrapasueños elaborará un collage que será portada de un libro homenaje a Rafael Alberti.
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Como vemos, el silencio editorial de Cohen entre 1997 y 2010 no supone un cese de su actividad creadora, sino la no aparición de una obra literaria individual hasta la publicación de Libeliula(Atrapasueños, 2010). La literatura de Emma Cohen a la que había accedido el gran público se centraba en la prosa, fundamentalmente en la novela, pero también en artículos y cuentos. Sin embargo, la escritura teatral de Cohen es latente desde los comienzos de su andadura como actriz. Había traducido El mal anda suelto y adaptado a la escena textos de terceros. Su nueva entrega literaria será precisamente la obra de teatro Libeliula, que la autora define como una peripecia acuático-espacial en un acto, un prólogo y un epílogo. Se trata de una obra de teatro infantil que fue estrenada durante la Expo Zaragoza 2008 por la compañía Luna de Arena. Libeliula, protagonista de la obra, emprende un viaje en busca de su propia verdad, su identidad y su esencia. Se desprenderá de todo aquello innecesario, secundario y accesorio. De nuevo el viaje, la vitalidad, el destino y la verdad impulsan la escritura de Cohen, que interviene en la obra no sólo como autora sino como ilustradora.
También en 2010 Cohen ofrecerá una nueva publicación. Esta vez, la Universitat Jaume I de Castellón será la editora del libro La libreta francesa. Mayo del 68. Hasta entonces, mucho se había aludido en sus entrevistas a este episodio de la vida de Emma Cohen, pero la escritora, actriz y directora no había compartido ni desvelado el diario de aquel momento. Con introducción de la humanista Patricia Badenes Salazar y epílogo de la historiadora Rosalía Torrent, Emma Cohen ofrece, desnudo y sin intromisiones posteriores, el diario escrito a sus veintiún años y que comprende el periodo del 29 de abril al 3 de julio de 1968. Quizás lleve su tiempo, como ocurre tan a menudo, que la crítica descubra y aprecie –como hacemos aquí y ahora– la valiosa contribución testimonial y literaria de este libro de Cohen. No sólo porque se trata de una escritura apasionada y avivada por los acontecimientos, sino porque la redacta una mujer crítica y esperanzada que no esconde sus temores e incertidumbres, y que escribe, sin dar pábulo a la leyenda, la hora de un episodio histórico universal a pie de calle.
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El doble regreso de 2010 se repetirá también en 2011 cuando Emma Cohen vuelva a publicar una obra dramática y otra narrativa. En La Página Ediciones ve la luz la obra de teatro Terraza de café por la noche. Cohen se inspira en el cuadro homónimo de Van Gogh y decide animar a los personajes de la pintura. Idea un escenario que reproduzca fielmente la escena del cuadro y ofrece su particular soplo de vida a los personajes que aparecen en él. Este acto único activa el engranaje surrealizante de Cohen, aquel que ya vimos manifestarse en Negras tierras negras. La adhesión de Cohen al sentimiento surrealista, a las siempre inconformistas y libres manifestaciones de su amado Antonin Artaud, a la apuesta por el sueño de Max Ernst con que hizo acompañar la magia de María Blanca Dentrago, a la ilusión alada de Libeliula, a la base fuertemente cultural de las referencias vanguardistas con que dotó al romanticismo de Rojo Milady y Loca Magnolia, acontecen aquí. Se reúnen en la plácida terraza donde Cohen hace protagonista a un joven a quien define como Soñante impactado. Es más, subtitula Terraza de café por la noche como peripecia soñante. Cohen trabaja con la metarrepresentación escénica, la conciencia del observado y de quien observa y encaja en los diálogos la crítica sobre una sociedad que avanza mientras involuciona.
A finales de 2011, Cohen publica Ese vago resplandor (Rey Lear), su primera novela en quince años. La más ambiciosa de sus narraciones, 347 páginas, es un ejercicio de ensayo periodístico, novela y autoficción. Cohen nos presenta a Julia, que convertida en una vagabunda, una homeless, una clocharda, se dedica a recoger objetos que luego expone al amanecer en plazas públicas. Esto mismo hacía el vagabundo con que se encuentra María, la protagonista del mediometraje María de las noches, que dirigió y escribió Emma Cohen en 1989.
Julia Folch –que quizás sea la Julia de Negras tierras negras– es una mujer barcelonesa, que nació en el seno de una familia de la alta burguesía catalana, abandonó los estudios de Derecho y llegó a París cuando el Mayo del 68 se propuso no pasar desapercibido. Julia actriz, amante de la cultura, mujer de paz, se encuentra con el periodista estadounidense Peter Mahtler Chu-yu, que patea las calles de Madrid en busca de historias de gente sin techo para su reportaje; pero Peter queda fascinado por Julia y decide ampliar su historia, se interesa por ella más allá de las cuantas páginas que hubiera ocupado en su reportaje colectivo. Julia accede y, mientras relata y escribe su vida, es testigo de un asesinato. La larga trenza narrativa de Ese vago resplandor comienza a fijarse. Julia ya no es Folch, se hace llamar Julia Proteus. Sin nada que le pertenezca, sólo es dueña de su nombre, de ella misma. La memoria que Julia despliega conforma un itinerario que no es ajeno para el lector asiduo de Emma Cohen. Su destino, como el de Carmen, Alba, Julia, Miranda, Cecilia y Carmela Kilcoyne es una decisión unilateral, un proyecto de vida que dura hasta el final de la existencia.
Ese vago resplandor es una novela-desembocadura, donde confluyen los pilares básicos de la narrativa de Cohen que ya hemos mencionado, y también espacios y nombres –el delta del Ebro, Libeliula, Barcelona, el Mayo francés, el teatro…– que encajan en esta narración porque en ella recoge la autora todo su arsenal memorialístico, su discurso social y político, su defensa de las libertades, tantas veces acuñada en la palabra escrita. Podríamos aplicarle a Ese vago resplandor la referencia cortazariana de todas las novelas, la novela.
En la narración de Julia Proteus encontraremos su propia libreta francesa. Leeremos lo escrito por Julia entre el 30 de abril y el 3 de julio de 1968. Cohen realiza un arduo trabajo de autoficción, no sólo en este punto concreto sino en toda la novela, pero por ser tan identificable lo señalado en la libreta francesa, advertimos que Cohen elabora la ficción de Julia partiendo de su experiencia de los hechos, pero creando para Julia su propio diario. Lo cierto es que, aunque a lo largo de toda su producción literaria, especialmente en las novelas adultas, Cohen ha incluido guiños biográficos que ella misma ha comentado públicamente –la especial relación con su abuela, la educación católica en una familia acomodada, el perfil rebelde, el Mayo francés, la llegada a Madrid, la vida en una comuna, la lecturas vanguardistas, el aprecio por el surrealismo– hay otros muchos detalles biográficos que están insertos en su literatura y que podrían sorprender por tratarse de retazos reales.
Por ahora, la última obra publicada por Emma Cohen es la novela Magia amorosa para desesperadas y desesperados (Neys Books, 2014). En esta ocasión, Cohen retoma la parte novelada de Hechizos, filtros y conjuros eróticos, reescribe algunos pasajes e ilustra la obra con una selección de grabados de Goya.
Aunque la narrativa ocupa la mayor parte de sus publicaciones, Emma Cohen cuenta con varias obras teatrales inéditas. Por un lado, títulos originales como Araña en bañera, que fue representado en un ciclo de Lecturas dramatizadas de la SGAE de 2008, pero también adaptaciones como Nazaria, basada en la novela de Ramón J. Sender La antesala, y la pieza Peter Pan, que Cohen adaptó para un proyecto de radioteatro que finalmente se canceló. Existe un cuarto título, la obra infantil La boca del árbol, que fue publicada en 2008 por la Asociación Aragonesa de Escritores en el número 9 de su revista Criaturas saturnianas. En 2011, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo publicó, en edición no venal, un cuaderno ilustrado con interesantes collages de Emma Cohen junto a adaptaciones que la autora realizó del cuento de Borges, El Aleph.
En los últimos años Cohen ha continuado con sus colaboraciones en prensa y ha publicado artículos sobre cine en las obras colectivas Drácula. Un monstruo sin reflejo (Reino de Cordelia, 2012) y El cine. Fábrica de sueños (Fundación CIDEAL de Cooperación e Investigación, 2012).
La literatura de Emma Cohen, gracias a su constancia, ha ido ganando terreno a su dilatada trayectoria actoral, por la que sin duda es conocida y reconocida; pero en más de treinta años de escritura ha conformado una entrega reflexiva y crítica, impulsada por su aprecio a los sueños, donde ha fijado los elementos de su discurso político y su concepción del mundo y de las relaciones personales. Los personajes de Cohen han ido siempre hacia delante, no han cedido ante la nostalgia o la adversidad, porque aman el mundo y sus posibilidades. Emma escribe –qué duda cabe– para la libertad.
Daniel María